Funicular

El acceso al funicular en el cerro San Javier. FOTO ARCHIVO LA GACETA

El verde envuelve todo el camino; la naturaleza atropella a los ojos. El sendero empieza a cerrarse por las copas de los árboles que se entrelazan en las alturas. El camino se convierte en un túnel formado por hojas, helechos, troncos y musgos. El ambiente exhala un aire fresco en la mañana; el mejor horario para comenzar el trekking al viejo y abandonado funicular, en el cerro San Javier. Se trata de un recorrido de 1.600 metros que puede hacerse en apenas 25 minutos. Tiene una dificultad baja, por lo que es común ver -todas las mañanas- a grupos de amigos y familias que cargan en sus espaldas una pequeña mochila con agua mineral y frutas para recargar energías.

El Cristo

El Cristo de San Javier FOTO ARCHIVO LA GACETA

Con 28 metros de altura, el Cristo Bendicente del tucumano Juan Carlos Iramain, que se encuentra en el cerro San Javier, es la cuarta estatua de un Cristo más alto del mundo. Pasar el día en San Javier puede ser un plan muy prometedor. Está a sólo 25 km de la capital y tiene un paisaje inigualable, especialmente cuando el cielo está despejado. Sin embargo, no cuenta con una infraestructura óptima para los visitantes. Por eso, subir hasta el cerro sin tomar las previsiones del caso puede arruinar el paseo. Si no tenés auto, lo conveniente es llevar todas las provisiones y hasta el agua para el mate, destaca Mariela López, vecina de la zona.

El Cadillal

El dique El Cadillal siempre convoca a los tucumanos. FOTO ARCHIVO LA GACETA

El periplo comienza justo frente al conocido anfiteatro de la villa veraniega. Las aerosillas se internan en el cerro Médici y se elevan hasta 228 metros de altura. En el trayecto se visualizan el dique Celestino Gelsi, las montañas que lo rodean, las casas de los veraneantes y, muy en miniatura, aparecen a lo lejos algunos edificios de la capital. Se puede subir a las sillas voladoras de lunes a viernes, de 9 a 12 y de 15 a 20, y los fines de semana, de 10 a 12 y de 14 a 20. En el punto de llegada hay merenderos, un kiosco y dos grandes miradores: uno de ellos para tener una vista panorámica del lago y otro, al que se accede después de recorrer un sendero de 250 metros, que permite apreciar el paisaje de la villa y de San Miguel de Tucumán.

Horco Molle

La reserva de Horco Molle y sus lindas sorpresas. FOTO ARCHIVO LA GACETA

En el Jardín Botánico de Horco Molle hay 240 especies de árboles y arbustos. Toda esa diversidad se reproduce en las 89 hectáreas que lo conforman y convierten en uno de los jardines más grandes de la Argentina. La recuperación de la flora y la fauna nativa es el leitmotiv de la Reserva y Jardín Botánico de Horco Molle. Estos recorridos le ofrecen al visitante la posibilidad de conectarse con ese medio ambiente. Se puede hacer senderismo. actividad deportiva que consiste en recorrer los senderos del jardín botánico de Horco Molle. Por su baja dificultad, resulta ideal para ser realizada en familia. Es necesario hacer reservas.

Zoológico de San Pedro de Colalao

El zoológico de San Pedro es ideal para visitarlo con los chicos. FOTO ARCHIVO LA GACETA

La reserva fitozoológica de San Pedro de Colalao es un orgullo para todo el norte argentino. Es la mejor provista de toda la región, alberga a 150 especies diferentes de animales y tiene un circuito ecológico con flora autóctona que permite conocer el cerro tucumano. Loros habladores, leones africanos que compiten en majestuosidad con los tigres de Bengala y en atractivo con diferentes especies de faisán son algunos de los deliciosos anfitriones en esta reserva de 400 hectáreas. Ciervos, osos pardos, aves de rapiña y varios tipos de monos conviven con gatos monteses, pumas, llamas y guanacos, entre otras especies autóctonas. Una enorme variedad de aves, entre las que se cuentan flamencos, tucanes, siete variedades de papagayos y otras tantas de faisanes, conviven con los tapires, en una isla que funciona como un ecosistema en sí mismo.

El paseo de los duendes

Los duendes mágicos de Tafí Viejo. FOTO ARCHIVO LA GACETA

Ubicado detrás de la Hostería Atahualpa Yupanqui, en Tafí Viejo, el proyecto nació casi como por arte de magia. El paseo comienza antes de atravesar un puente revestido de musgo. Es allí donde los guías les piden a los visitantes que dejen atrás todo lo material y abandonen cualquier pensamiento para poder sentir la esencia del bosque. Incluso se apagan los celulares. El descanso, la respiración y la contemplación van a ser, desde el inicio, las únicas herramientas que acompañarán al grupo durante la hora y media de recorrido.