Esta es la historia de tres chicos que supieron encontrar la luz al final del túnel. Esta es la historia de tres chicos que decidieron cambiar su vida, que decidieron unirse al camino del Evangelio de Dios; encontrarse con Jesús.

Vivir en la oscuridad hoy es un recuerdo que jamás olvidarán y que les sirve como experiencia para guiar a otros chicos que caminaron y caminan por el mismo sendero de fuego.

Esta es la historia de tres chicos de miles que hay en el país y en el mundo que decidieron volver a vivir.

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Me presento ante Maxi, encargado del lavadero de autos El Reto, el primer nombre de la Fundación a la que él pertenece, Reto a la Vida. Maxi tiene 23 años, es piola, rápido de lengua y gentil para abrirse ante un desconocido como yo que se enteró de la lucha de su causa, de casualidad. Maxi es un chico recuperado de las adicciones. Hace cuatro años dejó de drogarse. Podría haberse vuelto a su Córdoba natal, sin embargo, me responde: “encontré el amor de Dios, jamás me sentí tan amado y ahora quiero ayudar”.

Reto a la vida es una ONG con sede en diferentes provincias del mapa nacional. Es una ONG dedicada a salvar a quienes eligieron la vía equivocada, a partir de la palabra de Dios. “Nadie te obliga a leer la Biblia, sino que yo puedo aconsejarte a que te abras a Dios a partir de mi propia experiencia. Yo sé lo que es permanecer en la oscuridad, sé lo que es hacer el mal y también sé lo que es poder empezar de nuevo”, me dice Maxi en un tono de sinceridad absoluta. Este chico no intenta evangelizarme, me relata su propia experiencia.

En total, unos 40 chicos de viven en la casa de la fundación ubicada en la zona del Cevilar, pasando El Bracho, por la Ruta 9. Allí se les brinda un techo, comida, ropa, la posibilidad de reencontrarse con su yo interior. El “no” a los vicios, la delincuencia y malas compañías, es un hecho. Lo curioso es que la mayoría que se rehabilita no quiere volver a casa, desea quedarse y ayudar al que viene a rehabilitarse. O sea, al caído.

Son varios los procesos por los que hay que pasar para ser aceptado. Me asegura Maxi que la fundación no es una cárcel. A cambio, por ayudarte, la fundación le solicita a quien llega a tratarse que se sume a la comunidad y que trabaje. “Nosotros no cobramos un sueldo por estar acá, no cobramos un sueldo por lavar los autos como tampoco lo hacen los chicos que están en la calle vendiendo los dulces que hacemos, los que hacen jardinería, trabajos de pintura o los que venden nuestros productos de panadería”.

Soy quizás malpensado y le consultó si el pastor de la sede de Tucumán no maneja una Ferrari. “Si lo vieras… Él también pasó lo que nosotros hace muchos años. Después de casarse y de formar una familia decidió quedarse a ayudar a chicos con problemas como los que tuvimos nosotros”, agradece Maxi.

En la casa, las habitaciones tienen 10 camas cucheta. Las luces se apagan en determinado horario y todos se levantan a las 6 de la mañana. Quienes deben preparar el desayuno para el resto lo hacen una hora antes. “A las 5. Esta semana me tocó a mí y a otros compañeros. Preparamos las medialunas, los bizcochos. A las 6 despertamos al resto, prendemos la luz de los cuartos y ponemos música cristiana”, todo a gusto de los comensales. La decisión de estar allí es de ellos, nadie les puso una pistola en la cabeza. En realidad, asumen habérsela sacado de la boca el día que decidieron escapar de la mala yunta.

FELICES. Maxi, Misael y Diego son

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El lavadero de autos, donde hasta hace unos días se escuchaba música cristiana, ya no está. El dueño de la propiedad decidió no renovarle el contrato de alquiler a la fundación. Una lástima…

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Suena Skillet, una banda estadounidense. Nadie tiene mala cara. Todos cumplen su labor a la perfección. Son buenos en lo suyo. Así se ganaron una suculenta cartera de fieles clientes que hoy esperan nuevas coordenadas para seguirlos.

“Los vecinos de la zona nos conocen hace años, nos ayudaron mucho”, agradece Maxi, que pudo haber perdido la vida en un accidente de tránsito. Una marca amarillenta en su nunca es el sello distintivo de aquel violento impacto. “Un pastor rezó por mí ese día. Yo no lo conocía. Estuve varios días en coma”.

Maxi comenzó a drogarse a los 13 años.

Me confiesa, el sendero del vicio comienza con el cigarrillo, continúa con el alcohol, sigue hacia la marihuana, las pastillas y la cocaína. Esa es la pirámide ascendente hacia la ruina.

Aquella plegaria del pastor hizo despertar en este hincha de Instituto un sentimiento de culpa. “A todos se les trata de inculcar de que pueden depositar su fe en Jesús, porque él es el que hace al cambio en nosotros.

“Pasé un tiempo de mi vida en el que tuve que robar para tener para mis vicios. Era despertarme y ver cómo iba a vivir ese día. Sabía que me podían matar o yo ir detenido. No tenía fin y no sabía que existía el infierno y el cielo. Entonces nunca me importó nada, en ese sentido. Hasta que conocí el Evangelio de Jesús y supe que Dios era real”.

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Viernes, sábado y domingo son noches de película en la casa de la fundación. No todas son cristianas. Hollywood juega. Lo que no se negocia es la educación. Los días de TV, el que maneja el control remoto es quien elige un programa para todos. En Reto la Vida, me confían los muchachos, no cabe el egoísmo. “Por ejemplo, si alguien deja una propina, esa propina la utilizamos para comprar algo para todos, en general para comer”, explica Maxi.

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Junto a otros cuatro compañeros llegaban entre las 8 y las 9 a trabajar. Un camioncito es el flete y va repartiendo al rebaño por sus diferentes lugares de trabajo. El equipo de lava autos ahora está comprimido con el que vende en los semáforos.

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FELIZ. Hasta hace pocos días Maxi era el encargado del lavadero de autos.

Maxi es una “sombra”, eso significa que acompaña a quien está en etapa de recuperación. Algo así como un ayudante terapéutico. Puede sonar increíble, pero la gente puede ser mala. “Hay que saber evitar las tentaciones. Hay veces que uno puede bajar la ventanilla de su auto y a modo de ‘amigo’ ofrece un cigarrillo de marihuana para que ‘vendamos más relajados’ los productos que ofrecemos en los semáforos”.

En la fundación no hay rejas ni barrotes.

“Los chicos pueden pensar que se tienen que quedar a vivir toda su vida acá para no caer de nuevo en lo mismo, pero eso es mentira. Hay que pensar en el cambio y no mirar nunca más hacia atrás”, considera Maxi y me dice que cuando él crea que su misión en Reto a la Vida terminó, volverá a casa.

Del polvo somos…

Diego tiene 30, viene con rodaje de colegios de alcurnia y estudios mayores. Diego fue de la clase de tipos con doble vida. De día trabajaba, de noche se perdía en la droga. También cordobés él, pero fanático de Talleres, fue alguna vez encargado de autopartes de la fábrica Fiat. Lo echaron. Su último trabajo fue en un laboratorio químico. Renunció. “Fue cuando me pregunté si realmente lo quería perder todo”.

A los 12 empezó a coquetear con las drogas. “Lo hice para no quedar atrás con los chicos de la ‘esquina’ del barrio. Vengo de una familia bien, yo fui el que se equivocó. Hace tres años que estoy acá. Soy feliz y estoy limpio”, su tormenta pasó, no así su misión en esta nueva vida: ayudar.

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Construir una relación amorosa es posible. “Podés tener una novia, claro, pero ese tema es de charla con el pastor o con la familia que está en la casa. Lo mismo con el estudio. Si vos querés estudiar, se puede hablar. Nadie te prohíbe nada. Puede pasar que te querés volver a tu casa y bueno, podés. Firmás unos papeles y tenés acreditado en una cuenta el dinero para regresar. No se trata de dejarte solo ni de que te quedes en Tucumán haciendo daño”, explica Maxi.

El tiempo estimado en lograr una desintoxicación total es de un año y medio, dos.

Los chicos no reciben dinero de la fundación, pero sí pueden aceptarlo de sus familiares.

Los chicos no utilizan celulares. Cero redes sociales.

Cada 15 días tienen un permiso para hablar por teléfono durante un determinado tiempo con su familia.

Una vez al mes cabe la posibilidad de recibir visitas en la casa.

Si sos tucumano y fuiste aceptado en la fundación, tu destino estará lejos de casa. No acá. Imposible. Entre los residentes, hay varios cordobeses, un paraguayo y siete chilenos, entre otros.

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Misael es el menor de esta inmensa familia. Tiene 17 años y desde hace casi dos está en la comunidad. Misael viene de un sector social de bajos recursos de Misiones. De padres divorciados, él se quedó con su papá. “Él estaba poco y nada en mi casa, entonces yo aprovechaba. Le hice daño a mucha gente”, se disculpa.

“A los 12 ya me drogaba; a los 15 pedí ayuda”. Misael perdió a dos hermanos y a una hermana, por enfermedad y consumo. Misael encontró la redención gracias a su hermano mayor. “Era peor que yo. Estuvo preso en Santa Fe nueve meses, pero cómo era menor de edad la Justicia le permitió recuperarse. Entonces entró a la fundación”.

El hilo conductor de todos estos pibes es un calco. “Primero con marihuana, después con pastillas, coca(ina) y delincuencia. Robé”, Misael estaba tan desorientado que entraba a la casa de sus propios vecinos a robar. Descontrol total.

En su hermano vio un halo de fe. “Lo vi recuperado, entonces pensé que yo también podía tener una esperanza si él había cambiado”, los ojos de este nene brillan. Brillan al saber que venció al demonio y que ahora puede colaborar con la causa.

“Para la sociedad yo era un drogadicto, un delincuente. Una basura. Bueno, ya no me siento así y eso se lo debo a Dios”, la respuesta no viene de una sola boca, viene de todos los que hacen de esta comunidad un puente hacia la recuperación.