CRÓNICA

TATA DIOS

JUAN BASTERRA

(Bärenhaus - Buenos Aires)

Este libro lleva la carga de un espíritu tan elemental como el fuego. Y, como el fuego, igual de despiadado. Gerónimo Solané –apodado “Tata Dios” por sus acólitos y autoproclamado salvador de la humanidad- fue un guerrero, un poeta, un conspirador, un caudillo, un pirata y tal vez un hechicero que vivió en la convulsionada Argentina del siglo XIX. Por eso, Juan Basterra se propuso retratarlo en toda su singular dimensión. No tanto al amparo de la ficción, sino recurriendo a la crónica histórica; ese género críptico que hechizó a Martín Caparrós y al que tanto le debe la literatura argentina. En este caso, desde el mismo prólogo, Basterra ratifica aquello de que no existe una sola verdad y, con un estilo pulcro, plantea sin tapujos lo que los cronistas suelen defender a capa y espada: una mirada. Porque eso plantea este libro: una mirada posible y certera de lo que sucedió aquella siniestra madrugada del 1 de enero de 1872 en Tandil, cuando fueron asesinados a sangre fría 36 extranjeros, entre ellos varios niños. Los perpetradores de esa masacre ritual, tal vez una de las más sangrientas de la historia argentina, fueron unos gauchos soliviantados por el discurso apocalíptico de Solané, el “Tata Dios” que le da título al libro.

El relato comienza con un daguerrotipo del atroz caudillo y sus secuaces (los apóstoles), un recurso que, desde el inicio, avisa al lector de que lo que leerá a continuación es parte de la verdad histórica y no un sueño producto de una mente febril. Lo que sigue, es una sucesión de capítulos en el que los hechos históricos aparecen matizados con logrados giros poéticos: “Fúnebre era hasta el cielo. Hacia occidente los nubarrones abarrotaban la extensión de lo visible y sobre el apisonado de Tandil el polvo tejía remolinos al paso de los penitentes”. Basterra, además, crea un clima que va creciendo de a poco, alimentado por otros eventos que dan un marco temporal a la historia: la epidemia de fiebre amarilla, la vida de los gauchos a fines del siglo XIX o la “medicina” de los curanderos, tan popular en aquellos tiempos de la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento.

Robespierre argentino

El gran acierto del libro, es tal vez la construcción del héroe. O, mejor dicho, del antihéroe, del héroe maldito, del pequeño Robespierre argentino que jura matar a todos los gringos que se llevan las riquezas del país. Es en ese retrato –armado en pocas páginas- que “Tata Dios” encuentra su solidez y su trascendencia. La conjura contra los extranjeros se arma de manera infantil y hasta casi mística. Para los gauchos, los extranjeros eran, sobre todo, masones y anticristianos como el mismo Sarmiento. “Las piedras de todo Tandil caerán sobre sus gentes y ríos de sangre inundarán sus calles”, proclama Solané antes de desencadenar la masacre.

Por todo esto, podría decirse que “Tata Dios” es un trazo hiperrealista de un hecho oprobioso de la historia argentina, escrito de manera impecable que ratifica la idea de que nuestro país nació al amparo de odios ancestrales y grietas insuperables que hoy subsisten con la misma furia de antaño.

© LA GACETA

GUSTAVO MARTINELLI