Por César Chelala

PARA LA GACETA - NUEVA YORK

Las siguientes anécdotas muestran facetas interesantes e inusuales de grandes escritores que nos enriquecen e ilustran. En su artículo Veinte años sin Adolfo Bioy Casares, mi amigo Roberto Alifano, secretario y amigo personal de Borges, relata el comienzo de la amistad entre Borges y Adolfo Bioy Casares, al que se refiere como “ uno de los pocos clásicos que dio Argentina”.

Dice Alifano que Bioy y Borges se conocieron en 1932 en Villa Ocampo, la casa de Victoria Ocampo, ubicada en las barrancas de San Isidro. En esa casa, Victoria, la “decana” de las escritoras argentinas, solía recibir a figuras literarias e intelectuales nacionales e internacionales. Ocampo fundó la revista Sur en 1931, que contó con la colaboración de los mejores autores a nivel regional y mundial. En una oportunidad, cuando le reprocharon que publicara a demasiados extranjeros, contestó: “… me atacan, diciendo que publico demasiados extranjeros. Por supuesto, yo no publico gente que no escribe bien. Nunca lo hice. Nunca lo haré”.

Entre otras figuras de la cultura, Ocampo recibió en San Isidro a Rabindranatah Tagore, Igor Stravisnky, André Malraux, José Ortega y Gasset, Antoine de Saint-Exupéry, Indira Gandhi, Rafael Alberti y Graham Greene (en 1973, Greene le dedicó su novela El cónsul honorario).

Bioy Casares le confió a Alifano que durante una de esas visitas él y Borges se habían apartado del resto de la gente, muy entusiasmados comentando sus preferencias literarias. Al ver esto, Ocampo se les acercó y les dijo: “No sean mierdas, che, y atiendan a los invitados”. Esas palabras provocaron el enojo de Borges y la retirada de ambos de la reunión. En el camino de regreso a la ciudad había quedado sellada la amistad entre los dos grandes escritores. De allí en adelante, colaboraron en varios relatos, guiones de cine y antologías de cuentos fantásticos. En 1940, Bioy Casares se casó con Silvina Ocampo, hermana de Victoria, quien además de escritora era pintora.

Pecado de vanidad

Durante una cena en la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), Antonio Requeni, escritor, periodista y autor del libro Temas y Personajes, me contó la siguiente anécdota sobre Borges: Durante una reunión en un club social, estaba Borges hablando con unos amigos cuando se les acercó un hombre de aspecto desaliñado y agresivo y les preguntó dónde estaba el baño de hombres. Entonces Borges le dijo: “Siga por aquel pasillo y al final hay una puerta con un cartel que dice ‘Caballeros’. Usted no le haga caso y entre nomás….”

En su libro, Requeni cuenta que en una entrevista con Borges le preguntó: “Si un joven con vocación de escritor le pidiera consejo ¿qué le diría?”. Borges le respondió: “Le diría cosas muy evidentes, pero las cosas muy evidentes suelen ser ciertas. Le diría que buscara la sencillez, que pensara en el lector, no para asombrarlo, porque en todo caso ser asombroso es una ambición un poco ridícula, sino para poder entenderse con él. Le diría que desconfiara de los diccionarios, de esa riqueza ilusoria de las palabras que nos presentan; que desconfiara de todos los diccionarios, tanto del de la Real Academia Española como de ese otro diccionario del lunfardo que me dicen se está escribiendo por ahí… Le diría que tratara de escribir en lo posible de un modo oral. Ya sé que el estilo escrito no puede ser el estilo oral, pero el escrito que se parece al oral, sin las vacilaciones, sin las torpezas, sin las imprecisiones de éste, me parece el mejor de todos. Además, el estilo barroco, que suelen cultivar los jóvenes, adolece de un pecado de vanidad. Creo que nos desagrada por eso. Creo que versos como (elijo un autor que admiro mucho) ‘la ignominia de un sordo lumbago lo amilana’ (es Lugones refiriéndose a un león) son censurables porque muestran la vanidad del autor. ‘La ignomia de un sordo lumbago lo amilana…’ Y eso que he elegido uno de los ejemplos más mansos de Lugones; podría elegir otros más exagerados. Y no me costaría nada elegir ejemplos de ese tipo en la obra de Quevedo, de Góngora y del mismo Darío, a veces tan espontáneo”.

Romper con todo

En relativamente pocas palabras, Borges brindaba de esa forma unas premisas fundamentales sobre el arte de escribir. Esa opinión de Borges la complementa Requeni con la de Gabriel García Márquez. En una entrevista con el autor de Cien años de soledad, Requeni le preguntó qué consejo le daría a un joven escritor latinoamericano con vocación de novelista. El colombiano le dijo: “Que escriba mucho. El principal problema de los escritores latinoamericanos es que, en general, son escritores de domingo. No se dedican de lleno a la creación”. “De acuerdo”, le respondió Requeni, “pero tenga en cuenta que muchos escritores, aun importantes, deben trabajar en otra cosa para vivir, para dar de comer a su familia”. A lo que García Márquez respondió: “No niego que existan esas presiones económicas, pero es necesario romper con todo, hacer de la literatura el trabajo principal y de lo demás, lo secundario. El gran ejemplo es Cortázar. Los trabajos forzados que realizó para subsistir fueron siempre secundarios. Sólo así podía llegar a ser lo que es hoy. A un escritor auténtico le debe importar más su obra que comer: por su obra debe sacrificar inclusive a su familia si es necesario”.

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César Chelala - Periodista y escritor. Ganador del Overseas Press Club con un artículo publicado en The New York Times.