De algún modo, refleja un penoso acto de generosidad hacia el prójimo de dar lo que le sobra o lo que no sirve. Se trata quizás de sacarse de encima todo lo que incomoda o está de más y arrojar en ese espacio que es de todos y de nadie al mismo tiempo. La basura bien podría ser una de las marcas registradas de Tucumán. Se la puede hallar a diario en todas partes. Los basurales no son, por cierto, motivo de orgullo, sino más bien son sinónimo de atraso, de ignorancia, de falta de respeto por el prójimo y por uno mismo.

Hace pocos días divulgamos parte de un relevamiento de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Nacional de Tucumán en el que se indica que hay 483 basurales en el área metropolitana: 33 depósitos de desechos de tamaños mayores (superficie de 500 metros cuadrados en adelante, casi media cuadra), 150 medianos (20 m2) y 300 menores (dos m2). Los de mayor tamaño se ubican en la periferia de San Miguel de Tucumán, en la avenida de Circunvalación y sobre los márgenes del río Salí, mientras que la mayoría de los más pequeños se esparcen en la ciudad.

El basural que se halla en Italia y Thames desde hace más de un año, es un ejemplo. Los vecinos más cercanos que padecen los olores nauseabundos y las alimañas, aseguran que los responsables de alimentar el vaciadero provienen del barrio Juan XXIII; otros sostienen que son los vecinos de la misma cuadra y también se culpabiliza a conductores desaprensivos que tiran desde sus vehículos la basura. “El problema está en que el camión recolector no pasa seguido, y cuando pasa no levanta la basura que está en la puerta de las casas, sino que hace una sola parada: el basural de la esquina”, sostiene otro residente. El secretario municipal de Servicios Públicos aseguró que la basura de la esquina de esa ochava se levanta permanentemente y que intentaron instalar un contenedor grande pero los vecinos se opusieron. Anunció que la Municipalidad lanzará en breve la Agencia de Protección de Espacios Públicos, que contará con 30 camionetas y tendrá como misión monitorear el cuidado de calles, parques y plazas.

La ley N° 7883/07 establece sanciones a quienes contribuyen a alimentar los basurales a cielo abierto. Se faculta a la Policía a controlar el traslado y el depósito de residuos. Es decir que la herramienta legal está vigente, pero al parecer, no sucede lo mismo con su acatamiento: a lo largo 12 años, no se conoce que haya habido multas severas por este motivo.

Evidentemente, estamos frente a un problema de falta de educación, de analfabetismo cívico. Alguien que arroja basura donde no debe, no solo le está faltando el respeto a sus vecinos, sino que está violando la ley. Suele ocurrir que, por lo general, los responsables de la vida de un basural son de otros barrios, o el camión recolector de basura. Sería interesante, por ejemplo, si los vecinos de la Italia y la Thames se reunieran y acordaran hacer algo en conjunto para erradicar el vaciadero. Es cierto que la autoridad está obligada a dar respuestas a los problemas, pero los ciudadanos tienen que colaborar.

La orfandad cívica de una buena parte de nuestra sociedad nos está indicando que hay que volver a sembrar las normas de convivencia social en la educación temprana si queremos cambiar una mala conducta crónica que nos llevará a convertirnos en El Jardín de la Basura.