Desde hoy y durante cuatro días, 34 teatristas de siete provincias distintas de la Argentina y de México participarán de la Residencia en Artes Vivas orientada a la dirección y puesta en escena que dictará Emilio García Wehbi.

La intensa actividad se desarrollará en el Museo de la Universidad Nacional de Tucumán (San Martín 1.545). Este proyecto gratuito es una coproducción entre Ulmus Gestión Cultural y el Fondo Nacional de las Artes, con el apoyo de la Secretaría de Extensión Universitaria de la UNT, Pangea y la Secretaria de Cultura de la Municipalidad de San Miguel de Tucumán. Además del taller, el artista tendrá un encuentro con estudiantes de la Licenciatura en Teatro y el viernes presentará su libro “Trilogía de la columna Durruti” en el teatro municipal Rosita Ávila.

La trayectoria de García Wehbi lo instala como uno de los artistas referentes en el cruce de los lenguajes escénicos, sobre lo que conversó con LA GACETA.

- ¿Sobre qué ejes gira el taller?

- Mi idea pedagógica se basa siempre en el intercambio, busca no ser unidireccional ni colonizadora sino dialéctica. Para mí no existe un “saber artístico”, sólo hay experiencias. Suelo mostrar y narrar mi experiencia práctica y teórica, pero aclaro que esa experiencia sólo le podrá ser útil al sujeto en condición de aprendizaje si la canibaliza, se la apropia y la deglute con sus propios jugos gástricos. El aprendizaje se da cuando ese saber es cuestionado subjetivamente por cada uno y reformulado según contextos, gustos, deseos, perspectivas, estéticas, terrores y fantasmas. No se puede enseñar, sólo se puede aprender y el motor del aprendizaje es el deseo. Intento entonces comunicar mi pasión.

- ¿Hay una deficiencia en las carreras de grado en la capacitación para dirigir?

- No podría responder adecuadamente porque siempre fui bastante reactivo a la formación institucional del arte. Creo que arte e institución no son compatibles. La institución regula; el arte desregula. La institución centraliza; el arte marginaliza. Y así. Por tanto, siempre he evitado ser parte de la academia. Aparte de tener una formación autodidacta, mi visión del mundo es cercana al anarquismo. Mi experiencia dentro de instituciones han sido intervenciones puntuales en las que mi participación no estuvo demasiado regulada por las normativas.

- En tu caso, ¿se puede separar al director del dramaturgo?

- No, porque para mí dramaturgo y director son la misma cosa. El director es quien escribe en tres dimensiones en el espacio la narrativa (guión) del espectáculo y lo hace con todas su herramientas kinético audio-visuales y literarias. Lo que se conoce tradicionalmente por dramaturgo yo lo llamo escritor. El escritor no tiene -no debería tener- ninguna injerencia en la escena. La escena es potestad del director.

- ¿Qué rol juega la dramaturgia del actor en tus procesos creativos?

- Es relativo, en algunos casos mucha -como en la última pieza que estoy dirigiendo en Brasil y estrenaré a fines de mayo-; en otras, poca, y en la mayoría, casi nada. Cada proceso creativo es autónomo y hay que descubrir cuáles son sus reglas internas. De ese modo, evitamos repetirnos y nos enfrentamos al horror de la duda y la incerteza, de la incomodidad y la inconformidad, todos territorios fértiles para los procesos creativos. Cuando hay certeza, cuando no hay riesgo, seguramente podremos tener una obra, pero será una indolente, sin fibra, sin deseo.

- Fundaste distintas compañías, pero la que más marcó al teatro argentino fue el Periférico de los Objetos. ¿Hay alguna heredera de esa experiencia?

- El Periférico fue mi adolescencia creativa. Cuando dirigí la primera obra del grupo, “Ubú Rey”, en 1990, yo tenía 24 años y mucho para aprender. Las circunstancias y el mérito, más el trabajo arduo y sostenido, más el enorme deseo de investigación y ruptura, además de la singularidad de trabajar con muñecos para adultos cuando casi nadie lo hacía, nos puso en el centro de la escena y nos permitió recorrer el mundo y ser conocidos. Pero aún así, me estaba formando (todo el grupo lo estaba haciendo). Era mi prehistoria artística. A lo largo de casi 30 años he realizado más de 40 montajes en diversas disciplinas (teatro, ópera, performance, instalación, site-specific, intervención urbana, danza, etcétera) que han permitido consolidad y entender una poética personal que, claro está, tuvo su puntapié inicial en el Periférico. La herencia más importante que me dejó fue que se puede construir una poética disruptiva, que no negocie con las modas, con los requisitos institucionales, que sea solvente y se renueve constantemente como un animal que cambia la piel periódicamente, y aún así, trascender, tener -relativo- suceso y vivir de esta profesión.

- Este taller está orientado a un grupo heterogéneo. ¿Te condiciona ese origen distinto?

- Eso es justamente lo que más me interesa, lo polimorfo, lo diverso, la posibilidad de crear una red de cruce de experiencias vitales, porque no únicamente de conceptos artísticos se nutre el arte; también lo hace de la cultura en general, con lo cual desde el aspecto culinario de una región hasta sus costumbres lingüísticas son material fértil para desestructurar conceptos arraigados e intervenirlos, contaminarlos con elementos nuevos, revitalizándolos, para estar en contra de toda tradición, de toda patria, entendida esta como “tierra de los padres”, en donde se afirma una idea falologocéntrica.