“No tengo para comer”, dice llorando Graciela del Valle Córdoba. Su casa es de bloques de cemento y chapas viejas. Dos ambientes. Piso de tierra. Las paredes están partidas desde la base hasta el techo porque el terreno se está asentando. Goteras por doquier. La luz sin pagar, al límite del corte. El pozo del baño colmado. “Estoy mal, muy mal”, agrega la mujer de 52 años en la galería, armada de caña tacuara, lonas y cartones.

Córdoba tiene cuatro hijas pero sólo vive con la más chica, de 15 años, en Los Vázquez. La adolescente va a la escuela Amado Nicomedes Juri, donde desayuna y almuerza. La mujer cuenta que toda su vida cocinaba pan y masas que vendía para vivir. Hace un par de años le diagnosticaron artritis reumatoidea. Ahora casi no puede moverse. Como le producía muchísimo dolor amasar, empezó a cartonear para poder mantener a su hija. Cobra la Asignación Universal por Hijo (AUH). En marzo subió de $ 1.852 hasta $ 2.652. Por mes, recibe $ 2.031 (a fin de año se liquida el remanente de la quita).

Mientras que la devaluación del peso frente al dólar pegó un nuevo salto en marzo (10%), y la inflación sigue castigando (casi 3% en el mes que se va), los valores en la economía del chatarreo se hundieron. El kilo de cartón se vende a $ 1. El de hierro, a $ 2. El kilo de botellas plásticas, a $ 2,50. El kilo de aluminio está a $ 14 y el de bronce, a $ 35. Hacer $ 200 en un día es cada vez menos frecuente. El oro, en Los Vázquez, se llama cobre: el kilo está entre $ 48 y $ 50. En octubre de 2018, el kilo de cartón se vendía a $ 1,20. El bronce, a $ 50 y el cobre, a $ 70. Los que juntan botellas, metales o cartón lo venden los fines de semana. Los comedores funcionan de lunes a viernes, así que los sábados y domingos no hay forma de comer sin dinero.

Córdoba forma parte de las 238.250 personas de Tucumán bajo la línea de la pobreza según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec), sobre la medición del segundo semestre de 2018 en el Gran Tucumán-Tafí Viejo. Es el 32,2% de la población urbana medida. Por los ingresos que tiene su familia, Córdoba integra el escalafón más bajo: las 32.810 personas en situación de indigencia. Que no les alcanza para comer. Apenas para sobrevivir. Es el 3,7%.

Hambre

“Además de la artritis reumatoidea, tengo diabetes. Toda la vida viví de cocinar amasijos y de acarrear leña. Cuando no pude hacer más eso, empecé a cirujear. Pero el cuerpo ya no me deja acarrear cosas: me salió una hernia de disco. Para colmo ahora tengo asma”, completa el cuadro la mujer. La cara sufrida, los dedos de la mano derecha manchados por el tabaco, la piel seca por la enfermedad. El bastón es un caño viejo, con un tarugo y una empuñadura de plástico. Su hija adolescente la tiene que bañar. “No me puedo mover porque mi enfermedad no me deja hacer nada. Salgo como puedo a buscar para comer. Ahora tengo a una de mis hijas en el hospital, porque tiene a uno de sus mellizos internado. Me dejó para que cuide a dos nietos. No tengo para darles de comer. Mi nietito internado tiene neumonía y cada vez está peor”, sigue el relato Córdoba.

De la casa de un vecino llegaba el ruido de un televisor prendido. Alguien hablaba de las listas de candidatos a legislador por cada espacio. Cada tanto se reconoce la voz de algunos candidatos a gobernador en sus propagandas. “Se viene el invierno y se me moja la pared, entra la humedad y es peor para mí. Ahora quedo sentada acá así puedo estar cuidando a mis nietos, pero me duelen una barbaridad los huesos. Hace meses que no voy a hacerme un control médico. Los trámites para retirar la insulina que necesito no los puedo hacer, porque no puedo trasladarme. Mi ex pareja me ayuda con eso pero el boleto está a $ 19,30, y tampoco hay para el viaje”, se seca los ojos.

Todo lo que percibió en marzo por la AUH se destinó para mandar a su hija a la escuela. No alcanzó. Una psicóloga que trabaja en el barrio ad honorem para tratar chicos adictos al paco y a la cocaína (la Provincia despidió a algunos integrantes de un grupo de recuperación), le regaló una mochila y algunos útiles. “Le fui a llorar al padrino de la nena, y nos ayudó también”, relata Córdoba. En la escuela, pese a que es pública, exigen uniforme: pollera azul, zapatos y remera con el escudo de la institución. Ninguna norma del Ministerio de Educación avala esa exigencia.

“Por qué me hace esto Dios. Hace muchos años, mi casa era como un comedor. Hacía fuentes con pizza y las dejaba en la vereda para que los chicos con hambre coman. Por qué me hace pasar por tanto dolor Dios”, dice mirando al suelo. Hace seis meses, LA GACETA la entrevistó para relatar la situación en las barriadas. Tras la nota, recibió algo de ayuda: un magistrado -no quiso dar su nombre- había pagado cuatro boletas de luz atrasadas. Ex combatientes de Malvinas le donaron mercadería.

“Necesito ayuda para ir al hospital, para tener una casa en condiciones y que mi hija tenga una habitación, para gestionar una pensión. Todo lo que hago, es por mi hija. Para que ella pueda seguir estudiando. Ella quiere estudiar enfermería, a veces duda de anotarse en la Armada. Ella quiere estudiar para vivir mejor. Es mi mayor orgullo”, termina Córdoba. Su hija es escolta de la escuela.