La Navidad es una de las fiestas más importantes del Cristianismo porque celebra el nacimiento de Jesucristo en Belén. Comenzó a celebrarse en el año 440 de nuestra era y con el transcurrir de los siglos se fue popularizando hasta el punto de que otros credos se hacen eco de esta festividad y también aquellos que no profesan ninguno. Con el tiempo se fue incorporando la cena de Nochebuena, el 24 de diciembre, oportunidad en que las familias se reunían para esperar la llegada del Mesías.

Se agregó la costumbre de intercambiar regalos como un gesto de afecto y de encuentro de los seres queridos, y luego de la cena familiar se realiza el brindis de medianoche por el nacimiento del Niño Dios, acontecimiento que simboliza también el nacimiento de una vida nueva. Se descuelgan del arbolito los regalos. Los católicos suelen asistir a la llamada Misa de Gallo que se oficia a la medianoche o un poco antes. Con los años, el sentido de la religiosidad comenzó a ser desplazado por una fiebre materialista y la celebración se convirtió para muchos en una ocasión para comer y beber en exceso, como si al día siguiente se acaba el mundo.

Los tiempos que vivimos son cada vez más acuciantes no solo económicamente. En materia social, la sociedad se halla jaqueada por la inseguridad, la desocupación y la droga. A pocos días de que 2017 se convierta en pasado, sería oportuno que en la cena de Nochebuena se conversara en familia sobre estos y otros asuntos que generan incertidumbre y sobre valores que se han ido perdiendo, como la intolerancia, la falta de respeto a la ley y al prójimo, acerca de la necesidad de recrear en forma constante la solidaridad, el diálogo. Uno de los problemas más serios que minan los cimientos de una familia es la incomunicación, la soledad que experimentan muchos jóvenes, cuyos padres están siempre trabajando -paradójicamente para generar un mejor bienestar familiar, y que se convierten en el blanco preferido de los comerciantes de la droga.

Desde hace un tiempo circula por las redes sociales un texto atribuido al monje benedictino Mamerto Menapace en el que hace un balance de lo vivido. En uno de sus párrafos, señala; “tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tienen que ver con la inteligencia espiritual. Tratemos de dosificar la tecnología y demos paso a la conversación, a los juegos ‘antiguos’, a los encuentros familiares, a los encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras familias. Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo, habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino que con la actitud con la cual enfrentemos lo que nos toca...”

A la hora de comer, pensemos en aquellos hogares donde esta Nochebuena no habrá comida ni regalos, en los indigentes, en los ancianos que han sido abandonados por sus parientes en asilos. La Navidad está expresada en la humildad, la sencillez del amor, la esperanza, es la posibilidad de limpiarse el alma, de barajar y dar de nuevo, de encontrarse con sí mismo, con el otro, de agradecer lo que se tiene, recordando que sin afecto y sin salud, de poco o nada sirven las cosas materiales.