“Mamá: yo no soy un súperheroe, soy una leyenda”.

A Carolina Amante le parece estar escuchando todo el tiempo esas palabras de su pequeño Nahuel. Han pasado casi 11 meses en los que tuvo que resignarse a no tener más los abrazos del niño de siete años. Solo hay un motivo por el que el dolor inmenso que siente a veces es un poquito más leve: le reconforta pensar que los ojos de su hijo siguen mirando el mundo y que de esa manera sus sueños no se truncaron del todo.

Tiene un oso de peluche blanco entre sus brazos. Lo acaricia. “Se llama Rafael y era el favorito de Nahuel”, aclara Carolina, que es enfermera especializada en neonatología. Pese al sufrimiento más profundo, que es perder un hijo, ella pensó que podía convertir eso en un acto de amor y esperanza para otras familias que seguramente la estaban pasando mal.

Antes de empezar a contar por qué decidió donar los órganos de su hijo y salvar así la vida de ocho niños, la mamá recuerda los últimos instantes junto a Nahuel, aquel jueves 11 de enero pasado. “Estaba muy emocionado y feliz porque comenzaba la colonia. Tenía malla y toalló nuevo. Buscamos el protector solar y lo llevé al club. Tres horas después, toda esa ilusión se convirtió en tragedia”, resume.

Nahuel era hijo único. Había pasado a segundo grado. Sufrió un episodio de ahogamiento en la pileta de Prensa Club mientras participaba de su primer día en la colonia de vacaciones.

Falleció un día después en el Hospital de Niños. “Desde que me dieron la noticia de que estaba grave y lo vi en la terapia supe que no iba a sobrevivir. Fue el momento más triste de mi vida; no lo había pensado; pero nunca dudé en donar los órganos. Es más, mi miedo era que le fallara el corazón antes de que se decretara la muerte cerebral y que entonces sus órganos no se pudieran donar”, rememora.

Si bien en un principio Carolina sintió que ese acto se debió a un pensamiento egoísta (“quería que siga viviendo en otras personas”) ella ahora puede mirar más allá y saber que tomó la mejor decisión: “estoy segura de que vino a este mundo con un fin y que no murió en vano”.

“Nunca más seré madre y aprenderé a sobrevivir con este dolor incalculable. Porque en parte yo morí con él; me arrancaron lo más importante de mi vida”, explica con los ojos húmedos, pero con una paz que sorprende. “El era la alegría de este hogar”, rememora.

De alguna forma, Nahuel siempre fue un superhéroe. Desde que nació tuvo que pelearla porque llegó prematur al mundo. Eso no le impidió crecer sano y fuerte. Mucho menos convertirse en una leyenda. No solo porque salvó ocho vidas. Sino también porque su historia inspiró otros gestos solidarios y ayudó a marcar un record histórico de donación de órganos este año. “Fue algo contagioso. Me llamaron papás de distintas partes del país para contarme cómo lo que me pasó con mi hijo los inspiró a tomar la misma decisión”, cuenta, orgullosa.

Confiesa que cuando esté un poco mejor de ánimo le gustaría dar su testimonio a padres a los que les toque pasar por la misma situación.

“Que sepan que si yo, con todo mi dolor pude, ellos también podrán”, resume.

El doble

En nuestra provincia se duplicaron las donaciones en lo que va de 2018. Aldo Bunader, titular del Centro Único Coordinador de Ablación e Implante - Tucumán (Cucaituc), especificó que nuestra provincia encabeza el ranking de donantes por millón de habitantes: 32,64. Esta cifra es dos veces más alta que la media nacional, de 14,32 donantes por millón de habitantes. Además, el hospital Padilla se destaca como el sitio donde más donaciones se producen a nivel nacional.

En lo que va de este año hubo 54 donantes reales en Tucumán. Esta cifra es un 40% más alta que la de 2017 y el doble de la de 2016. Hace falta mirar el registro 10 años atrás para entender mejor lo que pasa: en 2008, por ejemplo, hubo solo ocho donantes en la provincia.

Bunader señaló que, en general, 2018 se encamina a ser un año récord en todo el país. Hubo una marca histórica en el número de trasplantes, con 1.499 operaciones. Estas cifras se consiguieron en gran parte tras la sanción de la nueva ley de donación y trasplante N° 27.447 (conocida como ley Justina, en honor a Justina Lo Cane, la nena de 12 años que murió esperando un corazón). La norma, aprobada en julio, permitió fortalecer el sistema de procuración y agilizó y simplificó los procesos de donación y trasplante.

Una de las modificaciones claves es que se eliminó el consentimiento familiar para la figura del donante presunto. Si bien en Argentina la figura del donante presunto existe desde el 2005, en aquel momento se había consensuado que en caso de no existir voluntad expresa de la persona fallecida, se debía pedir un testimonio a la familia. El pedido de esa firma en ese momento dramático, como es la muerte de un ser querido, se traducía en un 40% de oposición a la donación.

En la actualidad, según esta ley, todos los argentinos mayores de 18 años somos donantes salvo que especifiquemos lo contrario. “Hoy a los familiares se les informa que por ley, si la persona mayor de edad no registró su voluntad de no donar, se convierte en posible donante”, especificó Bunader.

Al respecto comentó que en nuestra provincia muy pocas personas registraron su negativa a la donación de órganos (para hacerlo hay que ingresar al portal del Incucai y firmar de manera digital una nota o pueden dirigirse personalmente la sede del Cucai Tucumán, en Las Piedras 1.111).

“Lo ideal sería que no haya lista de espera para trasplante”, evalúa Bunader. Hoy hay 176 tucumanos en esa situación. La gran mayoría espera durante varios años. Aunque seamos más solidarios las estadísticas no nos favorecen: es mucho más probable que cualquiera de nosotros necesite un órgano a que lo podamos donar.