Se describen como un grupo pequeño, radicado en el Proimi (Planta Piloto de Procesos Industriales Microbiológicos, dependiente del Conicet) con una prehistoria que encuentra huellas entre 2008 y 2009, pero consolidado en 2011. Se dedican a hacer “cosas útiles” y amigables con el medio ambiente usando residuo de la agroindustria.

Lo forman profesionales jóvenes: una ingeniera química (Paola Manfredi), cinco biotecnólogos (Claudia Pereira, Horacio Pisa, Andrés Morales, Johan Hero y Pablo Soraire) y una bioquímica. Ella es Alejandra Martínez, directora del proyecto y también profesora de Microbiología General e Industrial, de la Facultad de Ciencias Exactas de la UNT. Y a poco de iniciadas las explicaciones, que todos van complementando, los divide con humor en dos grupos: “azucarados” y “alcohólicos”. Y todos ríen: ¡nada parece ser dietético allí!

Bagazo, hojas y despuntes del cañaveral, cáscara de arroz, tallos de quínoa, salvado de trigo... Eso que casi nadie quiere sacar a relucir sus propiedades de la mano de estos científicos: a partir de la misma materia base (residuos) y con un procedimiento similar (utilizando enzimas para degradarlos), parte del grupo produce bioetanol, alcohol que se usa como combustible y que no contamina; lo logra a partir de la celulosa, un carbohidrato. La otra parte del equipo logra obtener unos azúcares complejos del grupo de los oligosacáridos (llamados xilanos) que son alientos prebióticos.

“Son un alimento funcional; no lo digerimos, pero beneficia al organismo porque estimula el crecimiento de bacterias que habitan en nuestro intestino y son fundamentales, porque modulan la flora intestinal”, es la síntesis que logra el grupo cuando trata de explicar fácil lo difícil. Añaden que estos prebióticos se agregan a los alimentos, y que una de sus virtudes es que enriquecen la microbiota intestinal con bacterias de los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium.

Biorrefinería

Los “alcohólicos”, se dijo, producen combustible a partir de la celulosa de las fibras en un marco de aprovechamiento integral de la materia prima, lo que implica reducir al mínimo la generación de residuos y apuntalar el desarrollo sostenible.

“Se llama etanol 2G (de segunda generación) porque se obtiene de residuo agrícola. Si se manejan cifras ‘estrechas’ todavía es un poco más caro que otros combustibles; pero porque nadie cuantifica los costos inmensos que genera la contaminación”, es la nueva -y contundente- síntesis aclaratoria que logra el grupo Y se explica, inmediatamente, que parte de la investigación consiste optimizar el proceso y bajar los costos. Uno de los problemas es que las enzimas son importadas. Y sin ellas, “la magia transformadora” no se puede llevar a cabo.

PRIMERA FASE. Johan Hero busca obtener los azúcares luego de que se separaron las fibras de los residuos.

Cómo se hace

Tanto “azucarados” como “alcohólicos” siguen un mismo proceso básico: primero tratan las fibras de sus residuos, con técnicas físicas y químicas, para “abrirlas”, esto es, que quede “a mano” el carbohidrato que cada uno necesita: xilanos y celulosa, respectivamente.

La segunda etapa es clave: utilizando las enzimas, que son proteínas capaces de romper enlaces químicos, logran obtener azúcares simples. Estos, en el caso del etanol, por medio de levaduras, fermentarán.

En aras de optimizar el proceso, el equipo está en busca de enzimas locales, que no sólo evitarían la importación y abaratarían los costos, sino que -en contexto con financiamiento para la producción de ciencia- hasta podrían ser exportables.

Cepario

Lo cierto es que fueron armando y enriqueciendo una suerte de banco de microorganismos de entre los cuales seleccionan los más eficientes. Para obtener enzimas estudian en la naturaleza microorganismos que se alimentan de carbohidratos vegetales y tienen, en consecuencia, esa capacidad para romper enlaces químicos que se necesita en el laboratorio. Tienen identificados, guardados y clasificados más de 500, y 60 ya demostraron su utilidad.

Los estudian a nivel molecular para desentrañar cómo y cuándo producen las enzimas. Y a estas también, para combinarlas en cócteles, de manera que se tornen más eficientes. Por fin, con las que demuestran ser más hábiles, llevan adelante procesos para mejorar la calidad de producción, como el clonado y la purificación (especialmente los xilanos, que serán usados para producir alimentos).

El entusiasmo es grande. Tanto “azucarados” como “alcohólicos” están obteniendo, a pesar de la escasez de recursos -resaltan-, muy buenos resultados en el laboratorio. Y saben que son resultados útiles tanto para la industria alimentaria como para destilerías e ingenios.

Pero, aunque el entusiasmo no desaparezca, son conscientes de que sin financiamiento este aporte a un proyecto de economía circular sostenible de base biológica -urgente a nivel planetario para combatir el ya casi irreversible calentamiento global- quizás no pueda salir del laboratorio tucumano. Y que tampoco es imposible que Tucumán termine perdiendo recursos humanos y desarrollos tecnológicos que costó mucho generar... y que se los lleve algún otro país.