Por Juan José Fernández
PARA LA GACETA - CÓRDOBA
Los chicos de ayer podían concebir al libro como una alternativa de divertimento frente a un universo de opciones escasas. Una alternativa que exigía cierto esfuerzo, concentración y una gimnasia previa que permitiera disfrutar o comprender lo leído pero una opción dinámica frente a un tedio y una monotonía propios de tiempos morosos.
Los chicos de hoy enfrentan un bombardeo inédito de estímulos. En la medida en que ingresan a las redes sociales y a los múltiples puertos del océano digital, su atención es demandada por las fotos de sus contactos, los mensajes de sus amigos, las novedades de las páginas que siguen, el nuevo capítulo de su serie, los videos de los youtubers del momento. No hay descanso en la web.
La literatura tiene, a priori, pocas chances de competir por la atención en tiempos vertiginosos si su oferta se adapta a la lógica imperante. Los libros pueden convertirse en una alternativa atractiva si quienes impulsan su consumo tienen la habilidad de destacar las virtudes que contrastan con la competencia.
Leer puede ayudarnos a comprender mejor el mundo y a movernos mejor dentro de él. Las ficciones nos preparan para momentos complejos de la vida. Para el amor y el desamor, para procesar alegrías, recuerdos y desdichas. Los libros nos ofrecen la invalorable herramienta que permite expresar con claridad y énfasis lo que pensamos y sentimos. Nos brindan silencio en medio del ruido. Una pausa en medio del frenesí contemporáneo. Profundidad para esquivar la superficialidad tecnolátrica.
Las ventajas de la lectura se evidencian con modelos. Con adultos que exhiben la riqueza acumulada con el ejercicio periódico de leer. Con vidas planeadas, tamizadas y estructuradas sobre ideas aprendidas en páginas leídas. Frente a tantos que navegan siguiendo las corrientes algorítmicas de las plataformas de turno, los libros nos ofrecen un camino en el que podemos tomar el control de nuestras propias vidas.
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Juan José Fernández - Crítico literario y cinematográfico.