Dicen que Andrés Iniesta lleva dos meses pasándolo mal, que no es el mismo, que le cuesta digerir el adiós. Es la melancolía de un jugador de leyenda que llevó al Mundial buena parte de su pesada maleta. Fue el 27 de abril cuando Iniesta anunció entre lágrimas el adiós a Barcelona, la despedida del fútbol de elite, el cierre de una etapa inolvidable de su vida.

La decisión resultó extraña. Era un futbolista todavía titular indiscutible en Barcelona a pesar de sus 34 años . Además, afrontaba un Mundial desde un puesto privilegiado, como eje de España.

Tras especulaciones con el fútbol chino, finalmente se decidió por Vissel Kobe. “El proyecto es interesante”, afirmó. En el club japonés ganará casi 100 millones de dólares por tres temporadas.

Quienes le conocen dicen que lleva semanas sumido en la melancolía. Un sector de la prensa consideró que debía jugar menos y eso comenzó a molestar al futbolista. Después del partido ante Marruecos mantuvo diálogos cortantes con los periodistas. “Desde los 30 años escucho que estoy viejo”, aseguró a Radio Marca. Y añadió: “Uno sabe cómo está y lo que puede aportar. Siempre soy positivo, pero también consciente de que hay cosas que se pueden mejorar. Hay un pesimismo excesivo”.

Es inevitable sentir la sensación de que Iniesta se está despidiendo también de la selección española, de la otra parte fundamental de su vida deportiva después de Barcelona. Y lo hace en un creciente clima de desconfianza. Quizá sea la última batalla deportiva que le quede por ganar.