HUMOR

MANUAL PARA DEMOLER PROGRESISTAS

GUSTAVO BEAVERHAUSEN

(Edhasa - Buenos Aires) 

Gustavo Beaverhausen es un autor ficticio, ya también es ficticia su breve y cómica biografía que consta en la solapa de esta edición de Manual para demoler progresistas. Curioso ejemplo de que las redes sociales, si algo bueno trajeron a la discusión pública, es la aparición de un humor satírico indómito, aupado en la seguridad que brinda el anonimato.

Desde el título se aprecia que el contenido del libro gustará más a unos que a otros -según el sentimiento político que profesen-, pero a todos les debiera surgir una sonrisa al leer ciertos recursos humorísticos que el autor utiliza con efectividad: con un pie en la tradición nacional (Tato Bores, Jorge Guinzburg) y otro en la extranjera (el autor oculto seguramente ha pasado horas de su vida viendo los Simpsons y Seinfeld), la obra se lee sin interrupciones y sin adquirir un todo afectado que tire por la borda el clima satírico que se logra desde las primeras páginas.

No puede, ni debe, tomarse este libro como una verdadera herramienta para enriquecer el discurso político. Si bien el humor no está impedido para aportar ideas a una reflexión seria, el tono de Manual para demoler progresistas permite deducir que funciona mejor como un elemento incendiario o provocador que como fuente de consulta para el análisis de la historia nacional más reciente. Claro está que ello no desmerece el carácter del libro, sino que lo sitúa en el ámbito apropiado para disfrutar del humor sin avivar rencores.

Del autor se sabe que es un frecuente usuario de redes sociales, en las que deja constancia de los recursos estilísticos que se reiteran en el libro. Para quienes lo sigan en esos medios, Manual para demoler progresistas será una extensión de aquello. Y para quienes no lo conozcan, podrá ser la excusa para recorrer la última década sin solemnidades y con una sonrisa.

La circunstancia que permitirá disfrutarlo consiste en entender que, aunque las ideas que se profesen se hallen en las antípodas de las que defiende el autor, el humor político queda trunco si pretende ser diplomático o correcto. Y no hay nada peor que un chiste sin gracia.

© LA GACETA

Martín Mazzucco Cánepa