NOVELA

ENVIADA ESPECIAL

JEAN ECHENOZ

(Anagrama - Buenos Aires)

Jean Echenoz, el escritor que desde su primera novela de 1979 -Meridiano de Greenwich-, no deja de sumar libros a su producción, publicó Enviada Especial, título que marca su regreso a la ficción plena. Otro volantazo después de la trilogía Ravel, Correr Relámpagos y Relámpagos, y de 14, su acercamiento a la Primera Guerra Mundial, en donde parecía haber encontrado la fórmula para mantener a sus lectores atrapados a través de novelas breves, basadas en interpretaciones libres de biografías y hechos reales.

Con Enviada Especial, Echenoz se inserta en un policial negro con toques de comedia y escenas un tanto surrealistas que funcionan como excusa para presentar a los personajes. Su particularidad es que además de recorrer escenarios de Francia, un fragmento transcurre en Corea del Norte, a donde debe viajar su protagonista: Constance. Ella es la mujer elegida para infiltrarse en el país asiático, regido por un sistema comunista que le resulta bastante ajeno. El fin no es simple, deberá ganar la confianza de un funcionario clave para ayudar a desestabilizar el gobierno de Kim Jong-Un.

En el terreno de la ficción Echenoz juega con la verosimilitud hasta el límite de lo absurdo, hay personajes que bien podrían formar parte de la serie Superagente 86, compartir aventuras con Hércules Poirot, o aparecer en alguna película de Alfred Hitchcock, cineasta del que se declara admirador y al que homenajea en su título. El famoso director británico filmó en 1940 Foreign Correspondent y, para los más fanáticos, hay algún guiño en el libro de esa película.

En clave de parodia de las novelas de espionaje, Echenoz se da el lujo de explorar sus intereses y hablar, por ejemplo, sobre la industria de la música, representada por la figura del compositor egocéntrico Lou Tausk, que alguna vez escribió un éxito mundial de esos que vuelven millonarios a sus autores, y vive tan cómodo que ni siquiera se altera cuando su novia Constance, la intérprete más famosa de su “one hit wonder”, desaparece y le piden rescate por su secuestro. El humor negro se hace presente en momentos que podrían implicar una mayor tensión narrativa, por lo que la intriga nunca resulta tan extrema. Por otra parte, el escritor maneja un lenguaje cinematográfico que deja al descubierto, como si nos revelara el guión técnico, con los puntos de vista de una cámara imaginaria y los comentarios acerca de la historia que podría desarrollar pero que prefiere omitir. El recurso del narrador presente provoca una mayor conciencia de lo ficticio pero le suma complicidad.

Llama la atención que Echenoz haya recreado la República Popular Democrática de Corea como si hubiera pasado una temporada en la región asiática más conflictiva por estos tiempos, que se encuentra, según sus propias palabras, “bajo una dictadura terrorífica”. Pero a diferencia de su compatriota, Michel Houellebecq, prefiere mantener un perfil bajo y no generar polémica con sus declaraciones políticas, lo mejor es remitirse a los libros. En su visita a la Argentina a fines de septiembre, en el marco del Festival Internacional de Literatura (Filba) que tenía por tema principal a la violencia, contó que para darles realismo a las escenas recurrió a libros de historia, agencias de prensa, videos, música, relatos de viajeros y también de quienes huyeron del país.

Tanto en la extensa conversación que mantuvo con el periodista Pedro Rey, como en la charla que dio junto al escritor Peter Stamm, moderada por Matías Capelli, habló de sus comienzos como novelista, de los cruces de géneros con los que le gusta experimentar, y también se refirió a uno de los mayores pecados de su juventud. En un panel que tenía por título “Los equivocados”, Jean Echenoz confesó que su mayor error fue, después de su primer libro, escribir una novela corta guiado por la urgencia de la publicación. Fue su editor el que le hizo comprender que le había dado prioridad al objetivo incorrecto. Casi 40 años después, aun agradece el consejo y no parece haber olvidado el motivo que lo impulsa a sentarse delante de una pantalla y dedicar varias horas del día a su pasión por escribir.


 (C) LA GACETA

Karina Ocampo