A medida que la ciencia y la tecnología avanzan, para muchos investigadores se hace más real la frase que Antoine de Saint-Exupéry puso en boca de su célebre Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”. Nuestra provincia alberga un grupo creciente de este tipo de científicos, conducidos por la bióloga Virginia Albarracín, en el Centro Integral de Microscopía Electrónica (CIME), dependiente del Conicet. Con ellos -como se expresa en el sitio web institucional- “la revolución de la resolución microscópica se abre camino Tucumán”.

En el CIME -que espera su mudanza al Polo Científico-Tecnológico que la UNT levanta en El Manantial-, estos científicos enamorados de lo infinitamente pequeño trabajan en áreas variadas, con unos microscopios electrónicos (ME) capaces de aumentar un millón de veces el tamaño del objeto que se quiere conocer.

Luciano Martínez, bioquímico y farmacéutico, es el encargado de una de los dos grandes “ventanas a lo invisible” que están funcionando en el CIME: el microscopio electrónico de transmisión. Ignacio Busnelli, biotecnólogo, está a cargo del otro, el de barrido; cada uno tiene sus virtudes particulares. Con su apoyo, Raquel Aguirre, biotecnóloga, estudia microorganismos que viven en simbiosis con la mosca de la fruta, con el objetivo de lograr control biológico de la plaga. Enzo Maciel, geólogo, anda “a la caza” de minerales arcaicos y microscópicos que le permitan identificar tierras en donde pueda hacerse explotación de hidrocarburos. Romina Nieto es estudiante de Fotografía y trabaja como pasante en el CIME; concretamente, en el repositorio digital de imágenes obtenidas por los microscopios. Pero además transformó en hecho artístico (un libro ya publicado) un grupo de microfotografías tomadas en su propio cuerpo: algunas de las bacterias que lo habitan, muestras de piel, un cabello, una gota de sangre y un trocito de uña muestran su belleza mirados y registrados a través del ME.

Virginia y su equipo de tesistas se adentran con el ME en el mundo microbiano de ambientes poco explorados. Silvina Galán (tambiénes biotecnóloga) y Larissa Zaccher trabajan en equipo con Daniel Alonso, Luciano Portero y Federico Zannier, biólogos, estudiando microorganismos de la puna con altísima resistencia a los rayos ultravioletas, gracias a compuestos químicos que los protegen.

Daniel y Luciano buscan entender las moléculas que les permiten a estos microbios tolerar la radiación, y (aunque parezca ciencia ficción), Federico arma, gracias al ME, simulaciones que le dejan plantear la posibilidad de vida de esas características en, por ejemplo, Marte.

“Estos microorganismos son como superhéroes; sobreviven a casi todo. Y tratamos de entender cuáles son sus armas”, explica Federico.

Larisa apoya el trabajo de ambos y Silvina se dedica a mejorar la técnica y a lograr nuevos desarrollos: trabaja con diferentes niveles de aumento (que producen diferente información); prueba distintos sistemas de captura de imágenes, etc.

Servicios externos

El CIME presta servicios a investigadores de ámbitos académicos variados (a biólogos, nanotecnólogos, geólogos, biotecnólogos, arqueólogos) y también, desde hace 10 años, servicios de apoyo para investigaciones forenses. Además, hacen procesamiento de biopsias para diagnósticos de enfermedades renales y de piel, entre otras. Y prestan servicios a empresas productoras de alimentos, o metalúrgicas, en el área de control de calidad.

Para 2018 hay dos grande proyectos: la mudanza a su sede propia en el Manantial, lo que permitirá poner a funcionar equipos ya comprados pero que no cuentan con el espacio y la infraestructura necesaria, y una colaboración con el equipo de arqueología forense del Laboratorio de Investigaciones del Grupo Interdisciplinario de Arqueología y Antropología de Tucumán (LIGIAAT), concretamente en el sitio de la memoria Escuelita de Famaillá, donde funcionó el primer centro clandestino de detención de Argentina durante la dictadura. Pero eso ya es material para otra nota.