Por Alberto Binder - Jurista

Desde pequeños, Tucumán evoca una patria que nace con esfuerzo. Desde muy joven me atrapó esa historia de unos pocos hombres, reunidos en una sala más desnuda que solemne, lejos de sus pagos: a su modo muy solos, muy abandonados. Y entre ellos discutían de política, de una política llena de grandezas y de mezquindades, de intrigas y de presiones. Me asombra la imagen de esos hombres sentados discutiendo sobre nuestra organización política, sobre la constitución futura de nuestras instituciones, más que el debate sobre la independencia. Pensar una Constitución en 1816 era algo bastante cercano a la locura o producto de esa convicción profunda que tanto se le parece. Pensar repúblicas aéreas o en el aire, se quejaría Bolívar en el Manifiesto de Cartagena. Diseñar instituciones en el papel, repetirían muchos otros en el futuro, pero no ya con el espíritu de Bolívar sino con un realismo más conservador o más interesado.

Pero esos hombres, presionados por el Ejército cercano o por las facciones y las logias a las que pertenecían, pensaban en las instituciones. Decidir organizarnos como una Monarquía Constitucional o como una República Aristocrática -la época no daba otras opciones al pensamiento liberal- era algo vital, que podía influir en el curso de la guerra o en el destino personal de los que estaban sentados en esa sala pequeña. Pensar en la monarquía indígena –un estado intercultural, diríamos hoy- era de una audacia que luego se fue perdiendo.

Por eso vinculo a Tucumán con el pensamiento institucional: no con la discusión leguleya, fría y banal en el que muchas veces hemos convertido a ese pensamiento; menos aún con la retórica barroca que preanuncia el incumplimiento de las leyes. Y, menos aún, con la burla de usar a las instituciones como el disfraz de los intereses de las élites: poderosos que no necesitan ni leyes ni instituciones para sacar su tajada de la riqueza y de la vida de todos.

Cuando digo Tucumán, pienso en la fuerza del otro pensamiento institucional, el de los pocos hombres reunidos en la casa que todos hemos dibujado, sin saber muy bien lo que allí se intentaba. Pero eso tradición no ha muerto, no pueden matarla quienes tanto la han despreciado o manipulado. Por eso Tucumán es una tarea pendiente.