Durante el último invierno, Alejandro Sánchez -alias “El Oso”-, fue el único de su especie que no decidió hibernar. Pasarse tres meses echado y durmiendo no era un plan atractivo para el arquero, por más frío que hiciera. Él necesitaba moverse para tomar lo que ayer le ratificó a LG Deportiva, “la mejor decisión de su vida”: venir a Atlético.

El 8 de agosto, y luego de varias semanas negociando, firmó contrato con el club al que ayudó -meses después- a llegar a su primera final de Copa Argentina, la segunda en un torneo de Primera en sus 115 años de historia.

El arquero entró en el segundo tiempo por el lesionado Cristian Lucchetti, justo después de que este atajara un penal en medio de un vendaval rosarino. Parecía difícil igualar esa actuación pero los dos penales que atajaría en la serie (incluido el definitivo) lo erigirían en la figura conjunta del equipo. Para la organización de la Copa Argentina, incluso, fue el mejor y terminó llevándose el trofeo característico de cada partido.

“Sin el ‘Laucha’ no hubiésemos llegado a penales. Fue un tiempo para cada uno. En el suyo estuvo bárbaro”, calificó el porteño. Y pese a que Lucchetti se merecía la mitad de ese trofeo de grueso vidrio, fue justo también que el “Oso” se lo llevar a su casa. Detrás de ese reconocimiento -como suele pasar- había detalles no conocidos y muchos merecimientos.

Y no solo porque no se haya quedado hibernando entre junio y septiembre sino porque viene esquivando la comodidad desde siempre. En realidad, Sánchez nunca fue como los otros osos. Más allá de la altura, brazos y piernas largas le permitieron atajar esos penales que ningún oso podría atajar.

“Habíamos visto penales pateados por Central antes del partido”, cuenta sobre un momento clave en su vida así como en la de Atlético: los momentos previos a la definición por penales.

Ya cambiado, Lucchetti se había transformado en un asistente de Ricardo Zielinski y aconsejó a Sánchez. “Con el ‘Laucha” hablamos sobre uno penal en particular en el que coincidimos en que debía quedarme parado porque seguro patearía al medio”, agregó. Del resto no estaban tan seguros. “Fue intuición”, dijo.

No es extraño que haya seguido a su corazón en un momento tan importante. También lo escuchó para venir a Tucumán, antes de saber que sería la mejor decisión.


MANOS MÁGICAS. Sánchez enseña sus manos a la cámara de LG Deportiva en el lobby de su departamento, en Yerba Buena, ayer por la noche.   

“Además de la oferta de Atlético tenía otras y una de ellas era muy, pero muy cerca de mi casa (reside en Don Torcuato). Para mi era muy cómodo aceptar esa pero no. Cuando apareció Atlético en mi vida, elegí lo que mi corazón quiso: venir a vivir a Tucumán”, detalla el arquero.

Nada de hibernar. Nada de comodidad. Nada de eso tiene que ver con la historia de su vida. Es que a los 17 años, vivió una de las etapas más duras. Se enteró que iba a ser papá cuando ya pisaba un escenario plagado de responsabilidades.

Había sido promovido a la Primera de Platense y se levantaba a las 6 para entrenar por la mañana. Volvía a las corridas para cursar el último año del secundario por la tarde y -como todavía no había firmado un contrato- a las 19 se subía a la moto para entregar pizzas a domicilio, hasta la 1 del otro día.

“Ser padre en ese momento fue duro, durísimo. Con mi mujer tuvimos que madurar de golpe y hacernos cargo pero le pusimos el pecho y siempre fuimos para adelante”, confesó.

Es por eso que Analía Medina, su esposa, sus hijos Melanie (12 años) y Thadeo (3) apoyaron su decisión de venir a Tucumán. Ellos entendían más que nadie el placer de esforzarse para conseguir los logros. Aunque eso implique mudarse más de 1.200 kilómetros lejos de casa, aún pudiendo estar a la vuelta del club.

“El fútbol está hecho de apuestas y nosotros apostamos venir a Tucumán. Y cuando uno siente que las cosas van a salir bien, tarde o temprano salen”, avisa. Increíblemente así fue. No porque descreamos de su teoría sino porque poco parece ser el espacio para soñar un puesto detrás de Lucchetti. El mendocino es de esos que no resigna jugar ni en amistosos y se cansó -en estos cinco años- de dejar en el banco a arqueros suplentes.

Pero Sánchez creyó y la chance le llegó y en uno de los partidos más importantes en la historia del club. Como contra Racing y como en su vida misma, tuvo que hacerlo de golpe y quemando etapas pero en ese hábitat es en el que parece responder este “Oso”.

Con un hablar pausado y tranquilo, de oso parece quedarle solo la altura y un fuerte apretón de manos, con contacto visual obligado. El resto de su personalidad merece un nuevo apodo. Algo que sea más abarcativo, como él en el arco.