Por Cristiana Zanetto - Para LA GACETA - Milán

Fue en 1977. Debieron pasar 50 años para que los EEUU, mediante declaraciones del Gobernador Michael Dukakis, reconociera el error y rehabilitara la memoria de Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, subrayando los prejuicios que habían determinado el veredicto de culpabilidad de los dos anarquistas italianos.

El 23 de agosto de 1927, Sacco y Vanzetti fueron ejecutados en la silla eléctrica por la “justicia” norteamericana considerados responsables del doble homicidio de un contador y de un guardaespaldas ocurrido durante un robo. Las razones para condenarlos se basaban en sospechas y no en hechos probados y concretos. Para nada sirvió la declaración de la persona que había confesado su propia culpabilidad y que, sin embargo, fue liberada de toda responsabilidad. El juez declaró la condena a muerte de Sacco y Vanzetti y no dudó en declararlos “bastardos”.

La captura de los anarquistas italianos y su terrible final maduraron en el marco de la llamada Red Scare (temor rojo), la campaña capilar contra los “subversivos” que las autoridades norteamericanas lanzaron entre 1919 y 1920 como respuesta al eco que había creado en todo el mundo la revolución bolchevique de 1917 en Rusia.

Desilusión

Al igual que otros cuatro millones de italianos llegados a EEUU entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, Sacco – un zapatero – y Vanzetti – un pescador – emigraron en 1908 con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida.

Al comienzo, Sacco, que renegaba de la monarquía parlamentaria italiana, se sintió atraído por las instituciones republicanas estadounidenses que, en el papel, atribuían un mayor respeto por los derechos individuales y la igualdad entre las personas. Sin embargo, rápidamente, ambos se desilusionaron. A sus ojos, l’America se reveló como lo contrario a una tierra de bienestar y de libertad. Comprendieron que se trataba de un país en donde el capitalismo desenfrenado provocaba una explotación salvaje de los trabajadores. Se adhirieron a la corriente anti-sindicalista del anarquismo. Esta elección y el rechazo a la leva, convirtieron a Sacco y a Vanzetti en blancos ideales para la cruzada gubernamental contra la izquierda radical. Pero lo que signó su tragedia fue, sobre todo, su origen italiano. Gran parte de la opinión pública pensaba que ser norteamericano era una “cuestión de sangre” y no aceptaba a los nuevos “invasores”, considerándolos étnicamente inferiores. Se pensaba que los italianos eran sucios, poco instruidos, vulgares, violentos y propensos al delito. En una hipotética “jerarquía racial”, se los ubicaba más cerca de los negros que de los blancos.

En este contexto Sacco y Vanzetti se transformaron en “chivos expiatorios” de la protesta contra los inmigrantes que no fueran de origen anglosajón. Su ejecución se configuró como una suerte de linchamiento legal, consecuencia de las medidas para limitar la inmigración desde los países no deseados, como Italia, condensadas en la Johnson Red Act de 1924, que cerró la época de la inmigración en masa.

En Italia, la historia de Sacco y Vanzetti, devino en argumento de un espectáculo teatral que tuvo un gran éxito y, luego, en 1971, fue llevado al cine en una bellísima película dirigida por Giuliano Montaldo, con la actuación de Gianmaría Volonté y Riccardo Cucciola con música de Ennio Morricone.

Hoy

A 90 años de este homicidio de Estado nos preguntamos qué ha cambiado. La pena de muerte aún existe en los EEUU y, a veces, personas inocentes la sufren. Hechos recientes demuestran que la arremetida xenófoba está en plena vigencia.

Lo que sí ha cambiado es que esta onda racista ha atravesado el océano para instalarse en las costas de Italia. Los “enemigos” son, ahora, los miles de inmigrantes económicos y los refugiados políticos africanos y asiáticos que tratan de salvarse llegando a las costas europeas.

Lo que sigue igual es que, también ahora, se trata de una guerra entre pobres; de una parte: los italianos acosados por una crisis económica que, desde el 2008, no da tregua; de la otra: los “negros inmigrantes” castigados por la explotación de los países del “Primer Mundo”, que extraen las reservas naturales de esas naciones sin dejar nada en el lugar, salvo desastres ambientales, con la complicidad de los gobiernos locales corruptos. Guerras y desempleo generalizado provocan avalanchas de personas que buscan una vida mejor.

Se dice que la historia de un país es su memoria.

La mayor parte de los países deben están enfermos de Alzheimer.

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Cristiana Zanetto - Periodista de medios escritos y audiovisuales italianos.