A 25 años de “Amused to death”, su último álbum de estudio, Roger Waters se unió con el célebre productor Nigel Godrich y dio a luz un nuevo disco. Con una atmósfera sonora que remite a Pink Floyd, la banda que integró hasta 1982, Waters realiza una descarnada lectura de la realidad política y de los males de la vida moderna, temáticas recurrentes en toda su obra.

“Is this the life we really want?” (¿es esta la vida que realmente queremos?) sale a la venta hoy en todo el mundo con 12 temas cargados del irrenunciable discurso al que Waters echó mano durante medio siglo de carrera. Lejos de las instrumentaciones virtuosas, típicas de la otra superpata floydeana -David Gilmour-, Waters crea climas intensos y angustiantes, en este caso magistralmente elaborados por Godrich, la mano detrás de joyas como “OK Computer”, de Radiohead, y “Chaos and creation on the backyard”, de Paul McCartney.

Casi como un guiño a la agrupación que integró junto a Gilmour, Richard Wright y Nick Mason, el disco es atravesado por voces y sonidos de relojes, que suelen enlazar las canciones, al modo en que ocurría en el recordado “Dark side of the moon”.

Waters sigue siendo el histriónico orador que campeaba a lo largo de “The Wall”, pero también apela a los tonos desgarradores para cantarle a un mundo que se cae a pedazos. Así pone el foco en la situación política, con alusiones a líderes “sin cerebro”, a las incursiones armadas de las potencias a los países del Medio Oriente, y al drama de los refugiados, entre otras cuestiones; como así también a la alienación, la locura y la muerte.

En detalle

El disco abre con “When we were young”, una suerte de collage sonoro, con voces que parecen pronunciar discursos y crecen en volumen e intensidad junto a un enloquecedor tic-tac. Todo se funde con un colchón de teclados, en lo que puede ser considerado el inicio de un inquietante viaje.

Un rasgueo de guitarra acústica abre paso a “Deja vu”, balada a la que se le suma un piano, a mitad de camino entre los pasajes más melódicos de “Wish you were here”. Algunos efectos sonoros y un arreglo de cuerdas le agregan dramatismo a la canción sobre el final.

“The last refugee” comienza a armarse con un groove de batería y teclados que van dando forma a una melodía, revelada con la entrada de la voz de Waters. Estos tres primeros cortes conforman una especie de introducción homogénea cuyo carácter cambia de manera radical con la cuarta canción, que presenta un tono distinto.

“Picture that” consiste en una larga diatriba política en donde Waters escupe toda su rabia. Es uno de los climas más rockeros del disco, con un tempo alto, en el que pinta una rabiosa aldea global en la que destacan Afganistán, la bahía de Guantánamo, político corruptos y “jueces sin leyes”.

Las texturas suaves regresan con “Broken bone”, una canción acústica con un aire a “Mother”. El sexto tema es el que le da nombre al disco, un lamento sobre lo soñado y lo que realmente fue, que suena a blues trunco.

“Bird in a gale” es una lunática interpretación de Waters inmersa en una pesada atmósfera rockera, en un combo que le pone sonido a la locura. Con “The most beatiful girl” vuelve el romanticismo, de la mano de un piano y un arreglo de cuerdas que oficiará de bálsamo hasta la llegada de “Smell the roses”, la canción más furiosa y lograda de todo el disco. Un poderoso ritmo bien marcado de batería, una gran interpretación vocal y la aparición de algunas guitarras distorsionadas conforman un cóctel de alto vuelo.

Como al inicio, el cierre del disco está marcado por tres canciones que, adrede, presentan similitudes, de modo que conforman un todo de tres partes. Se trata de “Wait for her”, “Oceans apart” y “Part of me died”, las cuales remiten levemente a “Nobody home”, sobre todo por el tratamiento del piano y los teclados.

De esta manera, Waters redondea quizás su disco más floydeano desde su alejamiento de la banda, con la sutil pero determinante diferencia de que prescinde del virtuosismo de sus ex compañeros. (Télam).