No se trata de un “amor adolescente”, aunque haya nacido cuando Gladys Ambray era una quinceañera. Su papá, Abraham, la llevó una tarde a La Ciudadela. Gladys recuerda que San Martín jugaba en la Liga tucumana, pero no está segura de quién era el rival. Poco o nada importa. Aquel día de 1973 se declaró enamorada del “Santo” y decidió que lo acompañaría a todas partes, juegue donde juegue.
“Me conozco el país gracias a San Martín. Al único lugar donde no viajé fue a Puerto Madryn”, cuenta a LG Deportiva. Tal es su fanatismo que la “Turca”, como le dicen, es muy consciente de que acaso deje la vida en la cancha.
De hecho, ya pasó un susto, cuando San Martín ascendió en Mendoza, en junio de 2006. El “Santo”, que jugaba la Promoción para subir a la B Nacional, había ganado 1 a 0 en Ciudadela, y había empatado 0 a 0 de visitante ante su homónimo de esa provincia. “Me dio un pico de presión, y me quedó la boca torcida. ¡Hasta (Carlos) Roldán se acercó al alambrado para ver qué me pasaba! Durante el camino de regreso a Tucumán no podía comer nada, y sólo podía beber con ‘pajita’”, recuerda. Gladys se cuida. No arriesga su salud. “Sufro de la presión. Antes de ir a la cancha tomo siempre mi pastillita para estar ‘tranqui’, pero parece que no me hace efecto”, dice, con una sonrisa. De todos modos, su familia ya sabe lo que tiene que hacer si algo le llega a suceder: “mi última pasada debe ser por la cancha”.
Una tarde de afonía
Los viajes de la “Turca” para ver a San Martín nunca se dieron en ómnibus de línea. Según precisa con orgullo, viaja en auto particular o en colectivos contratados por los propios hinchas.
Como aquel de noviembre de 1988, cuando se fue a Buenos Aires, más precisamente al barrio de La Boca. “Fue algo espectacular. En mi vida había vivido eso. Cada emoción, cada gol. Fue hermoso. Un gol tras otro. No lo podíamos creer. Fue impresionante”, cuenta, al rememorar aquel histórico 6 a 1 contra los “Xeneizes”. “Éramos un montón. En la ruta iban filas y filas de autos, de colectivos, de trafics. Y en La Bombonera, todos los hinchas de Boca terminaron resignados”, cuenta.
Ni en aquella cancha, ni en La Ciudadela, la “Turca” se siente intimidada por el entorno. “Las primeras veces que iba a la cancha me asustaba un poco porque era un ambiente muy machista. Pero ahora van muchísimas mujeres y una entra tranquila. Gracias a Dios jamás me faltaron el respeto”, afirma.
Junto con sus amigas Adriana y Susana son conocidas en La Ciudadela como “Las Tres Mosqueteras”. Suelen ubicarse en la platea Sur, detrás del banco de suplentes. Allí, promete, las verán cada partido que San Martín juegue de local.
Y desde allí, admite, se descarga. “Ahora que pusieron el vidrio cuesta un poco que me escuche el árbitro asistente”, reconoce, entre risas. Y cuenta que antes, cuando estaba el alambrado, el calvo ex arquero del “Santo” Orlando Gómez se acercaba a las “Tres Mosqueteras” para que le traigan suerte.
El regalo que no fue
Y desde ese mismo lugar vivió el histórico momento en que Iván Agudiak estampó el agónico golazo que abrió las puertas del último ascenso. “Él sale del banco a hacer el calentamiento previo a ingresar y yo le digo: ‘si hacés un gol, me lo dedicás y me regalás la camiseta’. y él me responde ‘ok’, con el pulgar. Mi amiga me avisa que faltaban tres minutos y yo le empecé a rezar a mi papá, para que lo ayude desde el cielo a convertir el gol. Él me decía que era más fácil hacer el gol en el arco de la Bolívar, porque es bajadita. Agudiak hace el gol y estalló la locura”, recuerda. Relata que quedó en la base de una avalancha, y que cuando se levantó, estaba tan dolorida que fue a ubicarse algunos escalones más arriba. “Desde ahí veo que el ‘Torito’ le da la camiseta a otra rubia que se había parado donde estaba yo”, dice.
El dolor de la avalancha le significó pasar dos semanas tomando ibuprofeno y diclofenac. Pero el sufrimiento del hincha “ciruja” va más allá del dolor físico. “Yo digo que San Martín antes era un sentimiento y ahora, un sufrimiento. Pero como se dice: si no se sufre no vale”, admite, entre risas.
Desplante en su cumple
Tanto amor siente Gladys por San Martín que incluso lo ubica por encima de sí misma. “Un domingo era mi cumpleaños. El ‘Santo’ estaba en Primera y jugaba contra Boca, en La Ciudadela. Mi familia y mis amigas habían venido a un almuerzo que hicimos en casa. Pero a las 15 me despedí. Les dije ‘chicas, lo siento pero me voy a la cancha, espérenme acá’. Y me fui. Por San Martín dejo todo. Lo amo. Ni cuando estuve embarazada dejé de ir”, afirma.
Gladys ya enfila para la cancha, para ver al “Ciruja” contra Atlético Paraná. Antes de despedirse, asegura que sus vivencias alrededor de San Martín llenarían tranquilamente un libro. Y pareciera ser que, acaso, se quedaría corta con sólo un libro.