HORARIOS DE VISITA
• Lunes a viernes de 9 a 13, en una primera etapa.

Para miles de tucumanos, el nombre de Miguel Lillo apenas remite a una calle casi escondida en el ex Abasto. O, pecando de optimistas, evoca la densidad de esa selva-jardín botánico que le aporta verdor y misterio a ese rincón del barrio Sur. El Museo Histórico Miguel Lillo, que hoy abre sus puertas en ese predio, es una oportunidad de saber de quién hablamos cuando hablamos de Miguel Lillo: no sólo muestra facetas ocultas, curiosas, del sabio y naturalista tucumano; también recrea el espíritu de un mundo que entre los siglos XVI y XIX se ensanchó gracias al aporte de los científicos viajeros europeos que inspiraron la epopeya de Lillo. Construido por la Comisión Asesora Vitalicia de la Fundación Miguel Lillo, el flamante museo está integrado por cinco salas, en las cuales, como señala Sara Peña de Bascary -asesora ad honorem en el armado del Museo Histórico Miguel Lillo y su tiempo-, los objetos ayudan a contar una historia. Tres videos apoyan la narrativa museográfica que recupera la vida de este personaje al que nada -ni lo humano ni la naturaleza- le resultaba ajeno.

Emplazado donde vivió Lillo (1862- 1931), el Museo se concretó en dos etapas: la restauración edilicia y adecuación para su nueva función, que concluyó en 2011; y la instalación museográfica que se reinició a partir de agosto de 2015, y que acaba de concluir.

Para Sara Peña, de larga trayectoria en gestión de museos (Casa Histórica y Museo de Arte Sacro, entre otros), este montaje (que realizó por invitación de Eduardo García Hamilton, presidente de la Comisión), tuvo algo especial, porque ese entorno es como su casa. Es que entre 1973 y 1977, mientras trabajaba en la biblioteca del Lillo, tomó contacto con las historias de los naturalistas que con sus crónicas viajeras hicieron conocer en el Viejo Mundo las riquezas naturales de estas tierras y la cultura de sus habitantes.

“Me hice amiga de muchos científicos e investigadores, y empecé a estudiar y a leer, en la biblioteca del Lillo- después a escribir- sobre los primeros naturalistas viajeros. Eso es lo que se puede ver en la segunda sala del museo”, relata Sara, con inocultable entusiasmo.

- ¿Cómo se armó el guión?

- Antes de llegar a Lillo, me interesaba mostrar quiénes fueron los naturalistas que lo inspiraron; los primeros naturalistas que recorren nuestras tierras desde el siglo XVI, y muchos de los cuales se radican en Tucumán, como Schikendantz y Liberani. Y llegamos a Lillo; la casa, los objetos que usó, las cosas de su vida cotidiana, el mobiliario. Es lo que llamamos “La casa del sabio”. Lillo y su tiempo, Lillo y sus estudios, su recuerdos de viaje, las cosas que le apasionaban. Y después está el Museo de Historia Natural, al cual él dedicó su vida. La sala muestra su accionar y el de sus discípulos, Schreiter y Peirano, entre otros. En cuanto al museo, conté con la ayuda fundamental de Patricia Cornejo y Esteban Alderete. También tuve el aporte de Liliana Ferrari, que nos dio fotografías que había conservado. Y el arquitecto Alberto Nicolini investigó cómo había sido la construcción de la casa.

-¿Dónde estuvieron guardados todos estos objetos?

- En muchos lugares. La Comisión Asesora Vitalicia del Lillo tenía una gran cantidad de objetos. Había muchos que parece que estaban en el interior de ese mueblecito: pastillas, remedios, frasquitos. Después hubo una tarea minuciosa de investigación sobre si habían pertenecido o no a Lillo. Y después me fui al inventario general, que se inicia en 1938, cuando ya se separa el Museo de Historia Natural del Museo Arqueológico. Se separan las pertenencias, y ahí empiezan a aparecer los objetos personales, muchos por casualidad. Por ejemplo, en una kitchenette encontré que había un altillo. Me pregunté qué había arriba: y en el fondo estaban ¡todos los libros copiadores de toda su trayectoria en el Museo de Historia Natural, al que él dedicó su vida! Casi me muero, ahí está asentado, desde 1914, todo lo que él pedía entonces al rectorado.

- ¿Cuál es la “joya de la corona”?

- La maravillosa biblioteca de Lillo. Hemos podido reconstruir parte de la biografía de una persona a través de los objetos que le gustaban, y de su biblioteca de 8.000 volúmenes, que es una de las pocas que tiene la colección Humboldt completa. Hay libros de Plinio de 1524, cartografía, libros de descubrimientos científicos de flora y fauna.

- En la segunda sala se recuerda que los naturalistas y viajeros llegan en el contexto de la presidencia de Urquiza. Eso muestra que la ciencia no está aislada del desarrollo de un país...

- Es que le interesaba a Urquiza todo el conocimiento de lo nuestro en el extranjero, para incentivar la inmigración, atraer capitales extranjeros y capacitar a los argentinos en la explotación de nuestras riquezas naturales, entre ellas la minería.

- ¿Hay algo de la personalidad de Lillo que hayas descubierto ahora?

- Sí, que era un hombre de una personalidad multifacética, al que todo le gustaba. La visión que, en general, teníamos de Lillo era la de un hombre muy serio, muy encerrado en su laboratorio. Y a través de todo lo que fuimos descubriendo para el armado del museo encontramos que era un curioso del periodismo, un enamorado de la educación. Pudimos ver, en las notas al pie de las libretas de calificaciones de sus alumnos, una relación cálida y comprometida (los califica de “queridos badulaques”). Algunos de esos alumnos integraron luego la Comisión Asesora Vitalicia. Él era un hombre muy comprometido. Y estaba tan preocupado por el destino de sus colecciones, que las dona con la condición de que una Comisión Asesora Vitalicia fuera la encargada de su legado. Pero, también pudimos ver un costado del Lillo exquisito, amante de los buenos perfumes, de los objetos bellos y de los buenos muebles, comprados en París. Lillo era un hombre que disfrutaba de todo; no era sólo el que se dedicaba a estudiar la botánica y a trabajar en su laboratorio de físico-química. Era muy puntilloso, con un afán de perfeccionismo impresionante, que yo veo en sus cartas; se ocupaba de describir hasta en el último detalle las cosas. Y eso me ayudó a descubrir con qué objetos podríamos contar la historia de una personalidad como la de él. Hay preguntas que quedan abiertas, como pensar cómo pudo armar una biblioteca tan valiosa como la que llegó a conformar. En el Rougés están por publicar todo el epistolario de Lillo. Pero, lo que más me sigue asombrando de todo lo nuevo que hemos ido revelando de Lillo fue el mapa que hizo cuando tenía 14 años, y que nos aportó el doctor (Florencio) Aceñolaza. Esa obra tan temprana, tan minuciosa, ya revela la naturaleza del sabio que maduraría después.