El fútbol volvió. Y la vuelta confirmó lo difícil que nos será recuperar la pelota. La sangre de Emanuel Balbo en la tribuna Willington del estadio Kempes limpiada el miércoles pasado apenas dos horas antes del inicio del partido Talleres-Independiente, es todo un símbolo. Ni qué decir de los silbidos de hinchas de Talleres cuando vieron a los jugadores de Belgrano que salieron a la cancha para leer un comunicado conjunto.
Los cantos de “yo no soy vigilante” y “Pirata puto” completaron la escena. Dos días después, comenzó también una nueva fecha, con polémica por el anuncio de sanción a Belgrano y la lectura, inevitable, de que es más fácil sancionar a un club del interior y más aún si ahí está el “normalizador” Armando Pérez. Y es una nueva fecha que, en el ascenso, también comenzó el viernes con otro símbolo: la suspensión de clases en una escuela especial de Isidro Casanova, de 400 pibes, ubicada a tres cuadras de la cancha de Almirante Brown. La decisión formó parte del operativo de seguridad por el partido contra Defensores de Belgrano por la Primera B. No se critica la decisión de proteger a los pibes, que es comprensible. Lo que cuesta es que sigamos naturalizando la jungla de los violentos.
En Belgrano hablan de “AFA centralista” y recuerdan que hace cinco años River sufrió apenas clausura de tribuna cuando Gonzalo Saucedo murió apuñalado en la Sívori a manos de Los Borrachos del Tablón. “Fue una burla”, dicen en Córdoba.
Claro que tiene que haber sanciones ahora. Cualquiera que sea, habrá debate y polémica. Pero seguimos sin ver que el problema excede a Belgrano. El psicoanalista Marcelo Halfon, que trabajó años atrás con Javier Castrilli en la seguridad en los espectáculos deportivos, contó el viernes pasado en el programa “Era por Abajo” (AM 1110. Radio de la Ciudad de Buenos Aires) que, por ejemplo, él elige qué coros acompaña y canta cuando va con su hijo a la cancha a ver a River. “Muchos, aunque no lo sean, cantan por ejemplo cuando aparece la barra eso de que ‘Llegan los muchachos del Tablón…’. Yo no lo hago”. Afirma que también hay violencia cuando un padre le dice a su hijo que la solución es “reprimir a estos ‘negros de mierda’”. Halfon jamás habla de “represión”. Elige la palabra “organización”.
“Siempre respondemos lo mismo: que el tema no le interesa a nadie salvo cuando matan a alguien”. Lo escribió en su Facebook Pablo Alabarces, otro especialista, investigador del Conicet que estudia el tema desde hace décadas. “Especialmente, siempre decimos que nadie repara en lo obvio”. Y lo obvio, lo muestran las imágenes del caso Balbo, es que sólo uno “inicia la acción” y que “el resto lo hacen centenares de ciudadanos ‘honestos y pacíficos’”. Que “no hay salvajes ni animales ni bestias”, sino “una lógica donde la muerte del otro es el justo castigo”. Alabarces, que también aportó su mirada desde la sociología en el equipo multidisciplinario que años atrás formó Castrilli, agregó que “fracasamos definitivamente, no hemos podido convencer a nadie”. Pero insistió en el alerta, en decirnos que seguimos sin comprender “cómo nuestro humor inclaudicable (“las gallinas de RiBer” o “los bolivianos de Boquita”) participa alegremente del crimen como normalidad cotidianeizada”.
Alabarces y Halfon nos reiteran que el crimen de Emanuel no fue precisamente violencia de barra brava. “No hay cabida para responsabilizar a aquella figura demonizada sistemáticamente y representada como el único mal de un fútbol que, más que un árbol podrido de raíz, sólo tendría un par de manzanas tan pecaminosas como indeseadas”, coincide el sociólogo cordobés Nicolás Cabrera.
“Los principales responsables son los ‘hinchas comunes’”, blindados durante décadas, dice Cabrera, “por un aura pacifista”. El sociólogo cordobés escribió la semana pasada que poco hará el fútbol para solucionar el tema si no acepta que su violencia, lejos de ser un reflejo de la violencia en la sociedad, como muchos dicen, “es estructural”. Cabrera nos pregunta: “¿por qué Brasil, México u Honduras, que tienen tasas de homicidios el doble o el triple más altas que Argentina, no tienen ni cerca una lista de muertos vinculados al fútbol tan extensa como la nuestra? Nuestro fútbol es particular, muy particular, reconocerlo sería un buen comienzo”.
Cabrera cuestiona también los operativos de seguridad, aún los más novedosos como “Tribuna Segura”, porque, afirma: “son una invitación a la violencia”. ¿Por qué, aún con la prohibición de hinchas visitantes, el año 2014 registró el récord de 17 muertos? Porque, por un lado, nos dice Cabrera, el “otro”, el “antagonista”, pasó a estar dentro de las propias filas. Y, por otro, porque se creó la figura terrible del “infiltrado”. Sin Estado presente, la barra o sus parecidos son los encargados de custodiar el territorio. Esa tribuna sin “infieles” ni colores sospechosos. Con pura lógica belicista. Es esa lógica la que debe cambiar. Una lógica que, la institución del fútbol, la concepción del negocio del fútbol argentino, sigue sin cuestionar. Porque, como escribió tiempo atrás Hernán Casciari, “teníamos un juguete” que “rompimos en mil pedazos. Y lo más triste es que no sabemos jugar a otra cosa”. Habrá que aprender a hacerlo.