Sergio Moro es el brasileño con mejor imagen pública y una de las figuras más influyentes de América Latina. El papel central que desempeñó en la megacausa de corrupción Lava Jato ya le garantiza un lugar en la historia universal de la Justicia: un lugar parecido al que ocupan Giovanni Falcone y los demás magistrados del Mani Pulite italiano. Con 44 años es considerado un héroe contemporáneo. Un campamento permanente de ciudadanos en la sede judicial de Curitiba apoya su labor. Lo que llama la atención de esta celebridad, como dijo la funcionaria nacional Laura Alonso, es que no es un jugador de fútbol ni un Papa sino un juez federal.
Moro vino a la Argentina y dio cátedra sobre lucha anticorrupción. “No hay nada peor que un juez que no cree en la Justicia”, dijo a su audiencia. Invitado por el ministro nacional Germán Garavano y el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires, el magistrado brasileño disertó ayer en la Universidad Católica Argentina (UCA), donde explicó cómo investigó el caso que terminó con la presidencia de Dilma Rousseff, que jaquea al ex mandatario Lula da Silva y cuyas repercusiones se ramifican por el continente: Argentina también está golpeada (ver texto destacado). Luego visitó a Ricardo Lorenzetti en la Corte Suprema de Justicia de la Nación. En ese encuentro al que concurrieron integrantes de la magistratura, Moro fue fotografiado con el jefe de la Justicia y Claudio Bonadio. Horas antes, aquel juez federal había procesado a la ex presidenta Cristina Kirchner, y a sus hijos Florencia y Máximo, y a los empresarios Lázaro Báez y Cristóbal López (se informa por aparte).
Especializado en Harvard (Estados Unidos), accedió a su cargo actual con 26 años y por concurso público. En 2014 asumió la investigación del Lava Jato, megacausa que desencadenó resultados extraordinarios: entre ellos consta el hecho inédito de que las empresas más poderosas de Brasil hayan pedido disculpas públicas por sus actos de corrupción. “Está marcando el camino en la región y representa lo que queremos en Argentina, donde necesitamos jueces valientes, comprometidos, independientes, transparentes y rigurosos, que no tiemblen al momento de investigar a los poderosos y de actuar como manda la Constitución. Es un ejemplo de vida y de liderazgo, y un modelo inspirador. Aplaudámoslo”, dijo ayer Alonso, titular de la Oficina Corrupción y moderadora en la UCA.
Moro habló 45 minutos exactos en portugués. Afirmó que no quería dar lección, sino compartir su experiencia (ver “Hallazgos...”). “El Lava Jato fortaleció el Estado de Derecho y la democracia en Brasil, es decir, el imperio de leyes que están por encima de los hombres”, expresó. Y advirtió que si esa regla funciona al revés, la sociedad tiene motivos para desconfiar de la imparcialidad de sus jueces. “El Lava Jato develó la existencia de una corrupción serial y sistémica”, definió. Moro calculó que había alrededor de 150 acusados entre empresarios, intermediarios y políticos: 28 imputados ya fueron juzgados y condenados. “Empezó como algo pequeño: con una investigación de cuatro lavadores de dinero”, reflexionó. Luego apareció Petrobras, la empresa más importante de Brasil. Moro dijo que, desde el primer momento, huyó del secretismo: “para avanzar fue fundamental la publicidad y la transparencia, que la ciudadanía tuviese acceso real a la investigación”.
LAS COIMAS.- “En cada contrato de Petrobras con las grandes empresas constructoras había una coima de entre el 1% y el 3% del valor del negocio. Ese pequeño porcentaje implicaba, en los hechos, millones de dólares”.
EL PODER POLÍTICO.- “Los directivos de Petrobras ‘arrepentidos’ explicaron que parte de ‘las comisiones’ era destinada a los partidos políticos”.
CUENTAS OCULTAS.- “La corrupción sistémica implica la existencia de tasas de ‘retorno’ preestablecidas y de reglas de comportamiento. Un gerente ejecutivo de Petrobras, por ejemplo, había ‘ganado’ 98 millones de dólares gracias a la corrupción: el dinero siempre estaba en cuentas secretas en el exterior”.
EL CLUB.- “Las empresas constructoras se repartían las licitaciones públicas que convocaba Petrobras. Esto era decidido en una especie de club, que resolvía quién iba a quedarse con la obra en cada caso. No había competencia real”.
EL SENADOR REINCIDENTE.- “En 2014, cuando el Lava Jato comenzó a hacerse conocido, estalló la indignación social. El Congreso abrió una comisión investigativa: el senador que ejercía como vicepresidente traicionó la confianza y aprovechó la oportunidad para exigir coimas a los empresarios implicados”.