“Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas… Buscad, pues, primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad”. (Mateo 6, 24-34).

Consideremos algunos criterios:

• El texto de Isaías nos invita a descubrir, a través de las imágenes de las «aves del cielo y los lirios del campo», la ternura del amor de Dios, que tiene el signo más acabado en el amor de la madre a su hijo.

• Preocuparse en exceso por lo material hasta inquietarse y perder el sosiego puede apartarnos de Dios. Jesucristo no rechaza el trabajo y el esfuerzo personal para realizarse y mejorar la vida social; no invita al desinterés y a la despreocupación, sino que orienta sobre el equilibrio de lo material y lo trascendente, pero dejando bien sentado que el Reino de Dios tiene valor absoluto (Ev.).

• Nuestra cultura ha eliminado cualquier valor trascendente y exagera todo lo material y terreno. Se antepone el «tener» al «ser». Hoy se ofrecen al hombre de nuestro tiempo nuevos ídolos, que hacen que Dios quede arrinconado.

• El reto que se nos presenta es el de comprobar si nuestra vida está debidamente equilibrada, reconciliada con todos los valores que el progreso pone a nuestro alcance, pero siempre que estén subordinados a los «bienes de arriba» y al amor de Dios.

Poderoso Caballero es don Dinero reza el poema de A Machado, y que mejor expresión es esta que nos señala la idolatría moderna sobre poder económico. Preguntaron al Papa Francisco como se vería su Pontificado en la historia y respondió que “se lo recordaría como quien lucho para darle el lugar verdadero a Dios frente al dios falso del dinero”. El Señor dinero ha sido la causa de muchas guerras, ambiciones y traiciones; por el dinero la humanidad ha vendido su dignidad e historia; por el dinero hemos entregado la vida de jóvenes y niños muertos por la droga; por el dinero hemos perdido el cielo. Por la ambición de dinero muchos que los tienen no generan el trabajo que el bien común exige; Pablo VI decía que “toda propiedad privada tiene una hipoteca social”. El dinero de los ricos esta para el servicio del crecimiento de la dignidad de los pobres.

El Evangelio nos ubica en la única mira definitiva: buscar el reino de los cielos y todo vendrá por añadidura, es decir busquemos ordenadamente las cosas. Analizando este texto Juan Pablo II se pregunta: Precisamente esta verdad del Evangelio, ¿acaso no está particularmente amenazada en la vida del hombre de nuestro tiempo? ¿No somos testigos de una radical transposición de la jerarquía evangélica de los valores? El servicio al dinero (en diversas formas), ¿no se enseñorea cada vez más del pensamiento, del corazón y de la voluntad del hombre, ofuscando el reino de Dios y su justicia? ¿No pierde el hombre la justa dimensión de su ser humano y de su destino, en este servicio exclusivo a lo que es terreno?.

Hay que trabajar para tener dinero pero no vivir solo por el dinero: la confianza en la Providencia siempre será el foco que ilumine las realidades.