Es el alma mater de un pueblo porque representa la música, la danza, las fiestas, las celebraciones y rituales, la literatura en sus múltiples formas (desde los dichos a la poesía), el mito, la leyenda, las artesanías, las expresiones plásticas costumbristas, la gastronomía. Pero también el folclore es “la ciencia que observa, recoge, documenta, describe, clasifica, estudia y compara las manifestaciones de la cultura tradicional del pueblo o sociedad folk para después de este análisis, realizar síntesis y exponerlas sistemática y metódicamente. Al ser una ciencia, el folklore tiene un método, un esquema de estudio y sus resultados deben exponerse en forma sistemática”, según decía el estudioso Augusto Raúl Cortazar.

La Academia Nacional de Folklore de la República Argentina viene bregando desde hace tiempo por la enseñanza del folclore en las escuelas, como una manera de reforzar el sentimiento de comunidad, como espacio de cohesión, de reproducción de valores y de pertenencia. Luego de marchas y contramarchas, la iniciativa, presentada inicialmente en el Congreso en 2013, será tratada por el Senado de la Nación en la sesión del miércoles 16. El proyecto, presentado por la senadora rionegrina María Magdalena Odarda, señala que el acceso a la enseñanza del folclore un derecho personal y social, garantizado por el Estado y que la educación y el conocimiento del folclore constituyen un bien público en razón de su aporte a la formación de la identidad y el patrimonio cultural de la nación. Propone que el Ministerio de Educación, en acuerdo con el Consejo Federal de Educación, incorporen los contenidos curriculares del folclore, como bien cultural en todos los niveles del sistema educativo nacional.

En octubre pasado, el Senado había declarado de interés de esa Cámara la labor cultural y educativa que realiza la Academia Nacional del Folklore, a través del estudio exhaustivo, promoción y progreso de nuestras ricas y muy variadas artes y disciplinas culturales folclóricas.

La inquietud por la enseñanza del folclore tiene en Tucumán antecedentes que se remontan a fines de la década de 1930. El destacado pensador tucumano Alberto Rougés escribió entonces: “para que la educación pública no siga fracasando en materia de formación cultural es necesario que se comprenda que el objetivo esencial de esta debe ser formar, en la medida de lo posible, creadores de cultura y un público para estos, capaz de apreciar la creación, de amarla y, por ahí, de incorporarla a la vida espiritual de un pueblo... ese fondo emocional y valorativo es parte esencial de la personalidad de un pueblo, hace del pasado, presente y futuro de este, un todo espiritual. En él nace el niño a la vida consciente, arrullado por canciones de cuna. El arte tradicional, gran pedagogo, le enseña luego rimas infantiles, cuentos, adivinanzas, villancicos, romancillos, el canto jubiloso, vivificante del espíritu, que el niño entona en sus juegos espontáneos, y que no se deja entrar a la escuela, para reemplazarlo por otro, extraño a la sensibilidad del alumno, que este no canta sino en clase”.

Sería interesante que nuestros legisladores se interesaran por esta iniciativa teniendo en cuenta que los tucumanos poco o nada conocen de su historia, de su patrimonio cultural. No podemos pretender que los niños y los jóvenes quieran esta tierra si no conocen su música, su danza, su literatura, sus tradiciones, porque no son objeto de estudio y crecen sin una identidad.