Una Nochebuena de soledad implacable fue el punto de inflexión para la vida de Rodolfo Itre. Su esposa y sus dos hijas habían muerto en un accidente de tránsito 14 años atrás. En esa víspera de Navidad, él llevaba cinco años jubilado y no tenía objetivos. En la habitación sombría no hubo brindis ni compañía ni guirnaldas. Comprendió entonces que debía torcer su destino: “lo que yo hacía no era vivir, era durar; entonces me compré una bicicleta y me decidí a cruzar la Argentina”. Itre eligió un nuevo camino para su vida y lo hizo siguiendo la traza de la ruta 40, el espinazo del país, la ruta que lo atraviesa en toda su extensión de norte a sur.


Itre se detiene a un costado de la ruta, en un tramo entre Colalao del Valle y Quilmes. Se dirige a Santa María, Catamarca. Lleva varias horas pedaleando y decidió tomarse un descanso. Tiene 70 años y es originario de Santa Rosa, La Pampa.


Emprendió su travesía hace seis meses y para ello abandonó el departamento que alquilaba. “La jubilación no me alcanzaba para alquilar y comer. Elegí comer y ahora la ruta 40 es mi casa”. Como quien amuebla su vivienda equipó su bicicleta con todo lo necesario para convertirla en su nuevo hogar. “Sólo me falta el inodoro -bromea-, por eso es tan pesada”.


Sentirse vivo


Sin planificación previa y dejando que la suerte lo sorprenda, el viajero atraviesa ciudades, pueblos y zonas desérticas. Aprovecha las duchas gratis de algunas terminales de ómnibus para darse un baño y se hospeda en campings, escuelas, hospitales, iglesias o estaciones de bomberos. “También debo agradecer la solidaridad de particulares que me han dejado poner la carpa en sus patios o jardines”, señala.


“Amigos de mi edad se la pasaban viendo la tele, dándoles de comer a las palomas o esperando que los hijos los visiten o los llamen”, cuenta. “Yo necesitaba hacer algo que me hiciera sentir vivo”. Y durante estos meses, además de sentirse vivo, recorrió las provincias de Córdoba, Salta, Jujuy y Tucumán.


Antes de jubilarse, Itre fue un empleado encargado de mantenimiento de instalaciones de gas, electricidad y plomería en zonas rurales. Asegura que nunca antes practicó ciclismo ni ningún otro deporte. Incluso tuvo dos ACV por picos de presión y lo tuvieron que operar en 1998 y en 2010. Su médico le recomendó que no hiciera esfuerzo físico. “Me dijo que no puedo fumar, no puedo tomar, no puedo tener sexo, no puedo tener emociones violentas. ¿Respirar puedo? Desde que viajo no tuve más problemas de presión, será porque soy feliz”.


Una familia que viaja en auto se detiene. Bajan y se acercan al ciclista que descansa apoyado sobre su bici. Le consultan si necesita algo y se ofrecen a ayudarlo en lo que precise. “Si -contesta- ¿podrían decirme dónde estoy?”. Los viajeros le informan que se encuentra a unos kilómetros de la localidad de Amaicha del Valle, luego charlan unos minutos más, se toman unas fotos y finalmente le preguntan: “¿adónde se dirige ahora, don Itre?”. El viejo sonríe con simpatía: “al horizonte”, responde. Después se despide, sube a la bicicleta y comienza a pedalear.


Sobre la línea del horizonte la figura de Rodolfo Itre se reduce. Subido al cauce de la ruta 40, el hombre se aleja confiando en la cartografía de la felicidad, esa que le asegura que no se pierde el que dibuja su propio mapa.