Huachana es una voz quichua que significa “lugar de parición”. Es el lugar donde van a parir las cabras. Silencioso y apartado. Perdido en el corazón del monte santiagueño, al norte, en el departamento Alberdi. Hasta ese paraje, salpicado con 22 casitas de adobe, sin luz eléctrica ni agua potable, llegan todos los años, cada 31 de julio, día de San Ignacio de Loyola, más de 100.000 fieles desde distintos puntos del país. Más que una peregrinación es una prueba de supervivencia que no termina al llegar al santuario de la Virgen, tras varios kilómetros de polvareda. No. El milagro es poder sobrevivir los tres o los nueve días de la novena de la Virgen de Huachana, en medio del monte.

Las carpas de los peregrinos se esparcen por varios kilómetros a la redonda del santuario, en cada patio familiar, donde los vecinos ceden los espacios sin cobrar nada, como un servicio más. Claro que, como contrapartida, venden comida y bebida a los visitantes y cobran entrada para el uso de duchas y de baños. Fuera de las 36 hectáreas del santuario se instala una feria inmensa, con un millar de locales donde se puede encontrar desde un chancho asado hasta un par de zapatillas Nike. Por las noches, como también ocurre en la fiesta del Señor de Mailín, hay baile y espectáculos artísticos. La guaracha es lo único que no distingue entre espacio sagrado y profano. El ritmo se escucha a ambos lados de la fiesta, aunque con letra diferente.

El tucumano Melitón Chávez asiste con emoción a su primera fiesta como obispo de Añatuya. Preside las misas multitudinarias y las procesiones que se abren por las calles durante dos días. Come en los campamentos donde se cocina a leña y se reencuentra con amigos tucumanos como el padre Rafael Navarro, que este año viajó con un grupo de jóvenes de la parroquia de Burruyacu. Prefiere dormir en la camioneta del obispado antes que en las carpas como el resto de los peregrinos.

Añatuya queda a 282 kilómetros de polvaredal de Huachana. El camino se abre como una herida que sangra cactus, mistoles, quebrachos, talas, churquis y toda clase de plantas espinudas. Por momentos, la vegetación se ahoga en blancos medallones de salitre. Hace mucho frío. Pero en verano, la temperatura sobrepasa los 45 grados. El agua de lluvia se junta en gruesas tinajas de barro cocido, es para beber.

Fue en esos 120 kilómetros de a pie, desde Bandera Bajada hasta Huachana, que Joaquín Ruiz Torres, sintió que le venía a la cabeza esta frase: “quiero ser sacerdote”. Fue en esos 130 kilómetros de a pie desde 7 de Abril hasta Huachana que Juan Manuel Guerrero, con dos causas de homicidio en sus espaldas, le pidió a la Virgen “fuerzas para no pecar más y para conocer a su hijo”. Huachana es también lugar de “alumbramiento”, donde nace el deseo de una nueva vida. Por eso es costumbre por la noche prender una vela en el suelo, en medio de la oscuridad del monte.