Ético y práctico. Este nuevo modelo de abogado surge en el diálogo con Martín Böhmer, un profesor de Derecho comprometido con la tarea de enseñar a pensar. Böhmer quiere cambiar la formación de sus futuros colegas desde el curioso cargo que desempeña en el Ministerio de Justicia y de Derechos Humanos de la Nación: es director de Relaciones con la Comunidad Académica y la Sociedad Civil. “Si las universidades no reúnen los estándares mínimos exigidos, es posible que pierdan la posibilidad de extender el título de abogado”, avisa Böhmer, quien llegó a esta ciudad para participar de las presentaciones del Seminario de Enseñanza Permanente del Derecho en la Universidad Nacional de Tucumán y del programa “Encuentro ciudadano para el fortalecimiento de la Justicia” en la Casa de Gobierno. Asimismo promueve la modificación de la cultura litigante y pretende, nada más ni nada menos, que abolir la chicana y reinstalar la buena fe procesal. “Necesitamos volver a sentir la majestad de la justicia”, observa.

En el centro de sus preocupaciones está una inquietud antigua que no por antigua es menos actual: cómo hacer para que los chicos recién salidos de la secundaria no naufraguen cuando llegan a la universidad. Böhmer cree que el remedio para esa frustración radica en enseñar lo que la Facultad de Derecho no enseña ni debería enseñar: “por ejemplo, cursos de comprensión y de argumentación oral y escrita, y de destrezas para la negociación, la investigación, la mediación, la entrevista y el interrogatorio”. Una demostración de que resulta imperioso inculcar este conocimiento práctico es el caso del fiscal Alberto Nisman: Böhmer afirma que las facultades no dicen cómo recolectar y valorar pruebas, y cómo controlar ese procedimiento. “Las universidades están mirando el primer año de sus carreras como nunca lo habían mirado antes. Y saben que casi necesitan profesores de secundario”, dice.

Luego pasa al capítulo de la ética profesional. En el despacho de la secretaria Carolina Vargas Aignase -espacio que esta cedió para la entrevista-, Böhmer reconoce que los abogados están entre los estamentos con peor imagen: “en las encuestas de esa clase, en general, abogados, fiscales y jueces aparecen abajo de policías y militares”.

-En definitiva, usted se propone superar los modelos del abogado “lobbista” y del abogado chicanero.

-Claro: ambos violan el código de ética que dice que hay que trabajar de buena fe, y con lealtad y verdad, y que el fin de lucro no es el principal objetivo de la profesión. La ética es condición de posibilidad del proceso: si el profesional chicanea y miente, y si hace lobby en lugar de dar los mejores argumentos, el código de procedimientos no funciona. Los plazos se alargan, los peritos no son peritos, los testigos no son testigos. Y si no funciona el proceso, tampoco funciona la Constitución.

-Pero las instituciones que deben controlar la ética de los abogados y de los jueces tienden a mirar hacia otro lado. La corporación se defiende a sí misma.

-Estoy preguntando a los tribunales de disciplina de los colegios de abogados del país si coinciden con ese diagnóstico y qué les parece que deberíamos hacer, además de enseñar ética. Sería bueno que las resoluciones sean publicitadas y que haya posibilidad de evacuar consultas sin que exista un caso concreto. Por ejemplo: ¿un abogado de la matrícula puede participar en el programa de (Marcelo) Tinelli? ¿Esto está reñido con el decoro? O plantear potenciales conflictos de intereses. Esto vale para los profesionales, pero, sobre todo, para sus clientes. En Argentina no hay una base de datos única de sanciones disciplinarias. Un abogado puede haber sido expulsado de un colegio y el otro colegio no se enteró. Estoy buscando ideas muy concretas para que empecemos a desarrollar.

-Repasemos: ¿por qué es importante observar la ética?

-La Justicia tiene dos pesadillas: que la gente no confíe en ella y que, por lo tanto, dirima como pueda sus conflictos, y que sus decisiones no sean obedecidas. Y en Argentina ya hemos visto linchamientos y desobediencia. Esta situación se revierte con creación de legitimidad, no basta con tener un título para ser legítimo. Pero en gran medida llegamos a esto por ignorancia, porque nadie nunca contó a los abogados cómo se espera que actúen. Lo interesante es que no imaginamos cómo sería si dijéramos siempre la verdad. Esto implicaría en algún punto que sólo llegarían a Tribunales las auténticas disputas y no los juicios fabricados.

-Estremece un poco pensar que quienes cumplen papeles esenciales para la paz social se hayan contaminado tanto.

-En algunos hay mala fe, pero otros sólo siguen una rutina que no ha sido sometida a crítica. Nadie se detiene a analizar las cosas que suceden. Los abogados y los jueces también la pasan mal porque están metidos en una lógica perversa y parece que no hay alternativa. Pero sí está y es cumplir las normas. Con mala fe no hay Derecho que aguante.

-Además se refuerza la consigna de que para triunfar hay que contratar al abogado con los mejores contactos.

-Un chiste muy difundido dice que un buen abogado es el que conoce la ley y que un gran abogado es el que conoce al juez. Y yo siempre digo que el segundo ya no es más abogado, sino un lobbista. El alegato de oreja es una violación de la defensa en juicio de la contraparte. Un abogado no puede estar a solas con un juez hablando de un expediente sin que esté presente la otra parte.

-Pero eso en Tucumán es moneda corriente.

-Sucede en todo el país y muchos magistrados no lo ven como un problema porque dicen que ellos son imparciales. Pero esto no sólo trata sobre ser sino sobre parecer. La legitimidad depende de la imagen que se proyecta. Si el juez juega al golf con los abogados; si comparte la cátedra con los abogados; si toma cafecito con los abogados, la gente tendrá todo el derecho de pensar que esos abogados tienen más llegada a ese juez que otros.

-¿Tal vez esto suceda porque los magistrados no se sienten observados?

-Necesitamos volver a sentir la majestad de la justicia. Los jueces son diferentes al resto de los ciudadanos. Lo siento mucho: los privilegios que gozan no son para ellos sino para la comunidad a la que sirven. Los sueldos y vacaciones responden a la idea de que están en una posición muy complicada: son como pilotos de avión.