PERFIL

Guillermo Martínez se licenció en 1984 en Matemática, en la Universidad Nacional del Sur. Luego se doctoró en Buenos Aires y completó sus estudios en Oxford. Ganador de importantes premios literarios, publicó Infierno grande, Acerca de Roderer, La mujer del maestro, La muerte lenta de Luciana B., Yo también tuve una novia bisexual y los ensayos Borges y la matemática, La fórmula de la inmortalidad y Gödel para todos (junto con Gustavo Piñeiro). Ganó el Premio Planeta con Crímenes imperceptibles, novela traducida a 35 idiomas y llevada al cine por Álex de la Iglesia. En 2014 ganó el Premio García Márquez por su libro Una felicidad repulsiva. 



Por Fabián Soberón

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

- Percibo una continuidad de argumentación entre los ensayos de La fórmula de la inmortalidad y los de La razón literaria. ¿Vos crees que hay un sistema de pensamiento en tus ensayos?

- No lo llamaría con el nombre tan ambicioso de “sistema”, sí una cantidad de convicciones sostenidas en el tiempo contra cierto nuevo sentido común de la crítica dominante y del que resumo aquí algunos trazos:

Mi sospecha de que exista algo así como un sistema de literatura argentina: esto parece históricamente más bien una cuestión de lobbies académicos y cierta pereza intelectual por incorporar lo nuevo que hace arrastrar por inercia y acumulación de papers nombres enseñados de profesores a alumnos.

Mi resistencia a pensar la literatura como una cuestión de nombres, para mí es más bien una cuestión de obras (salvo en algunos autores que se repiten idénticos a sí mismos de obra en obra).

Mi escepticismo respecto a lo que se quiere hacer pasar en nuestra literatura como vanguardia o experimentación, y que en casi todos los casos veo como repetición de ideas de hace cien años.

Mi preferencia de la noción de “originalidad” frente a la noción de lo simplemente “novedoso”.

Mi crítica a la noción de “experimentación” tal como se usa en literatura, que ha sido en general reducida al plano formal y al sacrosanto “lenguaje”, sin percibir las otras múltiples innovaciones ya realizadas o posibles en cuanto a la percepción y tratamiento de temas y sensibilidades.

Mi reticencia a la valoración automática y al escudo mágico que tiene la palabra “experimentación”, como si no pudiera haber experimentos fallidos, estúpidos o ya totalmente agotados.

Mi rechazo a la teoría del “rendimiento decreciente” y mi defensa de una literatura que vaya por mayor complejidad frente a lo ya escrito, en vez de angostarse en procedimientos de abstracción y abandono.

Mi defensa de una literatura creativa y del mundo autónomo de la ficción frente a una literatura reactiva o programática.

Mi afirmación de la obra en particular frente a mandatos teóricos genéricos que se proponen dominarla y dirigirla.

Mi desacuerdo con los clichés despectivos con que alguna crítica quiere desembarazarse de varias literaturas. A la ironía vulgar (contra la trama) “¿A quién le importa el cuentito?” “¿Quién quiere otra novela?” opongo la actitud de Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio, que repone la consideración dialéctica de los opuestos. En particular, a mí sí me importa el “cuentito” cuando, por supuesto, tiene elementos de originalidad. En particular, yo sí quiero otra novela, si me dice algo sobre la experiencia humana que no había considerado antes, o si me sorprende de algún otro modo.

Mi preferencia por una crítica apegada al texto y su “erótica” tal como propone Susan Sontag. Y por el regreso a una crítica de valores (que de todos modos no dejó nunca de hacerse por lo bajo, sin dar razones, en la elección de los nombres incorporados o silenciados).

Mi rechazo a la endogamia y el amiguismo en la crítica literaria. Mi esperanza de que la valoración de la literatura argentina no quede en mano de críticos que son a la vez escritores, y por lo tanto jueces y parte.

- En tu libro sostenés que, según una especie de sentido común de un sector del campo literario, los escritores de culto deben tener un elemento oscuro o patético, suelen acumular rechazos de grandes editoriales, los libros deben ser inaccesibles y no deben tener éxito de ventas. ¿Por qué crees que tiene éxito este “catálogo” implícito de los escritores de culto?

- Por la misma razón que tiene éxito el ocultismo en general o las teorías conspirativas: la necesidad del ser humano de “darse importancia”, como ha dicho Aira, de percibirse a sí mismos como parte de un grupo de iniciados, en posesión de un conocimiento de difícil acceso, y separados de la ingenuidad del vulgo. También, como digo en ese ensayo, por el aura de cursilerías que se arrastran desde el romanticismo sobre la relación entre vidas tormentosas y obra, y que debería hacer pensar a estos supuestos entendidos que la ingenuidad no está toda de un solo lado.

- De alguna forma, en tus ensayos se perfila un modo de “mensurar” y de pensar cuáles son los valores de una pieza literaria. ¿Por qué te interesa pensar estos valores?

- Creo que se ha abandonado en estos años el pensamiento dialéctico, me interesa reponer algo de la complejidad que supone considerar los contrarios, a la manera en que piensan Italo Calvino en Seis propuestas para el próximo milenio, o Todorov en Crítica de la crítica. También, como dije antes, la crítica de valores nunca fue en realidad abandonada, permanece en la sombra, como la crítica que no osa decir su nombre, pero que decide finalmente a quién se lee y a quién no. ¿Por qué no intentar entonces explicitar estos criterios?

- Hay dos ensayos sobre la figura y la escritura de tu padre. En uno de ellos sostenés, siguiendo a Hegel, la idea de que el hijo, aunque borre o anule la influencia del padre, lo lleva a pesar suyo. Yo he pensado que el parricidio es una acción que forma parte de un momento en la vida de un escritor. Pero que, quizás, después, el parricidio puede ser abandonado como proyecto voluntario. ¿Te parece que es una figura cómoda y mecánica de la juventud?

- Martin Amis lo ha llamado en uno de sus ensayos “la voluntad de poder”. Muchas veces hay una admiración involuntaria en estos intentos “parricidas” y la lucha se dirige contra el escritor que más se parece a lo que uno quisiera ser (el propio Amis contra Ballard). Igualmente no creo que todos los escritores jóvenes pasen por este estadio, también está muy presente en la vida literaria la figura de los padrinos o madrinas literarias, con sus diversas sumisiones (Beatrice, Beatrice…).

- Los ensayos realizan “ejercicios de esgrima”. ¿Cómo ves el estado de la polémica en la literatura argentina? ¿Te parece saludable? ¿Crees que se ha perdido?

- No hay actualmente muchas polémicas. Como dijo en la presentación Eugenia Zicavo, será quizá porque los escritores nos cruzamos en demasiadas fiestas, y siempre es un poco incómodo pelearse, aún por cuestiones simbólicas. Las polémicas me parecen interesantes cuando los contendientes tratan de tomar en cuenta sin disminuirlo el razonamiento del otro, pero en general el movimiento de las polémicas es hacia la caricatura, hacia la sospecha psicoanalítica (lo que se discute no es realmente lo que se quiere discutir) o hacia el insulto.

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