En una campaña presidencial tradicional, los candidatos que alcanzan mayores éxitos basan su pretensión al liderazgo en la nobleza de su espíritu. Alcanzan alturas poéticas. Se dedican a elevarle el ánimo a la gente, no a rebajarla.
Pero no es el caso de los contendientes republicanos más avanzados en esta alocada campaña por las primarias. Han dado muestras de petulancia sin reservas y son ruines sin asomo de vergüenza.
Los que no los apoyan son unos fracasados (según la declaración de Donald Trump) o son paganos sin dios (más o menos lo que decreta Ted Cruz). Quieren convencernos de que insultar a los demás es decir la verdad, de que ser mezquinos significa audacia y ser vanidosos quiere decir que son hombres de convicciones. O sea, ser odioso es el carisma de hoy en día.
“Pónganse la armadura completa de Dios”, se dice que exhortó Cruz a los voluntarios de su campaña en vísperas de Año Nuevo. “Ningún presidente que no inicie el día de rodillas será apto para ser el comandante en jefe de este país.”
“Llegará el momento en que tengamos que hacerle frente al hecho de que hay dos aspirantes que podrían destruir la bancada republicana por toda una generación si llegan a ser los candidatos oficiales”, advirtió Josh Holmes, ex jefe de gabinete del líder de la mayoría del Senado, Mitch McConnell.
Desde el momento en que Trump anunció su candidatura, eligió una boca sucia en lugar de una lengua cautivadora, y un número sorprendente de estadounidenses consideraron la vulgaridad como forma de franqueza.
Desde el momento en que Cruz llegó al Senado federal, eligió la diatriba en lugar del trabajo en equipo, y así se volvió “tan odiado que ni uno solo de los senadores republicanos lo apoya cuando pide una votación”, analizó The Times.
Pero lo que les repele a los senadores republicanos en cierto modo es lo que atrae a los votantes republicanos, según las encuestas. Muchos analistas explican todo esto en términos de una poderosa rabia entre los estadounidenses. Y aseguran que lo que están haciendo Trump y Cruz es simplemente canalizarla y darle voz.
Pero eso no es precisamente cierto. La rabia puede tener una dimensión noble -como reacción a las injusticias- y ni Trump ni Cruz proyectan nobleza.
Cuando Trump dijo a sus rivales en el debate que eran feos e impopulares, o cuando se burló de la incapacidad física de un periodista, no lo hizo por sentir rabia. Lo hizo sólo porque es un imbécil.
Cruz parece animado más por el desdén que por la rabia. Buena parte de su discurso, como es también el caso de Trump, se caracteriza por una mala intención que es a veces adolescente e hiperbólica.
Él ha prometido que “arrasará con bombas” partes del Medio Oriente. Y no desperdicia la oportunidad de contar el chiste sobre la diferencia entre las langostas y los reguladores: “No se puede combatir a los reguladores con pesticidas”, grazna
¿Quién necesita poesía cuando domina el escarnio?