Le hubiese alcanzado con una hora diaria en el set para hacer su trabajo. Pero Rogelio Navarro pretendía mucho más que hacer su trabajo. Quería estar. Ver. Aprender. Involucrarse. Incluso si la consecuencia lógica de todo eso fuera no descansar. “Creo que, en las cinco semanas que duró el rodaje, apenas dormí dos horas por día. Filmábamos de noche; yo me quedé todas. Disfrutamos mucho de la experiencia y creo que eso se nota: se nota en la película y en el entusiasmo que generó en el público”.
Navarro habla de “Kryptonita”, el filme de Nicanor Loreti que se estrenó en los cines comerciales hace 10 días y del que participó como productor. “Fue una de las películas en la que más sentí una comunión entre los actores y el equipo atrás de cámaras. La locación fue el San Martín, un hogar para ancianos que depende del gobierno porteño. Una de sus salas sufrió un incendio hace tiempo y nunca fue reconstruida. Allí filmamos. Nos pasamos días limpiando el lugar, acondicionándolo, y luego se volvió una especie de casa. A veces los actores ya habían terminado su parte y podían retirarse, pero en cambio preferían pasar un tiempo más ahí”, recuerda el joven, que llegó a “Kryptonita” como integrante de la productora Crudo Films.
“Creo que la fuerza de la historia reside en que no hay una intención de exportar a los superhéroes estadounidenses sino que la idea es generar una particularidad local. Tanto la película como la novela de Leonardo Oyola en la que está inspirada quieren generar una especie de gramática propia para temas que Hollywood trata con presupuestos millonarios y efectos especiales zarpados. En ningún momento hay una deuda con el cine extranjero”, analiza.
Actores que actúan
Navarro nació en Tucumán, pero se mudó a Buenos Aires en 2011 para trabajar en cine, la gran mayoría de las veces como productor. Hasta ahora. El proyecto que tiene actualmente entre manos, y por el que ha visitado la provincia hace dos semanas, es el primero en el que asumirá el rol de director. “Notas en rojo” -tal el nombre de la película- pretende, según su ideólogo, “problematizar los términos de la representación” actoral. Esto se traduce básicamente en que los personajes de la historia son actores y están filmando una película. “Sobre todo -cuenta el director-, me interesaba pensar en los actores cuando no actúan. Un rodaje es siempre un paréntesis en el que uno convive con un grupo durante varias horas al día, varias semanas. Después eso termina y esa gente no se vuelve a ver, y comienza una incertidumbre. ‘Notas en rojo’ contempla eso: cuando el rodaje ficticio termina, los actores encarnan diferentes tramas”.
Hay una tercera dimensión que Rogelio incluye en su ópera prima, relacionada con la vida real del elenco convocado. Muchos de los derroteros o de las características de los personajes han estado determinados por las variables de la cotidianidad de los actores. De hecho, lo que apuró al director a concretar el rodaje fue la urgencia real y tangible de que una de las actrices decidió mudarse a España. En la película, esa contingencia es contemplada y el personaje también se va Europa. Otro de los personajes viaja a Tucumán -la visita de Navarro fue para ver las locaciones en las que rodará el mes que viene-: “se verá mucho de Raco o San Javier. La idea es vincular la ciudad con áreas menos urbanas y tener con ambas una misma mirada. No caer en el costumbrismo por estar filmando un área bucólica o en el urbanismo por hacerlo en una ciudad”.
Los productores ejecutivos locales de “Notas en rojo” son Martín Falci y Mariano Santillán, de 47 Planos.
Desvíos
Además de los que plantea en su guión y trama, “Notas en rojo” contempla desplazamientos en su modalidad. Por un lado, tiene escenas filmadas en 35 mm (“en algún momento eso se dejará de hacer definitivamente y me parecía interesante pasar por la experiencia”) y, por el otro, su director ha decidido deliberadamente no recibir subsidios del Incaa. “Se pueden hacer películas sin estar subsidiado, aunque no rechazo hacer una película de esa manera. Está buena la posibilidad de combinar (las producciones) fuera y dentro del sistema, ir y venir con libertad. No hay que pensar que una película se hace exclusivamente con mucha plata y un sistema que te protege y apoya el lanzamiento. El Incaa fija ciertas pautas: un pago en cuotas o que se dé inicio al rodaje en determinado momento, por ejemplo. No son en absoluto exigencias obtusas, pero yo sentía que esta película exigía más libertades. El desvío, hacer una película con poco presupuesto, es igualmente interesante”.
Hay, más allá del dinero destinado a las producciones, una convicción que reconforta a Navarro: la gente las verá. “El público está interesándose por otros cines; hay películas muy chiquitas hechas entre amigos que ahora están circulando por festivales en países muy distantes -señala-. Estamos en un momento en que los filmes tienen exhibición y en ese sentido me siento protegido, porque para eso existen”.