“Una noche, un poco apurado, me tomo un taxi. El taxista me ve subir y noto que, en un primer momento, se asusta. Pero después se le pasa. Le indico la dirección y en el camino me pregunta si nos podíamos desviar cinco minutos. Acepto y cambia de rumbo. Me llevó hasta su casa para presentarme con toda su familia. Estuvimos conversando un rato y me invitó a quedarme a comer y a tomar algo. ¡Yo estaba apuradísimo, tenía que llegar a mi casa! Así que me llevó y me dijo: ‘de ahora en más, tenés un nuevo amigo y un taxista de confianza. Contá conmigo para lo que sea”.
Paulo, un brasileño de casi dos metros de alto recuerda la anécdota con su sonrisa blanca fosforescente encendida. Había dos opciones para interpretar la repentina invitación del taxista: sentirse una rareza digna de llevar a casa como si fuese un trofeo que se encuentra en la calle; o como una sincera y afectuosa muestra de hospitalidad. Él, aquella vez, eligió la segunda.
Entre esos dos polos transcurre la vida de los afrodescendientes que eligieron Tucumán como su nuevo hogar: desde enfrentarse a las miradas que los devoran como un plato de comida exótica hasta reconfirmar su intención de quedarse en esta tierra que los abraza como hermanos. Y en el medio de esos extremos, nada: “porque los argentinos, y sobre todo los tucumanos, pueden ser tan hospitalarios como sanguinarios con el extranjero. Creo que en ese sentido son extremistas: a todo o nada”, describe Roberto, cubano instalado en Tucumán desde hace ocho años.
El viernes pasado fue el Día de la Conciencia Negra, una excusa ideal para conocer la realidad de los afrodescendientes radicados en nuestra provincia. LA GACETA se reunió con cuatro de ellos: Paulo, Roberto, Fall (senegalés) y Eloir (brasileño). Hablaron de sus felicidades y de sus incomodidades, del trabajo y las dificultades para conseguirlo, de la calidez tucumana y de los prejuicios viejos y nuevos.
Cuatro discos recomendados
Roberto Pérez (Cuba): Gerardo Alfonso, “Los lobos se reúnen”.
Fall Madior Dieng (Senegal): Chéikh Lo, “Jamm”.
Eloir Maciel (Brasil): Emilio Santiago. “Coleção Perfil”.
Paulo Neris (Brasil): Elza Soares. “A carne”.
Sempre primavera
Eloir Maciel (brasileño, 69 años) es periodista y profesor de portugués en una universidad privada. Fall (47, senegalés) es músico y vive de tocar la percusión en espectáculos o con bandas locales. Roberto (cubano, 40) es licenciado en psicología, experto en psicología organizacional, profesor universitario y trabaja para el Ministerio de Desarrollo Social. Paulo do Rosario Neris (brasileño, 43) es artista plástico y restaura muebles antiguos, un emprendimiento que ha bautizado en su idioma natal como Sempre primavera. A todos ellos les ha costado años insertarse en el mercado laboral tucumano: no siempre es primavera para el extranjero y menos para el negro, ni siquiera cuando llega con un título profesional bajo el brazo. “Yo empecé limpiando fondos y pintando casas. Estuve mucho tiempo así, resignado a ser el negro que limpia el fondo”, recuerda Eloir. “Pero es hasta que uno levanta la cabeza y se da cuenta de que no quiere vivir de eso toda la vida, entonces empieza la búsqueda. No es fácil”, agrega.
A los senegaleses se los suele identificar con la venta callejera de oro, relojes de imitación y bijouterie. No hay en esos artículos absolutamente nada que remita a su cultura. “Lo hacen porque no tienen otra alternativa -cuenta Fall-. Todos los que venimos acá, muchos profesionales, lo hacemos para trabajar y ayudar a nuestras familias que quedaron en África. Acá nos damos cuenta de que no hay tantas opciones, a pesar de que uno haya estudiado, entonces comienza a hacer lo que hacen nuestros compatriotas, que casi siempre terminan dedicándose al comercio, que es lo mismo que hacemos allá”. “Hay una paradoja en todo esto -dice Eloir, nuevamente con humor-: trabajamos como negros y, casi siempre, en negro”.
Hermanos
“Cuando un negro ve a otro negro en la calle, no importa de dónde sea y si se conocen o no, se saludan con un ‘hola hermano’. Ellos se sienten hijos de una misma madre, que es África”, explica Verónica Medjugorac. Ella es la mujer de Paulo, con quien tuvieron al “afrotucumano” Pedro, un bebé que cada día que pasa se parece más a su papá. Verónica es técnica en Psicología Social y fotógrafa, y está realizando el fotodocumental “Tucumán también es afro”.
Pero la hermandad afro no se ejercita sólo con el saludo: los hijos del continente negro tratan de juntarse al menos una vez al mes para compartir experiencias, comidas, músicas, tragos... y en cada uno de esos encuentros hallan nuevos puntos en común. En abril, además, harán una megamuestra de la cultura negra: música, mesas panel, comidas típicas y danzas serán algunas de las propuestas.
Nuevos prejuicios
El 95% de los senegaleses son musulmanes. “Ese solo dato es motivo suficiente para que mucha gente piense que todos los negros somos terroristas en potencia. El otro día tenía la computadora en la mochila, se estaba quedando sin batería, y comenzó a emitir un pitido. ‘Pi, pi, pi, pi’ hacía y la gente en el bar me miraba con una terrible desconfianza. Eso no es otra cosa que el desconocimiento, un prejuicio moderno que se suma a los viejos prejuicios que pesan sobre la población negra”, relata Eloir, radicado en Tucumán desde hace 20 años.
Datos del Censo 2010
(hay gente de Brasil, Senegal, Cuba, Colombia y Puerto Rico, entre otros países)
Facebook: Afrodescendientes Tucumán
Mail: afrodescendientestucuman@gmail.com
Teléfono: (0381)-154144564.
Está abierta la convocatoria para quienes quieran aportar contenidos a la megamuestra de cultura afro que se hará en abril. Las propuestas pueden ser enviadas por cualquiera de esos medios hasta el 20 de febrero de 2016.