El fallo es un mazazo. En Tucumán hacía rato que el voto había perdido calidad. Los tratados internacionales a los que adhieren la Argentina y la provincia exigen que las elecciones sean genuinas y auténticas. Cuando no lo son la Justicia debe hacer ese reproche. Ayer, en su fallo, La Justicia dictaminó que el sufragio está viciado y la Junta no puede purificarlo.

El alperovichismo, que no ha respetado la calidad institucional, termina atrapado en su propia trampa. Mientras el gobernador y el vice juraron que iban a respetar la decisión de la Justicia, anoche su gente hablaba de un golpe judicial. Olvidan que una de las funciones de la Justicia es poner límite a otros poderes.

Alperovich y su equipo no tuvieron argumentos para rebatir las trampas electorales. Por eso trajeron de Buenos Aires a personas que actuaron como barrabravas al amenazar con denuncias por sedición a los jueces. Tan luego en una provincia donde encontrar responsables de ese delito demora años como ocurre con la Policía que abandonó al pueblo en 2013.

El alperovichismo demuestra que era “pirinchodependiente”. Al perder los atajos poco institucionales que se le planteaban en esa “filosofía” parece perdido y agresivo.

El fallo es tan histórico y contundente como polémico. Se discutirá en otras instancias, pero la trampa ya no será una costumbre.

Si no se resuelve todo antes del 29 de octubre Tucumán puede entrar en un vacío de poder porque no se respetó la Constitución que obligaba a dictar una ley de Acefalía. Si la Legislatura no sanciona esa norma estará alfombrando el camino a la intervención federal.