Cada tanto, muy cada tanto, en la ruta puede escucharse el silencio. O el canto de los pájaros, o el viento que sacude los árboles que desbordan de verde. Porque lo normal, lo habitual en esta zona de Tucumán, es que oír motores de todo tipo y tamaño encarnizados con el velocímetro. No parece una ruta provincial en cuyas márgenes viven cientos de familias; la ruta provincial 301, en el tramo que va desde El Manantial hasta San Pablo, parece directamente una pista de carreras donde los autos, las motos y los camiones despeinan a los vecinos que caminan por la estrecha banquina de tierra. Y a menos de 20 metros, están las casas.
Rita Toscano es joven, poco más de 30 años. Camina raro cuando sale de su casa en Ohuanta, al borde de la ruta, y se acerca a conversar con LA GACETA. Su pierna izquierda ya no responde como antes y en su espalda se ve a simple vista un bulto que en ocasiones no la deja vivir. Pero para ella, vivir es un milagro. “Yo venía en mi bicicleta de hacer unas compras. Era de noche y todavía no había tanta luz en la ruta. Cuando quise cruzar, un auto que venía sin luces y a toda velocidad me chocó. Por suerte, salí despedida, porque la bicicleta quedó enganchada debajo del auto, que la arrastró por varios metros. Encima, el conductor tenía intenciones de darse a la fuga, porque se bajó para desenganchar la bicicleta y ahí mis vecinos lo agarraron a pedradas y lo obligaron a llevarme al hospital. Si no, yo estaría muerta”, cuenta.
El de Rita es el primero de una serie de relatos de una auténtica ruta del terror. Todos los vecinos de la zona vieron imágenes imborrables, que mezclan sangre, dolor y gritos en dosis no aptas para ningún tipo de público. Ella tardó más de un año en volver a caminar, pero de lo que no puede recuperarse es del recuerdo de sus dos sobrinos, de dos meses y dos semanas, respectivamente, que fallecieron en un accidente hace cuatro años. En ese mismo accidente murió otro nene de dos años y tres se salvaron de milagro, al igual que los tres adultos que ocupaban el vehículo.
“El problema es que en la zona que chocaron (venían con sus padres en el auto y se cruzó una moto, por lo que terminaron en una alcantarilla) no hay casi vecinos que salgan a socorrer a los accidentados. Las ambulancias se demoran muchísimo. En el último accidente controlaron con reloj: una hora y media tardó en llegar”, dice Miriam Soraire, pariente y vecina de Rita.
Según ellas y otros vecinos de Ohuanta, los accidentes —siempre espantosos— son moneda corriente, pero se incrementan los fines de semana. “Acá, los domingos nos tenemos que encerrar para que los chicos no salgan a la ruta. Además está el temor de que un auto o un camión se te meta a la casa. A un hombre lo mataron así: estaba sentado en la vereda y lo chocaron. Mejoraron un poco las cosas con los lomos de burro, pero el peligro sigue grande”, agrega Luis Espeche, de 30 años.
Controles móviles
Hace algunos años la ruta se ha convertido en autovía (cuatro carriles, dos en cada sentido) desde la avenida Roca hasta San Pablo y está en perfectas condiciones. “El problema es la enorme velocidad a la que circulan. Pero nosotros, como ninguna de las vialidades, podemos hacer controles de velocidad. Eso les corresponde a los municipios o a la Policía Vial”, se excusó Raúl Basilio, titular de Vialidad Provincial, quien comparó la ruta 301 con la avenida Solano Vera o el Camino del Perú en Yerba Buena: “siempre fueron rutas, pero luego quedaron insertas en un ámbito urbano muy poblado. Accedimos a poner lomos de burro por pedidos de los vecinos, porque no se hace eso en las rutas, pero la imprudencia no podemos controlarla nosotros”, explicó el funcionario.
El personal policial de la comisaría de El Manantial concurre, en promedio, una vez a la semana a ocuparse de un accidente entre esa localidad y San Pablo. Y al menos una vez al mes se trata de una tragedia con víctimas fatales. “Es un número elevadísimo de siniestros viales, que se deben principalmente a la velocidad a la que transitan por la zona. Durante la semana hay tránsito pesado porque es un sector industrial, pero los fines de semana también hay mucho tránsito por el baile de la zona”, informó José Díaz, segundo jefe de la comisaría de El Manantial. Según él, sería necesario implementar un control fijo de la Vial en la zona de Ohuanta, ya que todos los controles, hasta Famaillá, son móviles.
La madrugada del lunes de la semana pasada se produjo el último choque en Ohuanta, donde perdieron la vida dos personas. Ni los lomos de burro, ni la señalización ni la ruta ensanchada son capaces de atenuar las imprudencias y, mientras tanto, los vecinos prefieren mantenerse dentro de sus casas.
Chocó, mató y huyó
La madrugada del 27 de julio, José Galván (50 años) caminaba por la orilla de la ruta 301 en dirección al sur, a la altura de San Pablo, cuando fue chocado por un vehículo que se dio a la fuga. Murió en el acto. Hoy, una estrella amarilla lo recuerda.