La plaza está en el ADN del peronismo. Allí nació, allí sobrevive, se siente a gusto y se manifiesta dueño del poder. Ocupar ese espacio forma parte del ritual del PJ. En una plaza vio la luz el 17 de octubre de 1945 con una sorprendente movilización obrera. Más tarde, en 1974, Perón corrió de allí a los imberbes montoneros. En ese lugar, el líder pronunciaría su memorable despedida: yo llevo en mis oídos la mejor música, que para mí es la palabra del pueblo argentino. La plaza es inevitable y trágica en la tradición peronista. No se puede concebir al peronismo sin la vinculación entre pueblo y líder sino a través de un balcón, desde una plaza desbordada. La plaza es peronista, y de nadie más. Reduccionismo extremista, pero real a la luz del militante ideologizado. Intocable como un altar, no puede ser profanada. Para el justicialismo, la plaza integra su formato político, le da sustancia al movimiento y le pone significado y magnificencia. Valida el poder, es sinónimo de revolución, allí el pueblo grita su verdad, reivindica a sus líderes y les dice presente.

En Tucumán sucedió lo increíble: el peronismo perdió la plaza, la cedió políticamente y no una vez, sino diez. La oposición la copó por culpas propias. Además, reaccionó tibia y tardíamente, aturdido, con una reunión en el PJ para replicarle al pueblo reprimido el 24. ¿Al pueblo o una parte de él? En la visión justicialista se trata de “una parte” la que salió a cuestionar el bolsoneo y a denunciar un fraude electoral: la que perdió. ¿Hay varios pueblos que se expresan de manera diferente? Si este no es el pueblo, ¿el pueblo dónde está?, se oye en estas manifestaciones. Un fanatismo que no ayuda a la tranquilidad social pero imprescindible para identificarse como tal, para validarse ante el adversario y para darle cobertura de legitimidad a las demandas sectoriales en la calle. Mal que pese, pueblo son todos; sin sectarismos, ni exclusiones. Sin grietas.

Sin embargo, hoy puede haber varias plazas. En la Argentina las hubo: del sí, del no, y hasta para aplaudir a un Galtieri que se burló del patriotismo popular. En Tucumán las hay de un solo lado, del que no se sintió representado y convalidado por el resultado provisorio de los comicios. El peronismo tucumano, ahora disfrazado de alperovichismo, dio motivos más que suficientes para la protesta contra el sistema electoral y la práctica clientelar. Hasta para llegar a la Justicia. Facilitó las excusas para apropiarse de la plaza. Es que después de ocho años de acople y de bolsoneo estalló una forma de tratar de mantenerse en el poder. Debieron pasar varias votaciones para mostrar las debilidades y las picardías del acople. En el fondo, quedó al desnudo un esquema de clientelismo como forma de gestionar el poder: institucional, porque un poder doblegó a los otros; político, porque obligó a la dirigencia a conseguir partidos -comprarlos o alquilarlos- para acoplarse; social, porque impulsó el bolsón para fidelizar indignamente el sufragio; y económico, porque centralizó en el manejo de recursos con la caja única. Premios y castigos.

En ese marco, es un golpe al corazón de la democracia que la principal autoridad provincial admita que se repartió mercadería para comprar voluntades. El reconocimiento no minimiza la culpa y el daño por señalar que el contrincante lo imitó. El sistema degeneró desde arriba. Si el jefe no cuestiona, los soldados hacen de las suyas; si el conductor no baja una línea de acción, la tropa se libera; si el que debe mandar no da el ejemplo no se puede pedir un ejército de ángeles. ¿O será que no hubo una conducción adecuada y que por eso se desmadró el sistema? O como lo están sugiriendo algunos en voz baja por la Rivadavia al 100: ¿no hubo peronismo en estos años? Lo hubo y en exceso, dirán algunos anclados a un gorilismo del siglo XX.

Las conductas dicen algo al respecto. Desde el Gobierno nacional, que otra vez busca recostarse en el peronismo para encarar los comicios -como Kirchner cuando la transversalidad no le alcanzaba para ampliar su base electoral-, tiene una mirada crítica sobre el daño que le provocó Tucumán a la causa sciolista; a la continuidad con cambios. Tratan de convencer al votante que esto no es el peronismo. Así es reveladora la frase de un justicialista al que la fortuna no lo acompañó el 23 -el bolsoneo lo perjudicó, dijo-, y que sintetizó su amargura: en 2005, sin bolsones, Alperovich metió los cuatro diputados nacionales. Una forma de decir que al peronismo, con una buena gestión, no le hacía falta caer tan bajo. Pero cayó, y un sector de ciudadanos no se lo perdonó; se lo gritó donde más le duele, en la plaza, copándola. Y lo acusó de fraudulento. Feo pecado.

Después de 2005 vino el acople en la reforma constitucional. Tras de ello el negocio de la compra y venta de organizaciones políticas. Hay responsables de que la provincia sea mirada por el país como el peor ejemplo en prácticas clientelares y de feudalismo político. Frente a ese clima adverso, el peronismo tucumano reaccionó con lentitud política -desconcertado y acicateado desde la Nación- frente a las plazas de la oposición; pero desnudó algo el lunes 31 en el plenario del PJ, no con palabras sino con gestos. No estuvieron la presidenta, Beatriz Rojkés, ni Alperovich. ¿Culpables? ¿Ausencia organizada? ¿Ausencia futura? ¿No son del palo? La imagen fue la de un triunfalismo en tensionante espera. No se anima a salir, a dar la cara. Ya llegará la hora de la plaza, a los muchachos hay que “soliviarlos”, se escuchó. El PJ aguarda que la Junta Electoral le conceda la victoria con el escrutinio final. Un triunfo que pueda festejar el “pueblo silencioso”, al que le vetaron su llegada a la plaza Independencia; el peronista. Un cántico reflejó ese sentimiento: interior, interior, interior. Desde allí, desde el Este y el Oeste salieron los votos necesarios para sacarle 100.000 de diferencia a la fórmula del ApB. Lo dice la cuenta provisoria, que alienta los cantos de victoria del oficialismo; que sigue sin festejar. Desconcertado.

¿Cómo no reivindicará el peronismo a ese pueblo del interior, el que no sale a la calle como el pueblo de la capital? Es lo sobrevoló en los discursos en el PJ. Cuál es la diferencia de un voto de la capital y otro del interior, si valen lo mismo, enfatizó Mansilla, explicitando un pensamiento descamisado: la capital es adversa al peronismo (detalle: en la capital ganó un peronista la intendencia y un radical sacó más votos para la gobernación). Los distintos oradores lo remarcaran: el peronismo es mayoría en Tucumán, y eso les duele. ¿Una reedición de capital versus interior? ¿Se admite la existencia de dos pueblos; el que perdió y que se expresó en las calles durante varios días agitando la bandera del fraude y de reclamo de nuevas elecciones; y el silencioso, el del interior que triunfó y que no grita a la espera de que sus votos sean reconocidos como iguales? El peronismo, por lo menos el lunes, deslizó la teoría de dos pueblos; el del que habla, canta y gana espacios en el plano nacional y el que se mantiene callado y en ebullición -encorsetado por la iniciativa política opositora- a la espera de que la JEP le de la razón al FpV.

Antes de la elección del 23 se decía que el ApB debía realizar una muy buena votación en la capital -diferencia de hasta 40 puntos- para emparejar y soñar con imponerse. La diferencia provisoria fue por menos. El peronismo, el lunes, no habló de fraude ni de clientelismo, sólo de número de votos. Ni mencionó el bolsoneo. Es vergonzante admitir esa práctica electoral en la agrupación. Sí habló, en cambio, Alperovich. Y siguió perjudicando al peronismo, al que se le hará difícil desprenderse del mote de dueño de lo peor de las prácticas clientelares. Por esa razón perdió la plaza en estos últimos días, y no hay forma de recuperar ese espacio público sin una mirada sospechosa sobre los móviles de los que puedan asistir para acompañar al FpV a una eventual plaza de la victoria. Al peronismo le han hecho mal, propios y extraños. Lo sacrificaron en aras de llegar al poder y de mantenerse en él. Y a cualquier costo. ¿Quién levanta ese yunque? ¿Manzur? Por más que lo acompañen 500.000 votos, como lo dijo en el PJ, la debilidad política con la que asumirá el Gobierno -si se confirma su triunfo- será un contrapeso en la marcha de su gestión.

La “mancha de ilegitimidad” que le señalan desde el PJ nacional será difícil de limpiar. Ni una plaza multitudinaria del peronismo del interior, de los que votaron al FpV, será lo suficientemente potente para contrarrestar la imagen y las denuncias de las plazas opositoras. Estas han sembrado efectivamente la duda sobre la legalidad y la legitimidad de la victoria oficialista. Esa plaza que debería ser natural, adecuada a la idiosincracia del peronismo, no alcanzará para tapar tantas desprolijidades electorales. Exigimos respeto, se dijo en el PJ; pero fue precisamente eso lo que se perdió desde la gestión: el respeto por la gente, a la que se denigró con la propuesta del bolsón por su voto. ¿Culpables? Aquellos que hicieron que el peronismo perdiera la plaza porque no pensaron en el movimiento, porque son extraños, porque apostaron a mantenerse en el poder a costa de despreciar al ciudadano. El peronismo tucumano se debe una autocrítica. Hoy, una parte del pueblo -el capitalino derrotado, según los compañeros- los acusa de ser los responsables del desquicio institucional. Y lo hace desde la plaza, lo que debe causar dolor a más de un peronista. Sin embargo, hoy su dirigencia está más preocupada porque la JEP le levante las manos.

La fórmula Manzur-Jaldo, tal vez más un poco más peronista que la de Alperovich-Juri, y pese a ganar con mayor porcentaje -si la JEP lo cierra en 54%, claro-, empezará su gestión con menos diez a raíz de la debilidad y el manto de ilegitimidad con la que deberá afrontar el Gobierno. Las plazas llenas no fueron gratis, se alzaron contra una forma de ejercer el poder, de llevar adelante una forma de gestión centralizada. El reto será mostrar que no son iguales que los que se van, que no repetirán los vicios clientelares. Pero son muchos años de institucionalización de ese modelo como para expulsarlo de un sacudón. Las diez plazas los obligará a demostrar que no son esa continuidad, que habrá cambios. Más aún, parafraseando a Juan Pablo Varsky: ni continuidad ni cambio, evolución. Será difícil despojarse del traje que vienen calzando; así como devolverle credibilidad al peronismo.