Hoy, a 50 años del nacimiento de Los Pumas, Tucumán representa una de las mayores fuentes de jugadores para el seleccionado. Esa relación inescindible tuvo su génesis hace cuatro décadas, en la figura de Julio Bach, tercera línea de Tucumán Rugby llamado a competir en el Sudamericano de Paraguay en 1975, convirtiéndose así en el primer Puma tucumano.
“La noticia me la dio Lisandro Carrizo, en aquel momento presidente de la Unión de Tucumán. Me dijo que la URT estaba a mi disposición y que confiaba en que representaría bien a mi provincia”, resume Julio aquel histórico momento. Uno del que, por cierto, no habla mucho. Ya veremos por qué.
Decisiones difíciles
Abarcar la historia completa de Julio Bach excede largamente las posibilidades de una página de diario. A modo de resumen, puede destacarse que entre su debut en la primera “verdinegra” allá por 1966, y su temprano retiro, participó de las primeras giras al exterior de varios clubes, fue capitán de Tucumán Rugby y del seleccionado tucumano, que en su época mutó del marrón al naranja actual, y del que se retiró enfrentando a los All Blacks. Ya para entonces, había vestido la celeste y blanca. Sin embargo, con 26 años y en la cima de su carrera, Julio tomó la decisión de no jugar más.
“A ver, de chico era un mal estudiante. Mi vida giraba en torno al rugby, a él le daba el tiempo que no le dedicaba a los libros. Por eso, después mis compañeros eran profesionales y yo nada. Siendo todavía muy joven, me casé y tuve una hija. En esas condiciones, mi futuro económico era incierto, así que con todo el dolor del mundo decidí abandonar el rugby para ocuparme de mi familia. Estaba dejando cuando me llamaron de Los Pumas, lo cual lo hizo todavía más difícil”, explica Julio aquella decisión, que a sus amigos e incluso a su propia esposa, María Inés Muro, les costó entender. “Ella fue mi compañera siempre y no quería que dejara. Pero tenía que hacerlo”, insiste.
Casi 40 años después, es un dolor que todavía se percibe en sus palabras y en sus gestos. “Si me hubieran llamado un año antes, quién sabe. Pero tengo una ventaja: cuando me cuesta procesar algo, me olvido, es como que me bloqueo. El problema es que con el tiempo volvieron a aflorar los recuerdos, como si hubiera pasado ayer. Otro problema que tengo es que, si bien de jugador era muy correcto, nunca me expulsaron, de público no sirvo. Me pongo nervioso y por ahí termino diciendo cosas que no corresponden. Por eso opté por no ir a ver los partidos de mi club”, añade. Otra decisión difícil de sobrellevar para un apasionado como él. “Cuando jugaba, pensaba en rugby desde que me levantaba hasta que me acostaba. Para mí era todo”, asegura.
Ser Puma hoy
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, Julio no mira con desdén la llegada del profesionalismo. “Es un gran error pensar así. Viví el rugby amateur y me encantaría que esos valores se sigan manteniendo, pero para competir al mejor nivel, tenés que dedicarte enteramente. Por ejemplo, recuerdo cuando con Tucumán jugábamos contra los Pumas, que eran casi todos de Buenos Aires y ya hacían fierros. En el primer tiempo salíamos parejos y en el segundo nos pasaban por arriba”, grafica.
Es más, reconoce que le hubiera encantado jugar en el rugby actual. “Hubiese sido un sueño. De haber podido, hubiese jugado 20 o 30 años más tarde. He visto tiempos difíciles del rugby tucumano, pero después de mucho trabajo, los clubes han crecido mucho. Cuando empecé, no había vestuarios. Nos cambiábamos en los cañaverales y había un solo grifo para los dos equipos. El rugby que yo quería era como el de ahora. Por eso me gusta mirarlo, y por dentro siento como si todavía jugase. Es una pasión que la llevaré conmigo hasta el día en que me muera”.