Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - La Habana

- ¿Qué opina acerca de las relaciones anunciadas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos?

- Es algo que nos sorprendió a todos; o a casi todos. Y ha sido como despertar de una pesadilla. Al principio recibimos la noticia con una gran euforia, ahora la vemos con más cautela pues, evidentemente, será muy difícil reconstruir una relación más o menos normal entre dos países que tienen concepciones muy diferentes de asuntos esenciales de carácter político, social, económico… Pero sería muy importante para Cuba que tuviésemos al menos una relación cordial con Estados Unidos y que, de paso, alguna vez se levantara el embargo para que el país pudiera tener una relación económica más fluida con el resto del mundo, incluido, claro, Estados Unidos.

- ¿Cree que si prosperan estas relaciones habrá cambios en el ámbito cultural de su país?

- No lo sé si habrá cambios. Pero, con independencia de lo que ocurra en esas conversaciones con Estados Unidos, creo que en la cultura cubana hay que revisar varios conceptos, como el papel del mercado en la industria cultural, el de los canales de difusión, el de los límites de permisibilidad que determinan los funcionarios, el de la apertura a las nuevas tecnologías…

- También quería interrogarlo sobre la prensa cubana, en particular, y la prensa internacional, en general.

-La calidad de la prensa cubana siempre es un tema candente, pues depende no solo del oficio más o menos elevado de los periodistas, sino del perfil y la política informativa de los medios que, en Cuba, pertenecen al Estado y reflejan las políticas del Estado, por lo que no resulta fácil, al menos en los canales oficiales, ver perspectivas que pudieran diferir de las políticamente aceptadas. En cuanto a la prensa internacional, qué decir. Hay de todo. Desde muy mala prensa amarilla hasta buen periodismo diario y reflexivo en revistas, aunque en general la tendencia ha sido hacia la vulgarización, la simplificación y la estupidización de los profesionales y de los lectores.

El último libro

- ¿Qué antecedentes tienen los cuentos que componen su último libro, Aquello estaba deseando ocurrir?

- Este libro es una especie de “antología personal” de mis cuentos salvables. Hay un relato de mi primer libro, Según pasan los años (1989): el de ese título; nueve de mi segundo volumen de cuentos, La puerta de Alcalá y otras cacerías (1997); y tres que escribí en los últimos años: La muerte feliz de Alborada Almanza, Nueve noches con Violeta del Río y Nochebuena con nieve.

- ¿Son cuentos independientes o, por el contrario, conforman un perfil general de este libro?

- Son, de alguna forma, un paseo por mis obsesiones: el tiempo, el pasado, la amistad, el amor, el exilio… con las miradas que tenía en cada momento y que han ido evolucionando, por supuesto. Pero nunca debe leerse como un todo.

- ¿Recuerda cuáles fueron los sentimientos que tuvo al escribir estos cuentos, ya que corresponden a distintos momentos de su vida?

- ¡Imagínate! Hoy no lo podría decir. Recuerda que hay cuentos escritos hace casi 30 años. Y en el libro hay de todo: desde los muy viscerales hasta los muy cerebrales, otros muy irónicos o eróticos y otros desgarrados. Quizás su escritura tuvo mucho que ver con un estado de ánimo, pero quizás tuvo que ver más con la idea que se me ocurrió.

- ¿Qué le significa la publicación de este volumen?

- El cuento fue el primer género que trabajé, el que me dio mis primeros premios literarios, el que empezó a hacerme un sitio en el ambiente literario de mi generación, todo eso en los años 80. Pero luego los cuentos se me han hecho cada vez más difíciles de concebir y escribir: solo se me ocurren historias complicadas, que necesitan del espacio de la novela para desarrollarse. Y aunque el cuento tiene la ventaja de que en una semana puedes escribirlo, conseguir un buen cuento es algo extremadamente difícil.

- Hay un cuento que me hizo reír mucho: “Nochebuena con nieve”. ¿Quería saber si se divirtió al escribirlo?

- Mucho. Es un cuento explícitamente erótico pero a la vez trata de hablar de la suerte de ciertos hombres con las mujeres. A mí siempre me ha parecido una suerte tremenda la de esos hombres que ligan con mucha facilidad… A mí me costó siempre mucho trabajo, pero tuve la suerte de hacer el mejor ligue posible: mi novia desde 1978, Lucía, mi mujer desde hace muchos años.

- “Parece que voy a pasarme la vida a prueba”, pone en boca de uno de sus personajes en La puerta de Alcalá. Como escritor, ¿siempre se está a prueba?

- En cierta forma, sí. Escribir bien es muy difícil. Encontrar una historia que sea capaz de expresar una visión de la realidad y de la vida es complicado. Y mentalizarte en que, si estás escribiendo una novela, debes trabajar en ella los próximos dos, tres años, es casi un milagro de persistencia. En el acto de escritura uno pone a prueba su capacidad de percepción de una realidad y su habilidad para darle la mejor forma posible. Porque si bien la experiencia acumulada con los años y con los libros es muy importante, cada nuevo libro es un desafío, algo que debes aprender a hacer mientras lo haces. Y, por último, está el hecho de reto: en cada nuevo libro yo me reto, trato de superarme de alguna forma, y eso es otra prueba a la que te sometes.

Un tipo nostálgico

- Hay varias escenas de sexo, con descripciones impecables. ¿Qué lugar ocupa ese tema en sus historias?

- Me interesa mucho el sexo como componente de la vida y de la literatura. Creo que mediante las relaciones que establecen las personas, ya sean amorosas o simplemente físicas, salen a la luz muchas de nuestras esencias individuales. Por otro lado, en un país como Cuba el sexo ha sido una válvula de escape de mucha efectividad, pues lo que la gente no puede encontrar en otros terrenos de la vida y la sociedad, lo expresa a través del sexo. Cuba es un país altamente sexual.

- A excepción del cuento final -El Cazador- abundan los personajes con perfil melancólico pero que, al mismo tiempo, no están resignados, sino esperanzados. ¿Coincide?

- Puede que sí, que siempre quede alguna esperanza. El ser humano se aferra a cualquier cosa para seguir adelante, para no darse por vencido. Y muchos de mis personajes, aunque derrotados por sus circunstancias, siempre encuentran algo que, en cierta forma, es una salvación para seguir insistiendo, para seguir viviendo.

- Libertad, ironía, humor, desencuentros amorosos y nostalgia son imágenes que se observan en los relatos. ¿Son temas muy presentes en usted o, por el contrario, se trata de cuestiones a las que apela sólo cuando se sienta a escribir?

- Creo que uno escribe de lo que vive, lo que piensa, lo que habla… Todas las obsesiones que aparecen en mis relatos y novelas son las de mi vida. La nostalgia, por ejemplo, es esencial a la hora de construir las historia de mi personaje Mario Conde; y a la búsqueda de la libertad dediqué toda una novela, Herejes. Pero es que yo soy un tipo extremadamente nostálgico, con una relación muy entrañable con mi pasado, y soy una persona que ha luchado mucho por tener un espacio de libertad individual en mi contexto social específico.

- Durante 2014 se me hizo habitual ver gente leyendo en las calles o en medios de transporte El hombre que amaba los perros. ¿Qué sentimiento le genera la repercusión de ese libro?

- Creo que fue un libro en el que pude reunir todas mis preocupaciones y obsesiones sociales, históricas, filosóficas y que, a pesar de ser una historia turbia y compleja, conseguí algo que ha ayudado mucho al libro y su destino: una capacidad de comunicación muy alta con los lectores y, a través de esa comunicación, un efecto de conmoción. No fue fácil escribir esa novela: la investigación previa me llevó dos años, la selección de las voces narrativas fue agónica, y encontrar el modo de narrarla, de estructurarla, fue muy complicado, pues estaba escribiendo una novela de la que el lector conocía su punto climático antes de comenzar la lectura (el asesinato de Trostki por Mercader) y yo debía arrastrarlo por las 600 páginas del libro… Lo que ocurrió después ya es otra historia: la novela ha sido muy bien acogida en casi todo el mundo, pero sobre todo en el mundo de lengua española, lo cual ha sido muy importante para mí.

Presente y futuro

- ¿Cómo definiría al momento literario y personal en que se halla?

- Un momento muy, muy complicado. En los últimos diez, quince años, he escrito cuatro novelas que han sido muy importantes para mi crecimiento literario: La novela de mi vida, La neblina del ayer, El hombre que amaba a los perros y Herejes. Todas son novelas que han ganado premios, me han acercado a un número mayor de lectores, pero, sobre todo, me han retado y me han hecho crecer como escritor… ¿Qué puedo hacer ahora? Es complicado, pues debo asumir con responsabilidad mis nuevos trabajos… Por otro lado estoy en el año en que cumpliré los 60. Entro en la tercera edad… Y, quiéralo o no, eso significa un cambio en mis perspectivas sobre el pasado, sobre el presente y, en especial, sobre el futuro, que ya no es infinito como nos parece cuando somos jóvenes.

- ¿Cuáles son sus proyectos literarios?

- Por lo pronto he arrancado una nueva novela, otra vez con mi personaje de Mario Conde. Será un libro con un cierto componente místico pero, sobre todo, con una mirada hacia rincones poco iluminados de la sociedad cubana, buscando la vida de las personas más vulnerables en una sociedad que se ha ido estratificando aceleradamente luego de años de una predominante homogeneidad.

- ¿Por qué sigue escribiendo?

- Sigo escribiendo porque vivo para escribir y vivo de lo que escribo: es mi pasión y mi oficio. Necesito decir muchas cosas todavía y mi forma de hacerlo es esta, escribiendo.

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