El 16 de Febrero de 1972 se presentaba “El Rey” en la Banda del Río Salí. El día siguiente, con el título “El magnetismo de Palito Ortega” y un contundente epígrafe, se publicaba esta foto en LA GACETA. Ortega fue la estrella rutilante de la primera generación de artistas pop de la Argentina. Junto a otros jóvenes cantantes y actores, a comienzos de los 60, dieron vida al “Club del Clan”, el programa televisivo más popular de su momento. Con 20 años, comenzó una carrera velocísima a la cima de nuestro primer imperio pop.

Pop viene de popular, de masivo, y también de algo ligero, efervescente y dulce, como esas burbujas iridiscentes que flotan en el aire y estallan en colores. Ortega tenía la virtud de encarnar esa energía con un plus de simpleza y melancolía que fascinaba a quien se le pusiera adelante. Uno de ellos fue Alberto Greco, un artista que podría pensarse que se ubicaba en las antípodas, uno de los primeros que se volcó al arte conceptual, al pop y a las formas artísticas que rompían con la tradición. El crítico y ensayista Rafael Cippolini, cuenta un par de anécdotas interesantes del encuentro entre ambos en “Contagiosa paranoia” (2007). Las dos, que tienen que haber ocurrido entre 1962 y 1964, nos dan una idea de cómo veían el mundo, de sus pequeñas diferencias y de sus ocultas coincidencias.

Palito como obra de arte

Alberto era fanático del “Rey” y de su fama. Se habían conocido en Buenos Aires, en reuniones de amigos en común. Una de esas noches le planteó que quería “exhibirlo como obra de arte (viva) en una galería comercial o en un museo”. “El ídolo quieto, con un círculo de tiza rodeándolo dibujado en el piso y para colmo firmado como si se tratara de un cuadro”. Greco lo había hecho muchas veces durante esos años, llamándolos “Vivo-Dito”, pero los hacía con gente común o con él mismo. Nunca con una estrella pop. A Palito le pareció divertido, pero el miedo y la negativa del manager terminó por imponerse y el proyecto quedó trunco.

En otro encuentro, el artista plástico le pidió a Ortega ir a uno de sus recitales. Justo esa noche había un show programado, pero Palito tuvo una advertencia, pensó que podía llegar a no gustarle. Esto no se trataba de gente bien vestida tomando una copa, mientras ríe, conversa y se acomoda el saco.

-“Mirá, donde yo canto son lugares populares, muy grandes, donde de pronto no te vas a sentir muy cómodo”.

-“Es lo que yo quiero ¡ver qué pasa, meterme entre la gente!”

-“Esta noche tengo un show, un concierto acá cerca, si querés venir”.

Cuenta Ortega, quien ya estaba en el escenario de “un club de esos populares donde se juntan normalmente 10, 15.000l personas” y que vio a Greco llegar, en el medio del recital, con un grupo de amigos. “Tengo clarísima la imagen de Alberto metido entre el público, muy cerca del escenario. Era una ola que iba y venía y Alberto en el medio de esa masa de gente que gritaba, que cantaba, que saltaba”.

Una de las máximas pretensiones del arte pop, sea en la canción popular o en las menos populares artes plásticas, es conjugar esa mezcla. Mezclarse. El arte no tiene que ser alto ni bajo. Todas las clases sociales saltan y bailan dulces y efervescentes. Pueden parecer pretensiones vanas, pero en los recitales (al menos antes del VIP) ocurrían. En el pop todas las culturas se juntan, no tanto para ser pensadas, sino para ser vividas poniendo el cuerpo. Así lo entendía Ortega y así lo entendía Greco también.