Por Alejandro Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

La escritora Beatriz Sarlo dijo alguna vez que Juan José Saer fue el más grande escritor argentino de la segunda mitad del Siglo XX. Cuando LA GACETA le pregunta por qué, responde: “Estableció una zona literaria propia. Inventó una escritura que no tributa a Borges. Ni sus tramas tributan el tipo de tramas borgeanas. En ese entonces surgieron dos líneas que se iban alejando de Borges y colocaban a la literatura argentina en otro lugar, original. Por un lado estaba Manuel Puig, quien iba hacia la cultura pop, y por otro Saer, que apuntaba a una escritura refinadísima”.

Este 11 de junio se cumplirán diez años de la muerte de Saer, nacido en Serodino, provincia de Santa Fe, el 28 de junio de 1937. Algunos no dudan en compararlo con Jorge Luis Borges y otros incluso lo colocan un escalón arriba. Fue, de todos modos, un escritor de culto: nunca tuvo llegada masiva.

Sus novelas, cuentos y ensayos fueron traducidos al francés, inglés, alemán, italiano, portugués, neerlandés, sueco, griego, checo y japonés. Actualmente se los puede conseguir en nuestro país gracias a una prolija edición de Seix Barral.

“A fines del 2012 comencé a publicar los Borradores inéditos, de los cuales llevo publicados tres libros; el cuarto y último sale este año. Con la publicación de estos cuatro libros, la obra completa de Saer estará publicada en Seix Barral. Siento que de esta forma pago la deuda por todo lo que le debo a ese amigo y autor extraordinario que fue y es Juan José Saer. Si nuestra amistad algo le aportó a la obra de Juani es que comenzó a traspasar los límites de una literatura de culto y se fue haciendo conocida más allá de los círculos universitarios o vanguardistas. Saer tiene fama de ser un autor ‘difícil’; yo creo que en realidad es un autor exigente con su lector, pero una vez que se entra en su obra, crea adicción”, anuncia y opina ante este diario su amigo Alberto Díaz, actual director editorial de Planeta.

Lo que dice respecto de la adicción es cierto. Empezar a leerlo es un viaje de ida. Ya desde las primeras páginas de cualquiera de sus libros se nota la diferencia con otros escritores. Es, a la vez, actual. Sus novelas y cuentos bien podrían haber sido escritos hace diez años o uno. Es lo mismo. Parece que el tiempo no ha pasado en ellos.

Cicatrices recomienda Sarlo para iniciarse en Saer. “Es una de sus primeras novelas, con una serie de complicaciones formales pero al mismo tiempo es una historia de adolescentes y de iniciación adolescente, que da una idea de lo que es Saer desde el punto de vista de la escritura y lo que será su mundo. Para mí es la novela por la que se puede empezar a leerlo. No es la mejor. Aunque en realidad a partir de Cicatrices todas las novelas de Saer son formalmente perfectas”, opina quien además de ser su amiga es una gran defensora de su producción literaria.

Cicatrices fue escrito en Argentina y publicado en 1969, un año después de que se radicara en París por una beca de la Alianza Francesa. Anteriormente había alternado la escritura con su docencia de Cine en la Universidad Nacional del Litoral. Pero ese viaje al Viejo Mundo, en principio por seis meses, le alteró los planes. Se quedó para siempre, más allá de que nunca dejó de visitar Argentina. Cuando se fue, lo hizo con su primera esposa, Mimi Caternao, con quien tuvo a su hijo Jerónimo. Profesor de Literatura en la Universidad de Rennes, conoció luego a Laurence Gueguén, con quien tendría una hija, Clara.

Fue a partir de los años 70 que escribió sus trabajos de mayor reconocimiento. Su novela El limonero real y sus cuentos de La mayor son de esos tiempos. Ya en los 80 aparecen, entre otros, Nadie nada nunca, El entenado, Glosa y La ocasión. Premiado y con mayor reconocimiento, en los 90 publica Lo imborrable, La pesquisa y Las nubes. Los 2000 los inició con Lugar, su último libro de cuentos publicado en vida.

Planeta lleva vendidos, desde 1994 a este 2015, más de 400.000 ejemplares en 26 ediciones y 120 reimpresiones.

“Estas cifras son muy significativas, sobre todo para un autor que no escribe para el mercado”, analiza Díaz en tiempo presente.

Sarlo destaca de Saer la “originalidad”: “En un sentido moderno, la originalidad de un escritor es aquello nuevo que propone al sistema literario o un nuevo trabajo con las tradiciones literarias”.

Saer, el amigo

¿Cuál es el primer recuerdo que le aparece si le digo “Saer”?, le pregunta LA GACETA a Sarlo. La ensayista se toma unos segundos y se lanza: “Me acuerdo vagamente de la lectura de Nadie nada nunca, durante la dictadura militar. Se publicó en México. Sigue siendo mi novela favorita de él. Aunque sé que no es su más grande novela, que supongo es Glosa. Pero en mi caso me marca por el momento de mi lectura, en medio de la dictadura militar. Además, era un libro que no podía salir en Argentina y sobre el cual, sin embargo, escribí. Después recuerdo de manera vívida la lectura original de Glosa. Estaba mecanografiado. Fue una experiencia fuerte, golpeante, leer el original de quien además fue un amigo”.

En referencia a la amistad, Díaz no olvida los detalles de ese 1985 en que se conocieron. “Él salía de la Librería Gandhi, que en ese entonces estaba en la esquina de Charcas y Riobamba. Conversamos y quedamos en vernos al día siguiente en mi oficina. Según él, nos presentó Piglia. Éste desacuerdo de cómo ambos recordábamos nuestro encuentro, por supuesto, evoca inmediatamente al Pichón Garay que en Glosa, 18 años después, está seguro de recordar que el Matemático estuvo entre los asistentes al cumpleaños de W. Noriega. Al día siguiente nos vimos en Alianza y le contraté los dos primeros libros, Glosa y El limonero real. Celebramos el contrato, y sellamos nuestra amistad yendo a almorzar a Edelweiss, costumbre que mantuvimos incólume en nuestros 21 años de amistad”.

“Al momento de conocerlo, Saer llevaba publicados en 25 años de trabajo once libros: seis novelas, cuatro de cuentos y uno de poesía. Habían sido publicados en diez editoriales distintas y seis ciudades diferentes: Santa Fe, Rosario, Buenos Aires, Caracas, Barcelona y México. De estos once libros, seis los escribió en Santa Fe, siendo Cicatrices el último escrito en nuestro país. Como todos sabemos, en 1968 Saer se radicó en Francia, y ahí, entre 1968 y 1985, escribió los siguientes cinco libros”, agrega.

Díaz explica además que Glosa fue el que inició su etapa de profesionalismo, ya que hasta entonces “Saer no había tenido una relación estable con ninguna de las editoriales que lo habían publicado”. Y se explaya: “Empieza a crecer su trayectoria como escritor, acompañada de mayores tiradas de ejemplares y de presencia en los medios de prensa no especializados. Su obra comienza a traspasar los límites de una literatura de culto y se va haciendo conocido más allá de los círculos universitarios o vanguardistas. Sus libros ya eran más fáciles de conseguir”. “En 1993 dejo Alianza y paso a Espasa Calpe - Seix Barral. Un año después sacamos Cicatrices y La pesquisa en Seix Barral-Biblioteca Breve. De ahí en más publico toda su obra: sus doce novelas, sus cinco libros de cuentos más los Cuentos Completos, donde incluye el inédito Esquina de febrero, y sus cuatro ensayos. Total, 23 libros en distintas modalidades de edición”, explica.

Tantos años de amistad, le permiten a Díaz destacar los gustos de Saer. Entre ellos, que Glosa “era el libro que más le gustaba”. Opinión que comparte, advierte. Y recuerda, además, que sus escritores preferidos eran Borges, Roberto Arlt, Antonio Di Benedetto, Juan L. Ortiz, Macedonio Fernández, Juan Carlos Onetti, Ricardo Piglia, William Faulkner, Robbe Grillet, Cervantes, Góngora y Quevedo.

El largo adiós

“¿Por qué Borges tuvo mayor trascendencia que Saer? Es difícil de contestar. Una podría decir que el momento de la consagración de Borges en Europa llega con el Premio Formentor (en 1961), que lo comparte con Samuel Beckett. Era un momento quizás ideal para que ingresara un escritor, un gran escritor latinoamericano. Luego vino el Boom, que acostumbró a los lectores europeos a un tipo de literatura latinoamericana de la América mágica, si se quiere, llena de peripecias, que es la opuesta a la de Saer. Entonces Borges ingresó (a Europa) antes del Boom, con un premio de los 60 junto con Beckett. Y Saer ingresa al sistema europeo después. Y aunque está traducido a las lenguas europeas, no es un escritor popular porque el Boom da una imagen de lo que debe ser la literatura latinoamericana para los lectores europeos”, opina Sarlo sobre los dos escritores que, como dice al comienzo de esta nota, marcaron la literatura argentina del siglo pasado.

“El viernes 10 de junio del 2005 tuvimos nuestra última charla telefónica”, refiere Alberto Díaz al hablar del fallecimiento de Saer. “Estaba internado en el sanatorio y me comentó que ya casi terminaba La grande, que sólo le faltaba el último capítulo y que lo había pensado como una coda, no muy extenso, no más de veinte páginas, y que había decidido terminar la novela con la frase ‘Moro vende’. Del último capítulo, Saer escribió en el cuaderno el título, ‘Lunes, Río abajo’, y la primera frase, ‘con la lluvia, llegó el otoño, y con el otoño, el tiempo del vino’”.

Tenía 67 años al momento de su muerte, ocurrida en París, como consecuencia de un cáncer de pulmón Fue sepultado en el cementerio del Père-Lachaise. Sobre el 11 de junio de 2005, Díaz hace memoria. Nunca es fácil hablar del adiós de un amigo. “A las 10 de la mañana, su hijo Jerónimo me llamó para darme la pésima noticia de su muerte. Partí de inmediato a París y el jueves, con la familia y otros amigos, pude despedir al amigo del alma que fue Juani. Nuestra amistad inalterable por más de veinte años se selló el día que firmamos el contrato de Glosa y El limonero real”.

“Recuerdo la tristeza con que leí en computadora La grande, cuando Saer ya había muerto y Alberto Díaz me hizo dos o tres preguntas sobre cuestiones muy de detalle que habían quedado sin tocar en el original”, dice Sarlo, una década después de aquel final.

Ahora, los diez años de ausencia son una excusa para recordar a un escritor inolvidable. Por fortuna, están sus libros. Sus geniales libros.

© LA GACETA

* Agradecimientos especiales a Lucila Ivanoski y Cecilia Pintos, de Editorial Planeta.