Con una sonrisa llenándole la cara aparece entre la foresta el doctor Juan Pablo Juliá; como la de todo el que se alegra con un bebé muy esperado. Pero en este caso la genera un bebé muy particular: un pequeño tapir, de los pocos que llegan a nacer en semicautiverio. Llegó al mundo en la Reserva Experimental de Horco Molle hace unas dos semanas. No tiene nombre, porque no ha sido “presentado en sociedad” y la tradición hace que lo bauticen los chicos que visitan el lugar, cuando lo conocen. Hace casi dos años nació otro tapir: “Nene Malo”. Era muy inquieto; por eso lo llamaron así.

Por un futuro mejor
El hecho de que nazcan estos bebés permite mantener viva la antorcha de la esperanza: quizás se pueda, gracias a ellos, recuperar uno de los mamíferos autóctonos de la yunga tucumana, de donde se había extinguido hace ya mucho tiempo.

“Los últimos registros verbales de presencia de tapires en libertad en nuestra selva son de principios de la década del 50; o sea que hace 70 años que están extinguidos”, cuenta Juliá, director de la reserva.

¿Las causas? Las conocidas: cacería indiscriminada y, por encima de todo, destrucción del hábitat por los desmontes. “La misma suerte corrieron casi todos los grandes mamíferos de la zona”, añade.

A la depredación se sumó al hecho de que son animales que tardan en alcanzar la madurez reproductiva. “Además -explica Juliá-, el tiempo de gestación es prolongado (13 meses) y sólo nace una cría por parto”. Y como el amamantamiento y los cuidados maternos se prolongan por cerca de un año, la tasa de nacimientos es baja.

Estandartes
En la Reserva de Horco Molle son “niños mimados”. “Nuestros tapires, también llamados antas, son de la especie conocida como tapir de tierras bajas (Tapirus terrestris) -explica Juliá-. Como no siempre están visibles, porque van y vienen a voluntad por la reserva, tenemos unos de cartapesta en tamaño real (un adulto y una cría). Así podemos trabajar con los chicos -y con los adultos también- que visitan la reserva y crear conciencia sobre la importancia de cuidar su hábitat”. “Y funcionan, efectivamente como estandartes: si logramos proteger un espacio tan grande como el que necesitan los tapires, estaremos preservando muchísimas otras especies al mismo tiempo”, añade. Este trabajo de generar conciencia forma parte del nuevo paradigma en el tema “conservación de las especies”. “Buscamos que la comunidad toda viva el problema como suyo; que no lo limite a una cuestión de científicos y técnicos”, explica. La razón es simple: por mucho que los especialistas estudien el problema y formulen propuestas para resolverlo, hacen falta decisiones políticas. “Y esas, como la asignación de recursos, por ejemplo, se logran básicamente por presión social”, añade.

Urgente
Esa conciencia comunitaria hace falta para concretar un plan que, por ahora, está al nivel de las conversaciones: reinserción de tapires en el Parque Nacional Campo de los Alisos. “La idea es liberar dos parejas, con colaboración de un zoológico de Salta, como para lograr diversidad genética. Pero hace falta construir un cercado de aclimatación de unas dos hectáreas (el parque tiene casi 17.000), donde permanecerán entre 45 y 60 días”, cuenta entusiasmado. Allí se podrá controlar su salud (y el de los animales de la zona, especialmente los caballos de los guardaparques) o las posibles alteraciones de la dieta (la flora no es necesariamente idéntica). “Pero lo fundamental es educar a la gente -dice antes de despedirse-; que se entienda que la caza furtiva puede dejar en la nada todos estos esfuerzos por devolverle a Tucumán habitantes que había perdido”.