Nació en San Lucas, Jujuy. Quedó huérfano y fue separado de sus hermanos cuando lo llevaron a Salta. A los 11 años aprendió a hacer ladrillos y desde esa edad, no dejó de trabajar ni un día. No sabe hacer otra cosa, asegura. No sabe de feriados, aguinaldo ni vacaciones. Trabajó muchos años en Villa Quinteros y luego descubrió que nunca le hicieron los aportes que le descontaban de su sueldo. Afincado en Cafayate, hace 34 años que viaja todos los lunes a Colalao del Valle, porque ahí hay leña, barro y greda para hacer sus ladrillos. Ahí se queda toda la semana. Con lo que gana ayuda a sus cuatro hijos y catorce nietos. Durante el invierno, cuando se detiene la producción de ladrillos, hace changas; entre otras cosas, corta leña para vender. Es aguantador para el calor, pero este último verano las altas temperaturas le resultaron difícil de soportar, por lo que arrancaba el día a las 5 de la mañana. Tomás Humberto Zabalza, de 67 años, trabaja solo: únicamente lo acompañan el sol implacable, los añejos algarrobos, una antigua radio y la eterna monotonía del moldeado del barro. De vez en cuando, cuando pasa algún auto, la ruta 40 le hace levantar la mirada.