Luego de atravesar el valle de Tafí y llegar a El Infiernillo, a casi 3.000 metros de altura, pueden observarse las majestuosas cumbres que rodean todo el valle Calchaquí. A partir de ahí comienza el descenso por la ruta provincial 307. El clima se vuelve más templado y agradable; pasando por Amaicha del Valle se llega al empalme con la mítica ruta nacional 40 y, en el kilómetro 4.306, aparece Colalao del Valle, un lugar donde la tranquilidad de sus calles y el lento paso del tiempo conquista la mirada del viajero. Quizás por eso no se sorprenda al enterarse del significado de su nombre en la lengua quichua: Colalao es “arrullo de paloma”, ese canto con el que las aves se enamoran.

Marzo es la época de la vendimia. El pueblo, de unos 1.800 habitantes, ubicado en la frontera con la provincia de Salta, tiene un movimiento más acelerado que lo habitual. Las uvas que se cosechan (malbec, cabernet y su estrella el Torrontés) serán procesadas y fermentarán en las tres bodegas que se encuentran en la zona y que, año a año, van posicionando  los vinos tucumanos en mercados competitivos y exigentes. La amplitud térmica entre el día y la noche, su clima seco, su suelo arenoso y los 1.800 metros de altura sobre el nivel del mar en los que se encuentran los viñedos, dejan un sello característico sobre las uvas y los vinos de la región de este gigante dormido de nuestra provincia

Colalao del Valle cuenta con un hospital, escuela primaria y secundaria. Los jóvenes se ven obligados a irse del pueblo por la falta de oportunidades para trabajar y progresar. La tierra es poco cultivada y la producción vitivinícola emplea poca mano de obra; aún así, cuesta conseguirla; hay quienes dicen que los subsidios pusieron en peligro de extinción la cultura del trabajo, tanto en jóvenes como en adultos. Las quejas por falta de obras para el pueblo y el turismo se multiplican en las voces de sus habitantes.