Estamos todavía conmovidos, perplejos, a partir de los atentados terroristas perpetrados en Francia al semanario satírico Charlie Hebdo y al supermercado de comidas judías Kosher, con el lamentable saldo de muerte y dolor que dejaron. Estos actos realizados por fanáticos religiosos provocan nuestra más fuerte indignación y rechazo en tanto atacan con sus secuelas de terror dos de los principios ganados por el progreso de la civilización: la libertad de decir y expresar, y la tolerancia por las diferencias. Son expresión simbólica del objetivo buscado los lugares elegidos como blanco en ambos atentados.

Esta nueva manifestación del odio y la violencia fundamentalista legitimados como venganza frente a las afrentas ocasionadas al profeta del Islam es nombrada por quienes se autoproclaman responsables de estos actos criminales como por aquellos que los condenan como una nueva guerra santa. Estos acontecimientos deben dar lugar a pensar sobre las propias tendencias tanáticas y el empuje a la segregación y el odio a nuestro semejante en lo actual de la cultura. Al mismo tiempo es necesario reflexionar acerca del fenómeno religioso y a los actos de sacrificio que le son inherentes. Más aún si advertimos que en nombre de todas las religiones se han emprendido las más feroces persecuciones y asesinatos hacia quienes eran considerados enemigos o infieles por profesar una fe diferente.

No vamos a hacer una consideración de estos hechos desde una perspectiva política, social, o ideológica, sino que nos proponemos echar alguna luz sobre las condiciones subjetivas de los fenómenos religiosos y de los actos sacrificiales que son parte estructural de los mismos. En primer término nos preguntamos ¿Cuáles son las motivaciones que determinan que un hombre al grito de “Alá es grande” este dispuesto a asesinar a otros hombres y a inmolarse en un acto sacrificial? Al mismo tiempo ¿En qué medida estos sacrificios participan de la estructura misma del fenómeno religioso?

Las religiones surgen como modo de protección providencial frente a nuestro desvalimiento como humanos. En los orígenes remotos el hombre adoraba a una multitud de Dioses que tenían que ver con los fenómenos de la naturaleza y fuerzas sobrenaturales que le provocaban temor o le otorgaban protección, como el sol, la lluvia, la fertilidad de la tierra, el embarazo, el rayo, la muerte. Más adelante y como progreso en la espiritualidad el hombre se postró y reverenció a un solo Dios, único y todopoderoso, dando forma al monoteísmo. La religión se ubica en la base misma de la cultura y viene a re-ligar al humano con lo que esta mas allá de sus límites, con aquello que escapa a su manejo y control: el dolor, la enfermedad, la muerte, el malestar de la existencia. La religión viene así a compensar al hombre de su carencia y desamparo psíquico, ayudándole a sobrellevar la vida, ofreciéndole una ilusión para mitigar su impotencia frente a la supremacía de la naturaleza y la caducidad de su cuerpo, asegurándole un porvenir más satisfactorio a su dolor de existir.

La religión establece la figura de un padre poderoso y omnipotente que ama a sus fieles y es pleno de piedad y misericordia frente a las debilidades humanas. El culto religioso viene a ligar simbólicamente a los hombres con lo sagrado, Dios, que esta más allá de sus límites. Establece una unidad en un lazo común a todos los que pertenecen al mismo credo convirtiéndolos en hermanos, en co-religionarios. Al mismo tiempo sitúa en una exterioridad a todos los que no pertenecen a la misma fe. En su extremo más absoluto los nombra como infieles hasta llegar a considéralos enemigos y descargar sobre ellos el odio y la hostilidad.

Con sus plegarias, adoraciones, súplicas, representaciones, el hombre acepta su impotencia ante los poderes superiores y hace existir lo divino en su poder absoluto, instituyendo al ser sagrado, Dios, que puede realizar lo imposible. Es el sacrificio ritual lo que constituye la materialización del pacto o alianza con lo sagrado. En el nivel mas radical del hecho religioso el sujeto se desvanece y se ofrece a Dios en sacrificio como forma de darle máxima consistencia, haciéndolo todopoderosos en oposición a la pequeñez y carencia humana. El ceremonial como forma simbólica de materialización del pacto del humano con Dios se muestra insuficiente cuando es indeterminado y es cada día mas lo que se exige para completar al Otro divino. Así puede llegarse al sacrificio de la propia vida en la cita y el encuentro con lo sagrado. El fanatismo en su extremo lleva entonces a la autoinmolación o a la destrucción del otro. El sacrificio pasa a constituir una ofrenda a “Dioses oscuros” puestos en el lugar de amos absolutos. Actos que al sujeto se le imponen como mandato y no puede dejar de realizar.

Hay una tendencia del hombre a ofrecerse a un Otro absoluto, a constituir un amo y someterse a el. Instituye así un padre todopoderoso, un gran padre ante quien adopta una actitud sumisa y masoquista. Este empuje al sometimiento y el sacrificio culmina en la desaparición subjetiva o en la destrucción del otro exterior a su religión constituido en enemigo.

A esta tendencia la humanidad le ha opuesto la racionalidad de la ciencia y los ideales culturales que se contraponen a la “irracionalidad” del oscurantismo y la fe. Constituyen intentos infructuosos frente al empuje de las pulsiones de destrucción y muerte que se manifiestan en las constantes guerras que se desatan, como en estos casos, en nombre de la fe.

Una vía posible de salida es estar advertidos de las nefastas consecuencias de sostener un Otro absoluto, con la consabida intolerancia que estos absolutos generan. Es esta la apuesta que los seres humanos debemos sostener, aún a sabiendas de lo imposible de su realización dada la tendencia pulsional mortífera que anida en cada uno de nosotros.

© LA GACETA
Alfredo Ygel - Psicoanalista, profesor de la Facultad de Psicología de la UNT.

Bibliografía:
Gerber, Daniel: El Psicoanálisis en el malestar en la cultura. Ed. Lazos. Buenos Aires.
Lacan, Jacques. El Seminario Nº 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Ed. Paidós. Bs.As.