Sergio Berenzstein - Especial para LA GACETA

¿Cuál es el valor de una manifestación popular organizada con todos los recursos del poder? El pasado sábado 13, a pesar de la copiosa lluvia, la Plaza de Mayo fue, una vez más, el escenario por excelencia del folklore político nacional. Cristina dio su discurso, casi un sermón, retando a jueces díscolos y a candidatos que no hacen lo que a ella le gustaría: haz lo que yo digo pero no lo que yo hago, o mejor dicho hice. Puesto que cuando a ella le tocó competir por el poder, lejos estuvo de seguir la receta que ahora exige. ¿Acaso el “Cristina, Cobos y vos” contiene alguna densidad ideológica o programática que no es evidente para este analista?

De cualquier forma, es cierto que decenas de miles de personas expresaron su vocación militante y su fervoroso apoyo a CFK. ¿Unas 40.000? ¿Tal vez 50.000? Mucho más de los escasos cientos que suele reunir en el Patio de las Palmeras luego de alguna de las típicas cadenas. Sin embargo, un punto de raiting de cualquier canal de cable más que duplica la cantidad de ciudadanos que festejaron, estoicos, el Día de los Derechos Humanos y el 31 aniversario del retorno a la democracia.

Como de costumbre, numerosos autobuses trasladaron a esos militantes. Había, como era de esperar, poco peronismo, casi nada: se trató de un encuentro de lo que el Frente para la Victoria en realidad significa hoy. Una mezcla de dirigentes peronistas con poder territorial, sobre todo gobernadores e intendentes, con las agrupaciones que el 27 de abril del 2012 se presentaron en sociedad, en la cancha de Vélez, como Unidos y Organizados: La Cámpora, La Kolina, el Movimiento Evita y Nuevo Encuentro. Peronismo en serio, peronismo sindical, de base, al margen de aquellos dirigentes, prácticamente nada. De hecho, Cristina pretendió independizarse del peronismo, como antes lo había hecho Néstor con la transversalidad y la concertación plural. No lo han logrado. ¿Es posible garantizar gobernabilidad en la Argentina sin una cuota no menor de peronismo?

De todas maneras, reflexionemos sobre esa (¿masiva?) convocatoria. Debería haber sido el jueves, pero fue postergada por la final de la Copa Sudamericana. Por algo el kirchnerismo estatizó el más popular de los deportes, incluyendo la mafia de las barras brava. Pero este partido estaba regulado por la Conmebol, y entonces hubo que adaptar los festejos. Se ve que la pasión del fútbol pesa bastante más que la convicción por “el modelo”. Con todo, ¿fue una muestra de fortaleza o de debilidad por parte de Cristina? Tal vez ningún otro dirigente político pueda hoy movilizar esa cantidad de gente. Pero no fue una movilización espontánea, a pesar de que seguramente una buena parte de los presentes en efecto apoya a la Presidenta y a sus políticas.

No obstante, la foto del sábado permite al menos especular con la eventual recomposición del tablero político, una vez que asuma dentro de un año una nueva administración. El kirchnerismo será, sin el control de los recursos del Estado, algo muy diferente a lo que conocimos hasta ahora -tendrá una influencia más acotada, una capacidad de disciplinamiento cercana a 0, vehículos de comunicación menos diversificados y más displicentes. Un número indeterminado de los militantes que se empaparon el sábado para hacerle el aguante a la Presidenta, seguirán fieles luego del 10/12/15. ¿Por cuánto tiempo? Difícil responder a ese interrogante. Dependerá probablemente de las vicisitudes que enfrentará CFK una vez que abandone el poder y, con certeza, del éxito relativo que tenga el próximo gobierno.

El peronismo

¿Qué ocurrirá con el voto peronista que hasta ahora acompañó, renuente o no, todo el proceso K? Está sin dudas fragmentado. Tanto Daniel Scioli como Florencio Randazzo podrían retener una buena parte de ese crucial caudal, aunque no se trate de un umbral de votos definitivo. Téngase en cuenta que sin un porcentaje muy relevante del votante independiente, es imposible ganar una elección presidencial. El problema de esos candidatos consiste en que, si no ganan en primera vuelta, no parece claro cómo podrían hacerlo en el ballotage.

En efecto, el electorado que expresa fatiga con el oficialismo y una cierta vocación de cambio (parcial o radical) abarca prácticamente el 70% del total. Hay algún espacio para los matices y para la autocrítica, pero ante la presencia de una oferta pragmática y moderada por la oposición, y teniendo en cuenta que el ciclo económico no traerá buenas noticias en 2015, el tobogán parece inclinarse para los candidatos que expresan un cambio de rumbo más manifiesto. Debería cambiar mucho Cristina y sus políticas para que sus candidatos incrementaran las posibilidades de ganar la elección.

En la escala K-anti K, aparece Sergio Massa, que también atrae al versátil espectro peronista, aunque su estrategia consiste en posicionarse como el candidato de “los sectores medios”. Ocurre que en la Argentina son una clara mayoría: al margen del ingreso y de su riqueza, casi el 80% de los votantes se ven a sí mismos como de la clase media. De todas maneras, Massa tiene una historia y una construcción política que, sin renegar del peronismo (como lo hicieron durante tanto tiempo tanto Néstor como Cristina, básicamente hasta que se afianzaron en la cúpula del poder y pudieron desde allí dominar la escena política), apunta a una construcción plural, diversa, post-partidaria, focalizada en la gestión y en la solución de los problemas de la ciudadanía más que en la vieja dinámica partidaria.

El principal problema del Frente Renovador consiste en que, hasta ahora, no cuenta con candidatos competitivos en distritos clave como la Ciudad de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza. Es cierto que ganando con cierto margen la Provincia de Buenos Aires y logrando un piso promedio del 20%-22% de los sufragios en los otros distritos, Massa puede aspirar a llegar a la segunda vuelta. Si en esa instancia debe enfrentar al oficialismo, obtendría el apoyo del votante anti K. Si por el contrario su contrincante fuera Macri, trataría de capturar el voto peronista que se orienta por el oficialismo. Esa es la estrategia del ex intendente de Tigre, y por eso el delicado equilibrio que reflejan su discurso y sus propuestas.

En el polo anti K se acomoda Mauricio Macri, entusiasmado por su coalición con el radicalismo y Elisa Carrió. Hay que señalar que en Buenos Aires, buena parte del voto peronista tradicional acompañó al candidato del PRO desde 2003 a la fecha. En efecto, dirigentes como Cristian Ritondo y Diego Santilli, entre otros, expresan la política de apertura que siempre tuvo Macri en relación al peronismo. Desde 2007, como jefe de Gobierno, estableció un exitoso vínculo de cooperación con sindicatos como los Municipales de Amadeo Genta y, más recientemente, con el propio Hugo Moyano (el Banco Ciudad auspicia la casaca del club Independiente de Avellaneda).

Un interrogante no menor es cuál será la capacidad que tendrá Macri de contener a su electorado peronista en la medida en que se incrementen las tensiones discursivas y la puja por espacios de poder derivado de su acuerdo con esos segmentos más “gorilas”. Sus asesores de comunicación están convencidos de que las viejas identidades político-partidarias ya no expresan a los votantes que, en su gran mayoría, han nacido y/o se han socializado en democracia. De acuerdo a esta hipótesis, no sería tan relevante el apoyo de esas viejas estructuras. Es cierto que muchos estudios cuanti y cualitativos así lo sugieren. Sin embargo, el sistema de votación obliga a contar con un ejército de fiscales entrenados y disciplinados. Al margen de la imagen de los candidatos y de los sondeos de opinión pública, a los votos hay que contarlos. Cuidado: un caracterizado y verborrágico legislador oficialista, medio en broma y medio en serio, hace poco aseguró: “si vamos a perder por poco, entonces ganemos con trampa”. Sin comentarios. (Especial)