Tuvieron un presentimiento. Algo en su interior les decía que esta era la “ciudad prometida”. Muchos de ellos llegaron sin un peso en el bolsillo. En esa “aldea”, la mejor oportunidad para sobrevivir era vender productos. Comenzaron cargando prendas en los hombros, caminando días enteros en medio de los campos. La mayoría no conocía siquiera el idioma. Después lograron comprar un carro y más tarde abrieron su primer negocio a pocos metros de la plaza Mitre. Fue así como los inmigrantes dejaron una huella imborrable en el comercio de Concepción. En la actualidad, caminar por las cuadras céntricas de la Perla del Sur permite encontrarse todavía con dialectos ajenos, con rasgos típicos de otras sociedades, con nombres de negocios que nos remiten a otras culturas.

Algunos son originarios de Siria, del Líbano, de China o de Japón. Otros son descendientes de españoles e italianos. Todos demuestran que el sello de los extranjeros sigue intacto en sus negocios. Ellos dicen por qué: “priorizamos el valor de la palabra, como nos enseñaron nuestros ancestros”, “nos ponemos detrás del mostrador y atendemos con la misma dedicación y paciencia que el primer día”.

Aunque piensan que tal vez les podría haber ido mejor al otro lado del océano, cada uno de ellos se confiesa “enamorado” de Concepción. Siguen eligiendo esta ciudad como el lugar ideal para vivir y crecer económicamente.

Fernando Chen es uno de los últimos inmigrantes que llegó a la Perla del Sur para abrir un supermercado. Tiene 26 años, está casado y es padre de dos hijas. Desde diciembre de 2011 tiene su local en el barrio San Martín, a unas seis cuadras del centro. “Por suerte nos ha ido muy bien. La gente de aquí nos recibió de la mejor manera; no tienen problema con los extranjeros. Además, esta ciudad es bella: es tranquila y tiene un paisaje hermoso”, dice el joven comerciante, que se crió en Fujian, China.

Las opiniones de los que llegaban a la Perla del Sur a comienzos del siglo pasado no eran muy distintas a las ideas de Fernando. Un lugar tranquilo, seguro, emergente, con proyección social y con muchas posibilidades de crecer. Así describían a Concepción los que bajaban de los trenes para quedarse a vivir al sur de la provincia.

Los beneficios económicos que acarreó la inmigración se pudieron notar claramente en la ciudad. La presencia de los inmigrantes le cambió la cara al centro, aseguran los investigadores, no sólo porque incubaron nuevos negocios, sino porque atraían clientes de todo el sur tucumano.

“Aunque Concepción creció junto a la actividad del ingenio La Corona (1882), sostenido por capitales ingleses, fueron los inmigrantes españoles, italianos, sirios y libaneses los que la convirtieron con el paso de los años en la segunda ciudad de la provincia de Tucumán”, expresa el profesor Gregorio “Goyo” Corbalán, investigador de la historia de Concepción.

El docente detalla cuáles fueron los rubros en los que los inmigrantes dejaron sus huellas: tiendas de ropa y telas, fiambrerías, almacenes, panaderías, confiterías, bares de billar y hoteles. “Hablar de los Sáez era hablar de músicos y zapateros remendones, actividades que trajeron desde las lejanas tierras valencianas, en el Levante español. Fueron ellos los que introdujeron el plato nacional de España, la paella. Los Rodríguez fueron pioneros en venta de carbón y materiales de la construcción”, ejemplifica.

“Fueron los inmigrantes y muchos de sus hijos los que luego dieron lugar a sociedades civiles como el Auto Club Concepción, Concepción Fútbol Club, Concepción Social y Deportivo y el Aeroclub, sin dejar de mencionar a los clubes Sporting y Huirapuca. De todas estas actividades surge el embrión del futuro centro comercial del Sur”, concluye.

DESDE JAPÓN
La tintorería de Don Oshiro

Oshiro Morimasa tenía tres años cuando vino desde su tierra natal, Okinawa, en Japón. “Según me contaron, en la década del 40 la ciudad había quedado en ruinas tras las guerras y había que salir del país en busca de algo mejor”, relata este hombre sencillo, de mediana estatura, de pocas palabras. El primer destino para él y su familia (sus padres y sus tres hermanos) fue Buenos Aires. Estando ahí se enteraron que en Tucumán estaba viviendo un compatriota de ellos, que tenía una tintorería y que quería dejar el negocio. “Mis padres vieron la oportunidad y no dudaron”, cuenta Oshiro, quien quedó a cargo de la sobreviviente “Tintorería japonesa”, en pleno centro de Concepción. En este local el tiempo se detuvo, salvo por el almanaque colgado en la pared, en el cual Oshiro marca con rojo cada día que pasa. Con nostalgia recuerda las temporadas donde se trabajaba de lunes a lunes. Pero en tiempos del “se tira y se compra”, hay menos obligación de lidiar con manchas y jabones. “Aquí hay mucha gente que trae sus prendas y las deja relegada durante un largo tiempo. Por suerte todavía me quedan mis tradicionales clientes”, cuenta Oshiro, quien se casó con una concepcionense, Patricia, con quien tuvo tres hijos. Siempre se sintió a gusto en Concepción. Ha viajado varias veces a su ciudad natal y le gustó estar allá. “Uno se siente uno más allá, no es que me discriminen acá, pero me miran como extranjero. Y hay diferencias culturales”, resalta.

DESDE SIRIA
La tienda del loro y la de la victoria

Si en la familia Ale nacía un varón indefectiblemente su apodo sería “Loro”. Así, los vecinos de Concepción siguen diciendo con frecuencia: “voy a lo de los loros” cuando se dirigen a la casa de alguno de ellos. El apelativo tiene una explicación y se remonta a 1910. Ese año llegó a Concepción Ahmadiu Haidar, oriundo de Latakia, Siria. “El como muchos de sus compatriotas dejaron su tierra, huyendo de la invasión turca”, cuenta Miguel Ángel Ale, de 66 años. Es uno de los 12 hijos que tuvo Ahmadi. “Lo primero que hizo mi padre al llegar acá fue poner una tienda en San Martín 1.233. Fue un pionero y un visionario. Pienso que llevaba en sus genes lo comercial”, dice Miguel Ángel, quien también heredó ese espíritu mercantil y ahora dirige una lonera en el centro. “Mi padre tenía un loro que hablaba bien clarito. Estaba en la puerta del negocio y cuando la gente caminaba por ahí los invitaba a pasar, a que vean la ropa. Tan famoso era el loro que un pintor brasilero hizo un dibujo grande del ave en la pared del negocio. Eso nos marcó para siempre. La “tienda el loro” tenía un amplio surtido de telas de primera calidad, calzados, sombreros, había de todo. Yo me crié ahí, donde aprendí este noble oficio del comerciante”, detalla. De esos años recuerda orgulloso que los clientes eran muy honestos y que la palabra tenía un valor importantísimo. En el 65 la tienda cerró. “Pero años más tarde con uno de mis hermanos abrimos otro negocio”, comenta.

“Cuando mi abuelo pudo comprar un local besaba el suelo; estaba muy agradecido”
“Mi abuelo se llamaba Abud Beti y mi papá Alberto Beti. Eran de un pueblo llamado Hama, en Siria. Se fueron de su tierra buscando un futuro mejor. Subieron en un barco, pasaron por África y Brasil y al pasar por Buenos Aires se quedaron. El destino los trajo a Concepción y se dedicaron al comercio enseguida. En Siria vendían telas, así que aquí continuaron con el oficio”, relata Jesús Beti, de 48 años. El también siguió la tradición comercial y tiene su local multirrubro en la calle San Martín, en pleno centro. “Mi abuelo primero fue vendedor ambulante y después adquirió un carro. En esos años tener un carro era como un tesoro. Más tarde pudo comprar terreno y abrir el local. Me contaron que besaba el suelo y agradecía a Alá. El negocio se llamaba tienda La Victoria y ocupaba media manzana, sobre la calle San Martín”, detalla. “Todos mis abuelos son de Siria. Fueron muy valientes al venir acá. No sabían el idioma ni conocían a nadie”, resalta.

DESDE EL LÍBANO
“Abríamos el local todo el día”

A Joseph Tanios Saleme (65 años) lo traicionan algunas palabras. Se le escapa un “shukran” casi siempre que va a dar las gracias. Es un hombre de mediana estatura, bigotes y anillos grandes en las manos. Lleva 40 años viviendo en Concepción. Y tiene una historia de película. Cuando tenía 18 años dejó el Líbano para ir a estudiar a Francia. El dinero no le alcanzó para concluir la carrera universitaria. Tres años después decidió que iba a probar suerte en América. La idea era ir a EE.UU, pero terminó en Argentina junto a su primo Antonio Mikael Nahra. Como tenían familiares en Concepción (habían llegado a comienzos del siglo pasado), se instalaron allí. “No tenía ni un peso y necesitaba sobrevivir. Conseguimos abrir un negocio de ropa con mi primo. Fue en el año 73. Se llamaba “Nahra Sports, los campeones de la elegancia”. Limpiábamos, atendíamos la gente, hacíamos todo”, dice. Fue en esos años cuando se enamoró de su prima, Nadia Mikael Nahra. “Ella había venido siete años antes para cuidar a sus tías, que vivían acá. Me casé en el 75; no tenía ni para regalarle un chocolate. Por suerte, de a poco fuimos levantando vuelo. Creo que parte del éxito del negocio fue que abríamos todo el día”, cuenta este padre de siete hijos. “Emigrar es parte de la cultura nuestra, al igual que nuestra necesidad de ser comerciantes. Está en la sangre. Nos fue bien porque existía la confianza, no había cheques ni créditos. Importaba la palabra”, remarca.

DESDE ITALIA
Su papá salía a vender ropa al campo hasta que armó un negocio

“Mi padre Juan Maiani llegó de Italia en 1949, después de la segunda guerra mundial. Vinieron buscando nuevos rumbos. Primero trabajó en Buenos Aires, en obras viales y en un aserradero. Así juntó plata y decidió mudarse a Concepción porque aquí vivían unos familiares. Con el dinero ahorrado compraba ropa y salía a vender al campo, Después adquirió una bici y de a poco fue creciendo. Así logró comprarse un terreno en calle 24 de Septiembre al 1.200. Era un polirrubro se llamaba ‘Explotó la bomba’”, recuerda emocionado Oscar Maiani. Y cuenta que él se crió en ese local. De hecho, le encantaba dormirse entre los retazos de tela. Ahí debe ser que se enamoró del oficio de comerciante. Hoy tiene una sedería en uno de los edificios más lindos de Concepción, en San Martín y Buenos Aires. Cuenta que durante muchos años en su casa se habló una mezcla de italiano con castellano. “En esos años la mayoría de los comerciantes eran extranjeros y se ayudaban un montón”, anhela. Y detalla que las pastas, tallarines y ñoquis siguen siendo su plato favorito.

DESDE ESPAÑA
La fiambrería más famosa

Los embutidos de cerdo de La fiambrería de don Sinforiano Manzano eran toda una institución en la Perla del Sur. Jamones, salamines, aceitunas y mortadelas eran lo más famoso de este negocio, ubicado a pocos metros de la plaza Mitre. Francisco Julio Manzano, nieto de don Sinforiano, cuenta un poco de la historia: “mi abuelo había nacido en 1895. Había llegado a Argentina cuando tenía sólo 16 años, en 1911. Luego regresó a su tierra natal, España, se casó con mi abuela y más tarde volvió a nuestro país. Viajó al norte buscando un lugar para instalarse. El quería una zona parecida al lugar donde había nacido, Saucelle. Por eso se quedó en Concepción. Buscaba un sitio que tuviera montañas, agua y mucha tranquilidad. Lo primero que hizo fue dedicarse al comercio. Traía chanchos en el tren y los criaba aquí. Además hacía comidas típicas de su tierra natal”. La fiambrería estaba en 24 de Septiembre y 25 de Mayo. “La gran novedad fueron las salchichas enlatadas y las conservas. Era el único lugar de Concepción donde se conseguían”, relata. El negocio estuvo abierto hasta el año 85.