¡“’Coy’, te buscan!”, se oye. De entre los pasillos, y en actitud de “siempre listo”, aparece un hombre bajito, moreno, delgado, con ojos vivarachos y mirada amabilísima. Sobre su camisa impecable lleva un chaleco con el monograma del PAMI. Es Dalcio Erazú, quien, desde que se retiró, en la Facultad de Arquitectura de la UNT, es voluntario en la obra social para jubilados. No es casualidad: a los 15 ya era miembro de la Agrupación Independencia, la primera que tuvo el Movimiento Scout en Tucumán. Y como todo scout, juró solemnemente hacer un bien a alguien al menos una vez por día. Otro de los lemas que asumió entonces es “un scout es digno de toda confianza”. Y esa confianza se ganó por parte de los viejitos que van al PAMI: los guía, los acompaña, les resuelve problemas... y los escucha. Sabe lo que significa ser anciano: cumplirá 89 años el 11 de enero y es el scout mayor de Tucumán.
Allá lejos y hace tiempo
“Era chango todavía cuando participé del Campamento Nacional de Federación, Entre Ríos, en 1941”, cuenta y muestra orgulloso el artículo que entonces publicó LA GACETA. Aunque no siempre pudo mantenerse activo, nunca abandonó el movimiento: “una vez scout, siempre scout”, es otro de los lemas que lleva grabado a fuego. Fue creciendo, y llegado el momento fundó una agrupación nueva: la “Miguel Lillo”, junto -recuerda- con Carlos Nahuz. “Ya no está con nosotros, pero siempre está cerca”, confiesa Erazú.
Un buen día, conoció a una “guía” (ese era el nombre de las chicas scout entre nosotros): Yolanda Ferreira. Se enamoraron perdidamente. “Se la debo al Movimiento”, cuenta riendo. Se casaron en 1953; tienen dos hijas y el “siempre scout” lo encarnan juntos desde entonces. Y tiene otro “hijo”: Felipe Vildoza es uno de los “changos” de la Miguel Lillo; siente que Erazú en particular, y el movimiento en general, le salvaron la vida.
A Felipe “Anguila Voraz” Vildoza pertenecía la voz que arrancó al “Coy” de los pasillos del PAMI para que contara su historia. Y es también quien explica que cada scout tiene su tótem: el animalito que, según sus compañeros, mejor lo representa. “Yo era flaco, alto y comilón -cuenta Vildoza- Y el ‘nombre completo’ de él era ‘Coy Indiscreto’... siempre estaba en todas”.
La villa Moot en Tucumán
La mañana fresca del sábado y los cerros eran el marco ideal. Más de 2000 eran ellos. Habían llegado de todas partes del país y armaron “la villa” en el Cadillal. Eran los participantes del V Rover Moot Nacional, que se clausuró ayer. Se dice -y se escribe- en inglés porque se mantiene la terminología de los tiempos fundacionales. En criollo, y como explica el sitio scout de Internet, un Rover Moot es un gran campamento o reunión de jóvenes scouts, de entre 17 y 21 años. Los acompañaban, claro, los adultos, encabezados por Gerardo Mattei, jefe scout nacional, porque otro de los principios rectores de la institución pone énfasis en el ejemplo de los dirigentes. Gerardo explicó, por ejemplo, que siguen usando uniforme (“mucho menos, y lo hemos aggiornado”, aclaró mostrando su remera bordó), porque en el uniforme van las insignias. Y estas son muy importantes, porque le recuerdan a cada uno los logros que van alcanzando.
Lo cierto es que en Tucumán más de 2000 jóvenes compartieron risas, juegos excursiones y alegrías desde el viernes... más o menos desde la misma hora en que el “‘Coy’, te buscan!” había sonado en el centro de la ciudad.
Las historias confluyen La cara de don Erazú se había iluminado el viernes en el PAMI cuando se le propuso visitar el Rover Moot. A la mañana siguiente, los tres antiguos scouts que partían a El Cadillal. El ‘Coy’ había cambiado su chaleco por la camisa scout; en ella iban todas sus insignias. Yolanda llevaba también una insignia, pero solo ella lo sabía.
Al llegar se encontraron con las autoridades del Movimiento (ver El sueño...) y charlaron un ratito, pero en el aire se sentía la ansiedad por alcanzar el campamento. Allí esperaban “ellos”, los otros protagonistas de esta historia: unos 40 chicos que los recibieron con aplausos. El “Coy” recibió abrazos y apretones de manos: Yolanda, decenas de besos. Matías, Juan Cruz, Martín, Micaela, Guadalupe y tantos otros rodearon a los visitantes.
Los Erazú, a dos voces y exultantes, contaron su historia -esta que te acabamos de contar-. Dalcio recibió un nuevo pañuelo, celeste y blanco, que simboliza el encuentro que terminó ayer, y otra insignia azul para su camisa. A Yolanda le entregaron también uno, pero entonces llegó su turno e hizo aparecer la insignia que tenía escondida: buscó hasta que sus ojos se encontraron con los de Micaela y entonces se sacó del dedo el anillo de guía que llevaba desde la adolescencia. Tomó la mano de la cordobesa y se lo dio: “todo lo que este anillo simboliza es lo que puedo dejarles en herencia. Hay mucho por hacer. Sigan adelante”, les dijo a todos en la persona de “Mica”.
Hubo aplausos, vivas, lágrimas y carcajadas. Más abrazos; alguno que otro consejo de sabio. Fotos y más charlas superpuestas.
Al final, un “alerón” al viejo estilo y tres hurras en honor “a los viejos scouts”, acompañaron a las manos que, en alto, decían adiós.