Por Alejandra Duchini - Para LA GACETA - Buenos Aires

“Se va a llamar La supremacía Tolstoi y otros ensayos al tuntún. Son ensayos sin publicar, que ya tenía escritos. Y quería hacer uno sobre Tolstoi, que es uno de mis escritores preferidos. A lo largo de los años acumulé información sobre él: correspondencia, libros en otros idiomas, biografías. Fui haciendo un trabajo como cuando estudiaba en la facultad. Y agregué mis hipótesis”. Así presenta Fabián Casas su nuevo libro, que acaba de publicar Emecé. La confianza que entrega Casas lleva inevitablemente a eso: a que uno sienta que lo conoce hace mucho. Entonces la pregunta y la respuesta dejan de ser eso para convertirse en una charla. Literalmente. Durante casi dos horas que se resumirán en las siguientes líneas hablaremos de su pequeña hija Ana, de sus escritores preferidos, de algunas ideas “al tuntún”.

- Ana tiene 3 años. Desde que supe que venía, quería ser un padre que hiciera todo. Les pedí a las enfermeras que me enseñaran a hacer las cosas. Al principio la pasé mal. Me agobiaba. Me produjo depresión, angustia. Era como jugar contra el Barcelona: no la veía. Después me bajó la paternidad. Y ahora es una experiencia muy intensa, que te da un costado del mundo… tu hijo te hace trabajar en contra de tu egoísmo. Los hijos son una industria de generar miedo y a la vez te convierten en alguien muy valiente, porque hacés todo por ellos. No te permiten quedarte o ponerte a llorar, porque tenés que hacer todo para que nos les falte nada.

- Así que a Ana la llevás siempre al jardín.

- Sí. Yo soy diurno y mi mujer, nocturna. Así que camino con mi hija como 15 cuadras, con mi perra Rita, la dejo en el jardín, vuelvo y escribo. Pero no todos los días. No soy metódico. Ahora, por ejemplo, sí estoy escribiendo: trabajo en un prólogo para dos libros de Roberto Arlt: Los lanzallamas y Los siete locos.

- Arlt, uno de tus preferidos.

- ¡Claro! Y estoy leyendo Los lanzallamas de vuelta y El juguete rabioso, que los leí en los 80. Me doy cuenta de que Arlt sigue siendo extraordinario. Está un día adelantado a todos nosotros. No se cómo lo hace. Arlt sigue estando antes que yo, siempre. Me produce lo mismo que en su momento. Me hace reír más que antes. Lo veo como un escritor genial que tenía todo para no ser nada y es todo. Es como esos 9 tipo (Martín) Palermo, que le pega mal a pelota pero hace todos los goles. ¡Es genial! No tiene mucha cultura en términos librescos, pero lee folletines y todo lo que toma y lee le sirve. Todo le funciona. Es complementario con Borges. Cada uno en una frecuencia diferente, aunque en alguna frecuencia se tocan.

- ¿Cómo es eso?

- Borges era un tipo al que le apagaban un pucho en la cabeza. Que trabajó hasta los 50 años y no lo conocía nadie, salvo su selecto grupo de lectores. Laburaba en la Biblioteca Municipal y le daban un paquete de yerba como premio; y cuenta que iba por la calle caminando a la parada y se ponía a llorar porque ese premio lo humillaba. Y es uno de los escritores más grandes del mundo. Ahora trascendió porque le dieron bola en otro lugar, porque en Argentina siempre vuelve lo que resuena en otro lado.

Escritura y bajo perfil

- ¿Qué lugar creés que ocupan los escritores en este país?

- Ninguno. No le importan a nadie. Pero para mí eso es una bendición. Me encanta eso porque hace que vos te obligues a escribir, a leer. Tu opinión no cambiará nada, ni una elección. Gente muy de mierda es la que ocupa esos lugares. Eso reproduce al escritor la posibilidad de estar relajado, de escribir, de crear. En otros países, como Francia, los escritores aparecen en noticieros, en todos lados, y terminan escribiendo mal porque hacen escritos y se olvidan de que tienen que escribir y se sienten obligados a hablar.

- Desde ese punto de vista, la Argentina te viene justo, por tu bajo perfil.

- Publicar me produce placer, alegría. Está bueno saber que lo que digo lo pueden leer otros. Es un honor. No me alegra que me reconozcan. No me gusta. La escapo a eso. Me parece improductivo porque uno se queda sin vida privada y me encanta la vida privada. Sólo quiero que me conozcan mis amigos, mis seres queridos. Pero cuando surge el lector de la nada y te construye de alguna manera, es una especie de bendición. Es hermoso. Supongo que para eso también escribo libros. Me produce placer darle a una persona, ya sea con una historia o hablando, sosiego a su alma. Lo mismo que me pasó a mí leyendo a otros. Y trabajo en contra de la máquina de pensar en Gladys (en alusión al libro de Mario Levrero), que es la que tenés en la cabeza y te dice todo lo que debés hacer y te convierte en un esclavo. Para mí, los grandes escritores te enseñan a hablar, a decir, a mirar el mundo de otra manera, aún cuando te den malas noticias y te destruyan. Pero siempre hay algo vital, porque a veces los escritores son grandes pesimistas pero tienen un gesto de afirmación que sirve para vivir.

Clásicos

- ¿Por qué creés que hay que volver a los clásicos literarios?

- Porque determinan cómo los tenés que leer, imponen sus reglas. Eso es lo que hace que un texto sea clásico. Llegás a Dostoyevsky, Arlt… ellos imponen la forma en que deben ser leídos. Un clásico tiene como prepotencia. Te impone cosas. Lo que no es clásico es lo que dura una época, se desmantela y no puede ser leído después.

- Hay un mito aburrido que dice que el escritor sufre al escribir. ¿Te pasa eso?

- Yo soy feliz leyendo y escribiendo. Son dos hechos vitales, hermosos, que no me parecen alejados de la vida. Leer es la vida. Tal vez sienta algo de angustia cuando empiezo a escribir y no le encuentro la vuelta. Pero no soy de esos escritores que dicen que sufren. Sufro por otras cosas: que le pase algo a un ser querido, que se muera un nene del corazón; que no exista ningún Dios y que estemos abandonados en el universo más oscuro y frío es terrible. Hay que aceptar eso para aprender a morir. Si no sos siempre un miedoso.

- ¿Por qué elegiste a Tolstoi?

- Me gustan mucho las biografías y una vez me llegó una en la que Gorki citaba una frase de Tolstoi que decía que “el hombre puede soportar guerra y hambre, pero la tragedia principal es la tragedia de la alcoba”. Eso me impactó. Seguí leyendo y su vida me pareció increíble. Luego llegué a Anna Karenina. Cuando alguien me dice que quieren ser escritor le digo que lea Anna Karenina. Siempre algo se te escapa porque Tolstoi es un genio. No sé si existe Dios, pero sí existe Tolstoi. Por eso escribí el libro.

© LA GACETA

PERFIL

Fabián Casas nació en Buenos Aires, en 1965. Es periodista, narrador, poeta, y ensayista. Publicó los libros Ocio, Los Lemmings, Breves apuntes de autoayuda, Otoño, poemas de desintoxicación y tristeza, El salmón, Bueno, eso es todo y Ensayos bonsái, entre otros. En 2007 recibió en Alemania el prestigioso Premio Anna Seghers. Acaba de ganar el premio Konex de Letras en la categoría Poesía.