Mirá tu jardín, mirá tu balcón o ese pedacito de tierra cultivable que tengas. Tus plantas, además de alegrarte la vista, pueden convertirse en tu alimento. No es necesario reiterar los beneficios que obtiene el hombre y el medio ambiente cuando se invierte en un espacio verde. La idea es hacerte dueño de tu propio jardín y ejercer la soberanía alimentaria en esos muchos o pocos metros cuadrados. No importa cuál sea la extensión, se pueden hacer maravillas.

“En Tucumán es posible plantar todo tipo de semillas porque el clima es beneficioso”, explica Matías Kern, promotor voluntario del Inta Pro Huerta y uno de los creadores de Sembradores, un centro cultural ubicado en Yerba Buena en el que se dictan talleres de huerta agroecológica y se organizan ferias de productos orgánicos e intercambio de semillas. Ese espacio funciona desde 2006, pero desde antes Matías se dedica al rescate cultural de especies comestibles que fueron desapareciendo de este territorio. Allí tiene una inmensa huerta que contiene verdaderas joyas naturales (ver recuadros).

“Las semillas las fui consiguiendo de viajes, intercambios. La mitad son precolombinas y muchas otras son orientales y se utilizan en medicina ayurveda. Los monocultivos han realizado un exterminio cultural y de a poco nos han impuesto sus productos”, reflexiona. Esta sería una de las razones que explica por qué de una verdura -usemos de ejemplo la papa- solo tengamos acceso a un tipo, mientras hay decenas más.

“En Latinoamérica, Argentina, Brasil y Uruguay son los principales productores agrícolas, pero el 90% de las tierras cultivables son para exportación”, explicó Liberal Hostier, referente regional de la Asociación para la Agricultura Biológico-dinámica de Argentina (AABDA).

No solo que gran parte no se queda en el país, sino que se somete a los cultivos a un estricto calendario de fertilizantes y agroquímicos que son perjudiciales para la salud. “Aunque la verdura se lave, el químico queda. Además, ahora no solo se pulveriza, sino que se inyecta directamente en la planta por lo que la verdura nunca será natural y el cuerpo no puede metabolizar el químico”, añadió Liberal. Mientras que en países como Francia ya se prohibió el uso de agroquímicos en los cultivos y crece la biodinámica, en Argentina la pulverización (aérea y terrestre) no disminuye. Según un informe difundido por la Red de Médicos de Pueblos Fumigados, en Argentina se aplican más de 340 millones de litros de glifosato (uno de los químicos más nocivos y cancerígenos). Recientemente CASAFE (Cámara de Agrotóxicos Argentina) informó que el consumo de pesticidas aumentó 858% en los últimos 22 años, la superficie cultivada lo hizo en un 50% y el rendimiento de los cultivos solo aumentó un 30%. “Está comprobado que donde hay monocultivo la temperatura aumenta considerablemente. Además, después de unos años se destruye el suelo”, agregó Matías. El cultivo agroecológico promueve la asociación de plantas, flores y frutos. Con los años la riqueza del suelo se multiplica y atrae miles de insectos benéficos (mariposas, vaquitas de San Antonio, picaflores), hoy difíciles de encontrar.

Despertar
Cuando se tome conciencia de lo nocivo que es ingerir veneno en pequeñas dosis, la sociedad comenzará a plantar, aseguran Matías y Liberal. Juntos dictan el taller de huerta agroecológica y promueven actividades sociales y culturales en Sembradores. Además brindan asesoramiento para crear una huerta ecológica en cualquier casa o institución. El objetivo es transmitir saberes ancestrales -añaden- que se fueron perdiendo, pero que los incas manejaban muy bien. No sólo los principios de asociación y rotación de cultivos, sino la importancia del compostaje.

Asociar y rotar garantiza un mejor crecimiento de lo que se siembra y un continuo enriquecimiento de la tierra. Verduras y aromáticas se llevan muy bien, sobre todo porque las hierbas con perfume alejan a los insectos que pueden perjudicar el cultivo. Rotar la variedad de lo que se siembra dará como resultado que en unos meses el sustrato sea varias veces más fértil que cuando se plantó por primera vez. El compostaje de materia orgánica permite tener una fuente de humus en pocos meses. Si se añaden lombrices californianas, en tres meses los desechos orgánicos que se generan en una casa son tierra rica en minerales y nutrientes.

En el centro cultural Sembradores funciona, además, una semilloteca: una colección de semillas de las más variadas e impensadas especies que están a disposición para el intercambio o la compra a precios simbólicos para quien se anime a experimentar . “El objetivo -añadió Liberal- es difundir el sentido comunitario que tiene la producción de alimentos, que desde hace siglos ha venido marcado el calendario de festividades de una comunidad”.

La agroecología encuentra cada  vez mayor espacio en todo el mundo

Marie-Monique Robin es periodista e investigadora francesa. Durante una visita a la ciudad de Rosario habló sobre la necesidad de implementar el modelo agroecológico. Acaba de estrenar el documental “Las cosechas del futuro. Cómo la agroecología puede alimentar el mundo” y es autora de varios libros, entre ellos, “Nuestro veneno cotidiano. La responsabilidad de la industria quimica en la epidemia de las enfermedades crónicas”.

Estas son algunas de las reflexiones que dio durante una entrevista que reproduce el portal de la Universidad de San Martín.

“La agroecología permite la autonomía de las granjas; también es más compleja que la agricultura orgánica, porque se pueden hacer monocultivos orgánicos y eso no es agroecología”

“No solo es cuestión de no utilizar agrotóxicos, es mucho más que eso, es un saber hacer y se necesitan expertos y científicos que apoyen a los productores, para buscar la mejor forma de usar el terreno”.