Pegaso fue el primer caballo que consiguió estar entre los dioses de la mitología griega y tratar codo a codo con los habitantes del Olimpo. Era el caballo alado del dios soberano Zeus, amo del cielo y de la Tierra. Desde entonces, los caballos tuvieron siempre una estrecha relación con los seres humanos. No sólo por su belleza, sino también por su inteligencia, capacidad de trabajo y, sobre todo, por su lealtad y compañerismo con las personas que lo transforman en un aliado ideal. El caballo posee características musculares únicas: quien lo sabe montar ha experimentado la agilidad y el movimiento armónico de la fuerza que lo caracteriza. El caballo representa para su jinete más que un medio de locomoción: es una parte esencial de una actividad placentera que puede convertirse en una verdadera pasión. Y para las personas que sufren algún tipo de discapacidad, el caballo puede significar el medio para lograr visibles avances en materia de recuperación. De allí que la equinoterapia -una técnica para promover la rehabilitación de niños, adolescentes y adultos a nivel neuromuscular, psicológico, cognitivo y social por medio del caballo- haya tenido tanto desarrollo en nuestro país. Sin embargo, en el sur tucumano, una institución que utiliza esta terapia para ayudar a chicos con capacidades especiales está al borde del cierre. No por falta de pacientes por cierto (atiende a más de 25 chicos y adultos) sino porque le faltan voluntarios y el predio en el que funciona fue prestado hasta diciembre. “Lamentablemente no tenemos un lugar propio para funcionar; sin embargo se multiplican las solicitudes de gente que viene de muchas ciudades del sur para ser atendidos”, señaló Sara Lía Rojas, presidenta de la Fundación Liliana. Aunque la dirigente reconoce que su fundación está contra las cuerdas, sigue creyendo fervientemente en este proyecto que gestiona. “La mayoría de esta gente es de escasos recursos. No podría pagarse jamás una terapia en San Miguel de Tucumán. Si cerramos, los únicos perjudicados son ellos”, enfatizó. Por eso no se puede entender que a esta fundación -como también le sucede a otras- la ayuda por parte de empresas, asociaciones privadas y, fundamentalmente, gubernamentales, les sea negada. Días atrás, en este mismo diario, publicamos una nota que daba cuenta de la caída del sentido de solidaridad en nuestro país y, también, en nuestra provincia. Y es que la crisis económica, la recesión y el desempleo hizo caer el nivel de donaciones, lo que obliga a su vez a restringir los servicios que brindan estas entidades sin fines de lucro. ¿Es posible que el Estado salga en auxilio de las instituciones que están al borde de la quiebra? “Por supuesto, pero hasta ahora no hemos recibido ningún planteo de ninguna institución, salvo en el caso de una que pidió un sueldo de cocinera”, aseguró Gabriela González, secretaria de Articulación Territorial y Desarrollo Local de Políticas Sociales.

Sin embargo, creemos que no debería esperarse a que una fundación o una ONG toque fondo para salir en su ayuda. El deber del Estado está, justamente, en auscultar la realidad y ayudar en consecuencia. Tal vez no con fuertes sumas de dinero, sino con donaciones de insumos, alimentos, ropa, medicamentos y artículos de limpieza. Lo mismo podría decirse de las empresas privadas. La solidaridad es uno de los valores más elevados de una sociedad bien nacida. No sólo porque es horizontal, sino porque implica respeto mutuo.