Eduardo Ávila recuerda como una de sus mejores experiencias actuar en el Primer Atahualpa, hace 19 años. “Estaba en otra actividad, me convocó Rubén Urueña y me nombró padrino del festival. Hace cuatro años decidí relanzarme y lo hice acá. No es fácil volver después de tanto tiempo, con ansiedad y emoción. Fue maravilloso reencontrarme con el público”, remarca.

El músico afirma que lo más difícil para un artista es sobrellevar una mala situación. “Cuando tenemos años, cientos de escenarios y miles de kilómetros, seguramente nos pasaron cosas insólitas, como cantar para una cantidad ínfima de público. Se les debe el mismo respeto y esmero que a una multitud. Otra vez se cortó la luz y tuve que cantar a viva voz, abajo del escenario y entre el público”, rememora.

Para Ávila, lo fundamental es la sinceridad. “Los artistas tenemos mucha sensibilidad y a veces construimos castillos en el aire. Todo consagrado tiene una trayectoria sembrada de flores y espinas. Su arte y el camino recorrido son los aportes que le brinda a las nuevas generaciones, que deben saber observar y valorarlas”, dice.

Del repertorio folclórico, hay un tema que le cuesta más que ninguno. “Solo lo canto si lo pide el público: ‘Salavina’ me produce nostalgia, alegría, pena, porque fui maestro a los 18 años en Mistol Pozo, Salavina, recién recibido”, admite.